Viernes, 19 de febrero de 2010 | Hoy
ES MI MUNDO
Con su trazo rabioso y onomatopeyas que parecen arañar el papel, Roberta Gregory es una pionera del comic underground y lesbofeminista que no se permite ninguna reverencia. Critica tanto a la sociedad patriarcal como al movimiento de mujeres, y no se amilana en reproducir los modelos más estereotipados de las marimachos. En sus manos se convierten en superheroínas invencibles capaces de seguir molestando a través del tiempo.
Por Diego Trerotola
Cuando alguien lee una viñeta actual de Roberta Gregory es difícil que piense que Disney fue la influencia temprana y decisiva para hacer historietas. Pero no se trata de la relación que, a nivel planetario, casi todo el mundo tiene con Disney desde la infancia sino una mucho más íntima: su padre, Robert Gregory, dibujó principalmente historietas del Pato Donald para Walt Disney Co. durante tres décadas, desde fines de los ‘50. Obviamente sus dibujos eran anónimos, Robert era uno más de la cadena de montaje de la editorial. Su hija, nacida en Los Angeles en 1953, iba a heredar su pasión por las historietas, pero rompería esa cadena gracias a los espacios creados tanto por el comic underground como por el movimiento feminista, ambos en su apogeo durante la adolescencia de Roberta. Pero lo más particular es que justamente ella iba a expandir ambos espacios, todo gracias a esa línea inestable, orgánica, antiacadémica, a veces muy cerca del garabato irascible que caracteriza su estilo visual. Y que sus bocetos se hayan convertido en tiras cómicas fue, paradójicamente, gracias a la Academia: el diario de la universidad le dio la posibilidad de publicar sus creaciones en 1974, y Roberta así gestó Feminist Funnies, su saga de historias donde ya aparece su estilo humorístico incorrecto. “Tenía una historieta basada en el movimiento de mujeres. El humor y el movimiento de mujeres no eran conceptos que se pudiesen juntar en ese tiempo, así que yo siempre tenía una manera un poco diferente de hacer las cosas”, declaró sobre esos años. Obviamente no fue pionera en el comic feminista, porque ya existía Wimmen’s Comix, una revista fundada desde hacía dos años por un colectivo de mujeres que aprendieron del underground la lógica de la autogestión y la resistencia a los modelos impuestos. La imagen de la mujer de esa antología colectiva era una innovadora revolución en el mundo de la historieta, lejos de la Daisy como apéndice femenino del Pato Donald, pero para Roberta todavía faltaba algo, así que aportó otra vez su diferencia. “Lo que me hizo publicar mi primera historieta en Wimmen’s Comix era ver que el Nº 1 de la revista era virtualmente heterosexual. Y me dije, ¿qué pasa acá? Así que escribí una historia lésbica... No me salió todo lo bien que quería, pero al menos fue un lugar válido para partir.” La historieta se llamó A Modern Romance, fue publicada en 1974 en Wimmen’s Comix y partió al medio la historia del comic feminista, arrojándola por el tobogán de la modernidad diversa.
La protagonista de A Modern Romance es Anne, recién llegada a la universidad, desorientada y en busca de algún ambiente amigable. Comienza a participar en el movimiento estudiantil de mujeres que invita a dar una conferencia a la feminista radical Jane Watson. Hasta ahí, todo parecía una historia de iniciación en el feminismo, pero Roberta Gregory le da un giro a la cuestión y dibuja una viñeta con los pensamientos de las estudiantes mientras miran la conferencia de la Watson, una lesbiana-chongo hecha y derecha. Una piensa que “ella es el tipo que da al feminismo mala reputación”, otra que “es la última vez que la invitamos a hablar”, y otra simplemente exclama “¡Qué tortillera!”. Anne, al final de la viñeta, en cambio, se sonroja, aparecen doce corazoncitos que la rodean y mientras su mismísimo corazón se acelera, su único pensamiento es “Oh, Dios”. Anne se da cuenta ahí de que es lesbiana, aunque no puede ni mencionar esa palabra, recapitula su vida en un segundo y recuerda que nunca le importaron mucho los chicos, pero jamás consideró la posibilidad de acostarse con otra mujer. En un solo cuadro, Gregory pinta el estado de la lesbofobia del viejo feminismo, que desgraciadamente aún sigue vigente en ciertas vetas conservadoras que rechazan cualquier asociación con el lesbianismo para no “confundir las cosas”. Y de paso, con el personaje de Anne en A Modern Romance, se funda el comic lesbofeminista en medio de la, hasta ese momento, heterosexista Wimmen’s Comix. Y los planteos de Gregory se fueron expandiendo hasta crear el lugar de una diferencia inteligente entre las historietistas. Y así hizo historia: en 1976 fue la primera mujer en publicar una colección de historietas individuales en formato de libro. Se llamó Dynamite Damsels y tiene como protagonista de la mayoría de las historias a Frieda Phels, sucesora de las aventuras universitarias de Anne. La propia Gregory presenta el libro en un prólogo con ella misma dibujada, donde aclara que todas las historias se basan en sucesos reales. Había denuncias que aún están vigentes, como la incomprensión y el maltrato de un ginecólogo hacia una paciente lesbiana o la falta de talles para mujeres de carne abundante, pero todo desde un sentido del humor corrosivo, como si fuese un panfleto satírico. Estas historietas de no ficción, subgénero propio del comic underground, son uno de los testimonios más lúcidos sobre el lesbofeminismo de mediados de los ‘70. También, al principio y al final, Dynamite Damsels tiene historietas fantásticas, una de ellas es Superdyke (o “Supertorta”), una amazona vengadora de mujeres y maricas golpeadas por el machismo, tanto como ayuda a una mujer a cambiar una rueda pinchada de su auto o a barrer debajo de la heladera. Tal vez sea la primera superheroína lésbica. Lo que sería un detalle más, porque a esa altura Gregory ya tenía garantizado en los papeles su lugar como pionera tamaño súper.
La creación de la revista Gay Comix a inicios de los ‘80 hizo que Roberta Gregory tuviese un lugar ideal para publicar sus críticas historietas lésbicas. Su visión de las cosas igual no tenía nada que ver con el gay chic propio de esa década sino que se adelantaba a la visión del movimiento queer de los ‘90. Aunque, sin embargo, su creación más popular va a ser Bitchy Bitch, una mujer heterosexual llamada Midge McCracken que, siempre a la defensiva iracunda, tiene un inconformismo infinito con el mundo, empezando por su trabajo, una oficina que funciona como microcosmos de la mayor parte de sus desventuras, que implican el aborto, el abuso de poder patriarcal, la desalianza entre mujeres. Suerte de sitcom furiosa, McCracken comparte algunas quejas contra el mundo de su autora, pero es homofóbica, algo que le permite a Gregory exponer cómo funciona el pensamiento reaccionario. McCracken, que en España se tradujo como El Putón, como todos los personajes de Gregory, es un ser contradictorio, dinámico, que fluye zigzagueante como la orientación sexual y la identidad de género. “Yo siempre pienso al género, la sexualidad y todo eso como algo bastante fluido. Nunca me pensé a mí misma como una niña mientras estaba creciendo, por ejemplo, y he atravesado yo misma todo el mapa sexual, incluso viví con una persona trans antes de que estuviera ‘de moda’, sin pensar que eso fuese algo extraño. Me resulta fascinante ver a la gente tratando de encajar a veces en los compartimentos sexuales/genéricos de la sociedad y ajustarse para estar adaptados a las ‘etiquetas’”, dice Gregory acercándose a la visión más anarcofeminista del movimiento queer. Y en ese contexto nace la contracara de McCracken, su personaje lésbico más famoso, casi un icono de explosión torta: Bitchy Butch, con su robutez de pelo corto y tetas caídas. Profundizando su estilo de caricatura descontrolada, con el trazo fuera de borda y las onomatopeyas al borde de un ataque de nervios, Butchy, como cariñosamente la llama su autora, es su torta machona de dientes apretados de furia, una versión guerrillera de la resistencia lésbica que incomoda: avanza frontal contra todo lo que se pone en su camino, desde la derecha religiosa hasta cualquiera que insinúe vestigios de ideología heteronormativa. “Butchy nació cuando una mujer me pidió crear una versión lésbica de Bitchy Bitch para un libro de historietas. Cuando le mostré mi primera historia de Butchy, ¡esta mujer se enfureció y se ofendió! Entre estas historias están algunas de mis favoritas.” Obviamente, algunas personas juzgan la imagen de Butchy como el arquetipo negativo de la torta-chongo, pero Gregory muestra que a los arquetipos no hay que combatirlos sino desarrollarlos hasta que la caricatura los vuelva gigantes invencibles. Y así poder amarlos por siempre.
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