Viernes, 19 de junio de 2015 | Hoy
Por Hernando Quagliardi
De atrás para adelante. Un día de julio de 1960, ocupado en la preparación de una conferencia sobre Shakespeare que dará en el salón Peuser, Borges busca en un libro de la editorial Penguin, una anotación por él manuscrita en la cara exterior de la contratapa en la que registró los distintos nombres del príncipe Hamlet a través de la historia. Como ya casi no puede ver, le pide a su madre que lea esos antiguos nombres que anotó alrededor de 1939. Su memoria ha retenido vagamente la cita.
La profesora S. O. de M. y V. compra una tarde cualquiera de finales del año 1961 la primera edición del libro "Antología personal" de Jorge Luis Borges editado por Sur. Se aferra al bolígrafo y lo primero que hace es escribir su nombre en la portadilla. Luego subraya dos líneas del prólogo y anota una correspondencia entre paréntesis que remite a la página 85 donde se incluye el texto "Una rosa amarilla". En otro momento regresa al prólogo y escribe, al pie, unas objeciones en lápiz.
A lo largo de un tiempo indeterminado porque es el tiempo de la lectura y del estudio, la buena profesora subrayará con tinta negra y marcará con una cruz en el margen, las treinta y dos veces que Borges escribió el verbo "soñar" en todas sus conjugaciones y los sustantivos "sueño" o "soñador" en el cuento "Las ruinas circulares" que corre por las páginas 70/75 de esa primera edición. También destacará las múltiples erratas deslizadas por los editores.
Borges no puede saber lo que hace su lectora, pero esas erratas han desaparecido en las "Obras Completas". Por ejemplo: el término inequivocadamente que figura en la página 119 y que S.O. de M. y V. resaltó (en tinta verde esta vez) agregando esa cruz que raspa, tilda y comprueba como si de la corrección de un examen se tratara, ha sido reemplazado acertadamente por el término "inequívoco".
Causas remotas. En el mundo medieval monjes ateridos de frío, con hambre y sueño, anotan al margen sus estados de ánimo al momento de la lectura. Cuando esas expresiones aclaran un texto oscuro, los copistas las introducen hasta fundirse en un solo y único escrito o en la forma de escolios.
En 1797 Samuel Colerigde sueña un poema entero de unos trescientos versos sobre un palacio. Se lamenta justamente él que ha escrito sus mejores conferencias en los márgenes de los libros porque alguien lo interrumpe en plena tarea de transcripción. De ese largo poema soñado queda solo un resumen, unos pocos versos que, según se ha dicho, condensan lo mejor de la lengua inglesa.
Un paso necesario. Una tarde de 2011 llego a la librería de anticuario "Ornitorrinco" y paso más de una hora buscando "novedades". Solicito libros que no están a la vista. El librero anota los pedidos y me exhibe unos facsimilares abandonados en la trastienda. El librero ha construido una cabina de madera que parece el puente de mando de un barco. Fuma bastante, ofrece café y se presta para la charla. Entre un tema y otro, comienza a temer que me vaya sin comprarle nada. Durante todo ese rato ha entrado un solo cliente. Se trata de una mujer interesada por la demonología. El hombre le ofrece un tratado sobre El juego del truco y otros juegos tradicionales en Buenos Aires de 1860.
- El demonio puede estar en cualquier parte- le dice.
Sobre el final de nuestra entrevista, accidentalmente como por obra de un descarte involuntario, cae de una pila mal apoyada, el tomito de Borges.
- ¿Cuánto? -pregunto.
El librero pone un precio un 20 por ciento por encima de su valor estimado. Aun así lo llevo sin discutir. Parece que hago mal, pues no soy correspondido con la alegría que esperaba de él.
Notas al margen. Otras lecturas, otras actividades, desplazan ese objeto que reserva rasgos y marcas ajenas entre sus páginas. Sin embargo, simetrías incomprensibles colaboran en esta trama hecha al margen de la realidad: El cuento El testigo, de Sergio Chejfec "donde se consultan guías telefónicas de los años 30 en busca de la dirección en la que pudieron haber vivido Cortázar y otros escritores de la época para enfrentarlas a trayectos invisibles, trazados por las líneas de colectivos de la ciudad contemporánea.
La mención que un amigo hace de una lista de filmes sobre viajes en el tiempo, todos invariablemente, de corte romántico.
Un sitio de obituarios de Internet donde hallo por causalidad la noticia de la muerte de S.O. de M. y V ocurrida el 31 de diciembre de 2009, con una breve esquela que invita a la ceremonia de deposición de cenizas celebrada doce días después en la parroquia del Carmen.
Desenlace previsible. Al número de teléfono que figura en la página final del libro hay que anteponerle el 4. Lo hago. Llamo y nadie responde. Insisto otro día con igual resultado. Finalmente, ayer, logro comunicarme. Me atiende una mujer mayor. Su voz, desconfiada al principio, se allana luego cuando le pregunto, no sin algo de perversa necesidad, por la profesora S. O. de M. y V.
La hermana me cuenta detalles de un final conocido, pero la dejo hablar. No le desmiento las atribuciones que me asigna: un alumno, un escritor.
"Era muy lindo conversar con ella", me dice al pasar. Asiento. No me atrevo a contarle la manera en que su hermana está conmigo. Omitiendo el detalle de esas marcas que vienen del pasado, finalmente puedo balbucear que me ha enseñado muchas cosas. Ahora no más por decirle una: que un texto de Borges puede repetir hasta el cansancio la palabra "sueño" y ser, a la vez, una enorme pieza literaria.
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