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Viernes, 3 de septiembre de 2010

WEDDING PLANES

En el fin del mundo

 Por Silvina Maddaleno

Unos días después de la sanción de la nueva ley de matrimonio, Pablo empezó a sentir un cosquilleo molesto en todo el cuerpo. Consultó al médico. Diagnóstico indefinido. “Relajate y tomate unos días cuando puedas”, le aconsejó el doctor. “¿Por qué no te vas a visitar a tu papá?”, insistió su madre.

El cosquilleo seguía y era un fastidio. Algo tenía que hacer. Decidido. Iba a ver a su padre. Basta de mentiras y creativas maneras de hacerse los boludos. Los veinte años que había cumplido eran suficientes. Tenían que hablar. No lo veía desde hacía seis meses, durante la última visita de su papá a a Buenos Aires. El, Luis, había sido una persona muy presente en su crianza aunque siempre les había costado comunicarse, más desde el divorcio con su madre y su mudanza al sur.

Pablo pidió tres días en el laburo, le sumó un fin de semana, y sacó los pasajes. Decidió ir sin avisarle. Los pasajes le costaron el importe casi exacto de sus ahorros. Tierra del Fuego es el fin del mundo y no se llega así nomás. El viaje estuvo repleto de pesadillas. Cuando bajó del avión, un auto lo llevó hasta la casa de su padre. Se comió las uñas y el coco. Era la segunda vez que visitaba Ushuaia, la primera había sido con su abuela a los diez años. El aire frío se colaba por la hendija abierta de la ventana del auto. Ya no recordaba lo que quería decirle a su padre y era tarde para arrepentirse. Cuando tocó el timbre oyó como su propia taquicardia le marcaba el ritmo a las ideas. No estaba. Se sentó a esperar en el umbral. Dos horas de frío y nevisca no llegaron a enfriarle las ilusiones. Cuando Luis apareció no podía creer que era su hijo el que estaba sentado en la puerta y lo apretó en un abrazo.

—Pablo, ¿qué hacés acá? ¿Por qué no me avisaste que venías?

El living de la casa de Luis estaba tibio y agradable. Costó llegar a la charla fluida. Luis hizo de cenar y compartieron un tintillo de selección. Hablaron de todo y de nada. La segunda ronda de malbec aflojó tensiones y pruritos. La palabra justa llegó a la boca como un sabor conocido.

—Pa, a mí todo el debate por la ley de matrimonio igualitario, me removió muchas cosas y necesito decírtelas.

Luis empalideció. Tragó saliva y no pudo desenredar la lengua. Pablo siguió:

—Yo sé que a vos te gustan los hombres, lo que no sé es por qué estás tardando tanto para contármelo.

Las cejas de Luis se alzaron como si ese padre compartiera la incredulidad de su hijo. El cosquilleo de Pablo, de pronto, había desaparecido.

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