Lunes, 19 de mayo de 2014 | Hoy
Por Dahiana Belfiori
Camino por una ciudad extraña, ajena a mis rutinas, a mis lugares visitados en las mañanas y en las tardes, ajena al dolor y la alegría del último año, ajena a las manías con las que transito el tiempo sin tiempo, o casi, de los domingos. Camino. Pura mirada, olfato, escucha atenta y desbordada. Toda yo como un semáforo blandiendo su luz intermitente, que es señal de alarma y descanso al mismo tiempo. Toda yo siendo cuerpo suspendido en la vereda. En el centro cívico y comercial percibo lo que puedo, el estímulo supera mi capacidad de recepción. A veces es bueno alejarse, dejar que las piernas elijan el recorrido sin interferir en sus decisiones. Lograr que ellas decidan no es tarea sencilla para alguien como yo, acostumbrada a la dulce tiranía del cerebro, a sus sopesadas sentencias. Es como intentar poner de acuerdo a las varias personalidades que me habitan, a lo Girondo, sólo que sin la gracia y la ventaja de poder mandarlas a todas juntas a la mierda. Pero como el cerebro o pensamiento o como sea que llamemos a la parte censora y racional de nuestro cuerpo, que aunque no la veamos, siempre está, como el sol o como dios o la mismísima y santísima trinidad católica apostólica romana, decía, siempre está, con su peso pesado, su lastre de plomo, su carga de valija de viajera inexperta, y empuja, la rectísima, a ceñirse a las reglas conocidas. Difícil es imaginar, entonces, tan sólo imaginar, que un par de piernas, las mías, se rebelen a la autoridad implacable de un cerebro, el mío! Sabido es, sin embargo, que toda autoridad tiene su caballo de Troya, su talón de Aquiles, y como las profecías terminan cumpliéndose por más irracionales que sean, mis talones inician el trayecto esperado: desobedecer la razón y obedecer el dictamen que anuncia la muerte de la gata, por curiosa. Por suerte o por destino de gata, mis piernas caen paradas, y andan sin rumbo, alejándome del centro. Pierdo el centro y encuentro el eje que me lleva directo al infierno de la vida, donde bulle algo más que el cruce de bicicletas enmarcadas en la prolijidad de una bici senda.
Descubro en algún barrio de esta ciudad hecha no sólo de furia que hay personas tan desorientadas como yo. Una mujer despliega su casa en la vereda. Y a la vista de todxs lee sin ser vista. En posición de loto sobre un colchón mugriento sostiene el libro en el que viaja. Una sonrisa atraviesa su cuerpo sucio, su espíritu libre. Mi razón me dice lo obvio y me asalta la bronca de la injusticia manifiesta en ese cuerpo sin hogar. Los sentidos sin embargo me devuelven mi pobreza, incapaz de leer un momento de felicidad fuera de todo centro.
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