Jueves, 19 de junio de 2008 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
Si lo que escribí hace un par de semanas terminaba con una cita de Antonio Porchia, me parece bien comenzar estas líneas con tres citas del mismo Porchia que encontré en un pequeño volumen de sus Voces, editado hace mucho o no hace tanto, ignoro cómo medir la distancia que implican unos quince años.
"Para que tu tristeza muda no oyese mis palabras, te hablé bajito".
"Hallé lo más bello de las flores en las flores caídas".
"Lleve cada uno sus culpas y no habrá culpables".
Alguien debe recordar una noche en que en una "lechería" de aquellas que ya no existen, que estaba por calle San Lorenzo, hablamos con Roberto Juarroz de esas "voces" de Porchia. Mejor dicho, el que habló fue Juarroz, quien nos hizo comprender como nadie lo que esos breves textos significaban para la poesía.
Debo suponer que aún se lee a Porchia y que también aún se lee a Juarroz, esos poetas que resultan necesarios para la existencia de la poesía argentina. Debo suponerlo, pero no tengo certidumbre alguna al respecto. Nunca podrán esos poetas encontrarse en las listas de los "best sellers", aun cuando el concepto de lo que significa "lo mejor vendido" se ha modificado bastante con los años. De chiripa, o si se prefiere por carambola, un libro genuinamente bueno llega a ser un "best seller" o importa a una mayoría por razones que nada o muy poco tienen que ver con la literatura. (Con algunas excepciones una situación muy diferente se aprecia en lo que hace a la pintura o la escultura, pero no es este el momento de hablar de ese tema).
El libro de Porchia es el único que fue escribiendo desde aquella edición de 1943 realizada por Impulso hasta la última que conocemos, Voces reunidas (Alción, 2006), con prólogo de Borges (cuyo texto fue escrito originalmente en francés para una edición de las "voces" realizada en 1979, justamente en Francia). En ese prólogo Borges dice, entre otras muchas cosas que nos gustaría repetir, que "no nos conocimos personalmente. Oí por vez primera su nombre de labios de Xul Solar, el pintor visionario. Nada me cuesta imaginar que fueron muy amigos: ninguno de los dos podría en el presente desmentirme. Pero lo que puedo asegurar es que a través de Voces, Antonio Porchia es hoy mi amigo íntimo, si bien acaso él no lo sabe". Pocas líneas más adelante, Borges nos recuerda que las generaciones han consagrado las sentencias virgilianas y las bíblicas. "En un momento de duda agrega alguien abre el volumen al azar que en el fondo no es un azar y recibe el consejo de Virgilio o del espíritu. Así he actuado numerosas veces con el texto de Porchia...". Pensamos que de la misma manera deben actuar todos esos que sin conocerlo se han hecho amigos de Porchia por sus "voces". Es mi caso, pero conozco muchos otros en el reducido perímetro de la ciudad en que vivo y en muchas ocasiones no se trata de gente consagrada al estudio de las letras o de la poesía en particular.
Porchia nació en 1885 y murió en 1968, es decir que esa primera edición de 1943 la hizo cuando ya andaba por los 58 años. La última, a la que aquí hacemos referencia, contiene 1182 de esos pequeños textos, más una serie de apéndices que representan un magnífico trabajo de búsqueda y selección que en distintas direcciones han realizado Daniel González Dueñas, Alejandro Toledo y Angel Ros. Aunque no sea éste el comentario de un libro (ya el lector se habrá dado cuenta), nos han parecido de interés estas precisiones que ignoramos si le habrían interesado al mismo Porchia.
Yo creo, por no decir que estoy seguro (como Porchia dice, "no confío en ninguna certidumbre"), que el método borgiano todavía es el que yo y supongo que muchos otros seguimos: abrir las páginas de las "voces" al azar (que no es azar) y siempre encontrarnos con aquello que Porchia parece haber escrito para nosotros y para ese momento en que lo necesitábamos. A los más jóvenes, que probablemente no conozcan las "Voces", les aconsejamos que no traten de leer el libro de la primera página en adelante, ya que en Porchia difícilmente puede hablarse de un comienzo y un fin. Esto no ocurre con muchos libros, al menos a mí no me ocurre con muchos libros. Daré tres ejemplos que me gusta ubicar junto al de mi amigo Porchia: La tumba sin sosiego, de Cyril Connolly, El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa, y El oficio de vivir, de Cesare Pavese. Hay otros, pero que cada lector tenga los suyos me parece lo ideal. Anotemos estas "voces" de una página que hemos abierto al azar (que nunca es azar):
"En el sueño eterno, la eternidad es lo mismo que un instante. Quizá yo vuelva dentro de un instante".
"Y seguiré eliminando las palabras malas que puse en mi todo, aunque mi todo se quede sin palabras".
"En aquel mundo yo sabía que me mataba el bien, pero creía que me mataba el mal".
Estas aparecen en la página 79 de la edición de Alción; en la anterior se encuentran estas otras dos:
"Que tuve todo lo sé, no porque lo tuve. Lo sé porque después no tuve más".
"Sí, ya he oído todo. Ahora sólo me falta callarme".
¿Puedo terminar con una cita de otro libro que amo, cita que por otra parte me gustaría copiar entera pero es demasiado larga? Se trata del Oficio de tinieblas, 5, de Camilo José Cela. "Jugaste siempre las cartas boca arriba y perdiste luchaste siempre a pecho descubierto y perdiste no dudaste jamás de la palabra escuchada y perdiste ahora es tarde para volverse atrás e incluso para hacer examen de conciencia no pactaste ni con ángeles ni con demonios y perdiste no te rías de ti deja que los demás se rían de ti y con justa razón...".
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