Domingo, 8 de enero de 2012 | Hoy
CHIEN-CHI CHANG
“Llevaba seis años pidiendo permiso para hacer fotografías en el templo Long Fa Tang, cuando las autoridades por fin me lo concedieron. El templo era, al mismo tiempo, un santuario y una prisión para setecientos pacientes mentales. Trabajaban en la granja de pollos del recinto religioso, la mayor de Taiwán, y yo me instalé en el almacén, con mi cámara montada sobre un trípode. Los pacientes hacían una pausa al mediodía para comer. Después fueron llegando al almacén procedentes de la cantina, en parejas, conducidos por su supervisor. Yo estaba sudando profundamente, y es que en octubre, en Kaohsiung, en el sur de Taiwán, hace mucho calor. Además, la posición en la que me encontraba tras mi visor era muy incómoda.
La mayoría de los pacientes habían sido abandonados en Long Fa Tang por sus familiares. El templo no proporcionaba ni medicamentos ni tratamientos, sino cadenas ‘terapéuticas’. Un paciente más lúcido se encadenaba a uno que lo era menos. A veces estaba claro quién llevaba a quién, pero no siempre era así.
Los hechos ocurrieron rápidamente. El supervisor arreglaba las ropas de los pacientes y después, ‘clic, clic’, dos fotografías y se acabó. Mi interacción con aquellas personas mientras las fotografiaba era de unos pocos segundos, pero la que quedó congelada en mi hoja de contactos ha durado mucho más, y continúa aumentando”.
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