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Lunes, 13 de abril de 2009

CULTURA / ESPECTáCULOS › SEXO Y AMOR EN LA VEJEZ SEGúN EL ALEMáN DRESEN

La trágica decisión de amar

 Por Leandro Arteaga

Nunca es tarde para amar. (Wolke 9). Alemania, 2008

Dirección: Andreas Dresen.

Guión: Andreas Dresen, Jörg Hauschild, Laila Stieler, Conny Ziesche.

Fotografía: Michael Hammon.

Montaje: Jörg Hauschild.

Intérpretes: Ursula Werner, Horst Rehberg, Horst Westphal, Steffi Kühnert.

Duración: 98 minutos.

Salas: Del Siglo.

Puntaje: 8 (ocho) puntos.

De manera casi brusca Nunca es tarde para amar nos envuelve desde su mismo inicio en el sexo y la pasión de los amantes. Palabras que son excusas, situaciones que preludian aquello que ambos saben que quieren y, cuando lo encuentran, lo disfrutan a pleno, vitalmente, desprejuiciadamente. Será algo del mismo desprejuicio citado lo que coloque al film del alemán Andreas Dresen como uno de los raros títulos que se atreve a indagar en una historia sentimental, afectiva y sexual, cuyos protagonistas rondan los setenta años de edad. Elemento que permite contrastar el "modelo afectivo" que el mismo cine ﷓el más comercial﷓ postula desde figurines siempre jóvenes, atentos a los dictados de la moda y el mercado.

Desde esta sinceridad primera, la película de Dresen puede entonces internarse en los conflictos de sus personajes, porque el candor inicial -que continuará, que nunca será molestia sino celebración de los cuerpos- ya nos ha predispuesto hacia la suerte de sus protagonistas, motivo del drama por venir, enclave que nos lleva hacia la realidad de pareja y de soledad del triángulo amoroso que forzosamente surge.

Inge (Ursula Werner) oscilará entre diferentes opciones, entre los treinta años de pareja y el redescubrir sentimental. Entre el tesoro secreto que significa el amor nuevo y la tortura interna que le provoca. Podremos, entonces, conocer lentamente a los personajes y entenderlos desde los fragmentos de vida que nos dejan vislumbrar. Todos ellos, eso sí, llenos de afecto y de sexo, con cuerpos tan humanos como el de cualquiera y, tal vez, mucho más sexuales que la mayoría de los cuerpos artificiales y puritanos que la marquesina publicitaria nos vende.

Podríamos, quizá, hermanar el discurso del film y su atención sensible con aquel otro título tan bello como sus personajes, Marius y Jeannette (1997), del francés Robert Guédiguian, con protagonistas simples y trabajadores, también ajenos a esplendores de aluminio. Y, cómo no, recordar de qué manera Elsa y Fred (2005), de Marcos Carnevale, supo enhebrar una historia desde intérpretes avejentados y radiantes de afecto.

Pero esta situación de descubrir afectivo, que tanto celebra Nunca es tarde para amar, también será motivo de situaciones críticas, límites; momentos cruciales que deberán enfrentar sus personajes para recordar que, así como alegría, el amor es también posibilidad de dolor. Es allí cuando lo amargo emerge y no nos deja tanto oxígeno como el que creíamos tener. Cuando el sentido no aparece, cuando el sostén no está porque, quizá, nunca fue lo suficientemente veraz.

Nunca es tarde para amar obtuvo el Premio del Jurado del Festival de Cannes y su director y actriz han sido premiados en diferentes festivales de Europa; vale la pena también destacar que ha sido uno de los títulos elegidos durante la realización del reciente Bafici, Festival de Cine Independiente de la ciudad de Buenos Aires.

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Los cuerpos adultos se exhiben con naturalidad en el film
 
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