Viernes, 19 de marzo de 2010 | Hoy
Juan Miceli presenta lo viejo lo nuevo, lo usado lo flamante, lo bello y lo bestia en Espacio Wallrod.
Director de arte (trabajó para la película Hoteles, de Aldo Paparella), encargado de vestuario en comerciales para televisión, docente universitario en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo y artista plástico, Juan Miceli (Buenos Aires, 1971) ofrece su visión de las artes espaciales, teñida por los diversos ámbitos que frecuenta. Sus esculturas parecen puestas en escena y sus instalaciones, majestuosos proyectos arquitectónicos inconclusos. Hay también en sus trabajos un brillo agotador e insistente, como el de las pantallas.
Incluso la muestra, montada con la colaboración de Rubén Quiroga, se desdobla: en la primera sala del Espacio Wallrod, en el cada vez más vivo barrio de Boedo, una especie de antológica reúne obras bestiales exhibidas en Ave Porco, el Centro Cultural Recoleta, Una.Casa, Club Cultural Matienzo, El Sindicato y otros espacios de exposición porteños. Como invitados a un cóctel en el lobby de un hotel arrasado por las llamas en el que sólo admitieran monstruos, esculturas de vidrio de botellas repletas de miniaturas, con formas humanas o animales, bailan su danza colectiva, reflejo deforme, alucinado (o mejorado) del ecosistema urbano. El brazo colgante de La mano que me da comer alimenta mi mundo, lívido, contiene dentaduras postizas, pistolas de juguete y la trayectoria amenazante de un gesto de diva.
En la segunda sala, más chica, aparece lo nuevo: nueve obras conforman El triunfo de Delerium. Mientras que en la anterior era el vidrio, aquí el plástico, con su estigma de frivolidad y tóxico, es el material favorito. Un imaginario de parroquia perversa y de juguetería aberrante, de cómic y de psicotrópicos (que evocan las pinturas de Ezequiel García y los dibujos alocados de Marcelo Alzetta) orbita en torno al ojo ciclópeo que domina el espacio de Wallrod. Pesadilla de basural, Miceli, pese a las declaraciones, es más realista de lo que cree. En El triunfo de Delerium, las obras se alimentan de fracasos: marginalidad económica, rechazo de lo inarmónico y otros primores del statu quo. Insectos de cristal falso, sofisticadas modelos de autodefensa (Hydra, una de las mejores piezas), altares tan barrocos como mugrientos y escenografías de catástrofes amigables intentan que el delirio se vuelva tierno. ¿Existe mejor tarea para el arte? Sí, por supuesto, pero ésta es una posibilidad que indaga el trabajo de Miceli. Una cantera, sin embargo, no está explotada, y es la narración de historias con ese elenco de figuras que, como los espectadores, tienen todo para el drama y la comedia; permanecen en un estado de latencia, no actúan. Esa potencia latente desata la tormenta en el ojo del espectador: una borrasca de funcionamientos anómalos de las cosas, de venganzas del reciclado, de diferencias sexuales ilusorias (no por ilusorias menos efectivas) que responden, oblicuamente, a los antimanifiestos de Oscar Wilde: la pobreza también puede ser lujosa.l
Miceli: the verybestia inauguró el 6 de marzo (“con todo”, si se observan las fotos en la Web) y se puede visitar en el Espacio Wallrod, Carlos Calvo 3619, hasta el 6 de abril, de jueves a sábado de 18 a 22. Muestras satélite: fotografías de Paola Cicchini e Ingrid Barvarich. Fiesta de cierre: 10 de abril a partir de las 20. Próxima exposición: los soñados collages de Laura Mema. Para las visitas, conviene concertar cita a [email protected]
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