Martes, 29 de octubre de 2013 | Hoy
Por Marcelo Britos *
Trato de racionalizar y de entender el voto como un fenómeno que trasciende lo meramente electoral, y que revela un comportamiento social más que una sencilla elección. En función de esto me preocupan dos cosas. Si bien es innegable y a esta altura casi obvio que se deben crear climas que facilitan el ascenso de sujetos como Miguel del Sel o Anita Martínez, esta elección revela otra crisis. Pareciera que no tiene importancia votar a quien ha dejado al descubierto, sin tapujos, su xenofobia, su intolerancia, su homofobia, su resentimiento de clase, y un profundo desprecio a sus adversarios, a quienes ha insultado impunemente, escudándose siempre en su "falta de experiencia" en la política, o en su condición de "tipo llano y sencillo". O votar a alguien sin experiencia pero con buenas intenciones, lo que Beatriz Sarlo llama "el buentipismo", personas que evitan el debate y los posicionamientos sobres temas en los que hay que tenerlos, siempre diciendo lo estúpidamente esencial.
Se trata de la manifestación política de una crisis moral que atraviesa gran parte de la sociedad civil. Una hipocresía que se revela en el doble juego de no involucrarse en lo público, pero a la vez posicionarse como víctimas anónimas de todos los procesos históricos.
Por otro lado, el denominado "discurso estratégico". La actividad política en la Argentina ha perdido una vieja y sana costumbre: confrontar ideas y proyectos en el escenario público. El discurso estratégico, entendido como un discurso inocuo, sordo, cuyo único objetivo es sacar ventaja, ha trascendido de lo intestinal de los partidos hacia el debate público, ya sea a través de la publicidad electoral como en el discurso cotidiano de quienes ejercen la profesión política.
Nadie dice nada que no se quiera escuchar. Todo lo contrario. Generalmente, estos discursos cabalgan sobre representaciones o mitos, de una forma irresponsable y poco constructiva. Lo perjudicial de esto es que termina igualando todos los discursos, banaliza la oferta electoral hasta "desmatizar" todos los mensajes. Los receptores ya no oyen. Es como un zumbido parejo y permanente que permite que, discursos más elementales y vacíos, pero más pegados al sentido común finalmente sean diferentes.
Por último, el avance de una derecha invisible. Es cierto que es un concepto que debería redefinirse. Hoy suena más a un conjunto de representaciones que se utilizan para inventar enemigos ideales y para desacreditar a quienes ya están constituidos como tales. Lejos de esta tergiversación estratégica, la derecha ya no es la oligarquía terrateniente, tampoco es la expresión de la Argentina rentístico- financiera de los 70, sino que es un conjunto de espacios económicos que ha sabido tejer, alrededor de su cómoda situación, un tramado de compromisos y relaciones que garantizan su poder. Si la derecha hoy es la defensa a ultranza del libre mercado y la absoluta indefensión de los ciudadanos frente a su poder -combinado esto con el afán de privilegiar los intereses de determinados sectores de la economía-, la expresión partidaria más efectiva de esto es el Pro. Creo que se trata de la versión partidaria de la derecha económica y conservadora más duradera y más sólida que hemos tenido, después del orden conservador. Y ha sabido disfrazar su matriz con el discurso al que nos referíamos anteriormente. Pocos temen a esto. Pocos parecen recordarlo porque la caverna de Platón es hoy el gran estudio de televisión por el que elegimos el país en el que creemos vivir. Y Del Sel, Anita y tantos otros, parecen reunir lo que hace falta para darle una vuelta más a la máscara de la derecha. Personajes diáfanos y frescos, como la flamante concejal, o transgresores en el escenario, pero también en el sentido más chabacano y perverso del término, terminan seduciendo a un permeable ejército de confundidos e inmorales, que les dan un poder demasiado grande, al parecer con el desconocimiento de que todo ese potencial será aprovechado después en su mismo perjuicio. La derecha actúa hoy como aquél viejo dicho cristiano, que dice que la mejor arma del demonio, es que los demás crean que no existe.
* Escritor
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