Viernes, 24 de septiembre de 2010 | Hoy
TAPA
La película ya se ganó el premio Teddy en la Berlinale y muchos la anuncian como segura candidata para llevarse un Oscar. Dirigida por Lisa Cholodenko (The L Word), Mi familia, cuyo título original es The Kids Are All Right, es la primera versión norteamericana dedicada al gran público que retrata en primer plano conflictos e intimidades de una familia diversa. Se estrena la semana próxima en los cines de la Argentina, donde ya se ha instalado la polémica sobre hasta qué punto este retrato es fiel, sesgado, versión muy libre o todo lo contrario.
Por Mariana Enriquez
En vez de usar su título original, que es The Kids Are All Right, en Estados Unidos la llaman “la película del matrimonio lésbico”, un sobrenombre que le encanta a su directora, Lisa Cholodenko. En la traducción local se llama Mi familia y por una vez la arbitrariedad funciona: justamente de una familia se trata The Kids Are All Right. Claro que es una familia de dos madres y sus dos hijos, una familia diversa, y que es una película imposible de subestimar por su importancia cultural: tuvo un éxito enorme en el festival de Sundance, críticas entusiastas de los medios más prestigiosos, y un elenco de estrellas que, además, son grandes actores: Julianne Moore (Lejos del paraíso, Boogie Nights), Annette Bening (Belleza americana) y Mark Ruffalo (La isla siniestra, Mi vida sin mi). Es, claro, la primera película masiva cuyas protagonistas son una pareja de madres lesbianas. La primera: da vértigo. Pero, justamente porque es un acontecimiento de importancia, Mi familia también contó con algunos rechazos muy firmes y desde los lugares menos esperados: ciertos miembros militantes de la comunidad gay.
Vamos por partes. Lisa Cholodenko es una californiana que dirigió episodios de The L Word y Six Feet Under en televisión, y películas como High Art (1998), la historia de amor entre una fotógrafa y una pasante que devolvió al mapa a Ally Sheedy (la chica rara de Nosotros cinco) y descubrió a Patricia Clarkson, que se haría muy famosa con Six Feet Under; o como Laurel Canyon (2002), sobre una excéntrica familia integrada por Frances McDormand (rockera, fumona) y la menos liberal Kate Beckinsale. Después de estas dos películas, que tuvieron una recepción crítica muy entusiasta, Lisa Cholodenko desapareció del mapa cinematográfico: se dedicó a lo que hoy, irónicamente, llama “la investigación”. En pareja con la compositora Wendy Melvoin, quedó embarazada de su primer hijo, Calder, usando un donante anónimo. Calder ya tiene cuatro años. Durante todo el proceso, Lisa atesoraba la idea de hacer una película sobre una familia diversa y sus problemas, pero no los problemas del comienzo, sino los que potencialmente podría enfrentar con el tiempo: un matrimonio algo desgastado por la convivencia, los hijos adolescentes y la posibilidad de que uno de los chicos, llegado a la mayoría de edad, sintiera curiosidad y quiera conocer al donante. Lo que Cholodenko tenía claro desde el principio era que quería una película masiva, alejarse del indie, alcanzar al gran público. Para eso necesitaba un guión amigable, y un elenco de estrellas. Convencer a Julianne Moore, que es su amiga, no costó nada. Annette Bening requirió un cortejo más largo, pero finalmente se dejó seducir. Mark Ruffalo también se sumó alegremente. Sólo faltaban los chicos del título, que paradójicamente no son los protagonistas, ni interesan mucho, en la película: quedaron elegidos Mia Wasilkowska (la Alicia de Tim Burton) y el quinceañero Josh Hutcherson.
Mi familia es así: Nic (Annette Bening) y Jules (Julianne Moore) llevan casi veinte años juntas, y tienen dos hijos, Joni, una chica de 18, y Laser, de 15. Nic es médica, trabaja mucho y es un poco dura con su mujer, que es un poco hippie, bastante diletante, que tiene algunas dificultades para llevar adelante una carrera o hacer funcionar un negocio. Nic, a veces, le echa en cara a Jules ser la “proveedora”. Y Jules se hace un poco la tonta, y abusa de su encanto distraído. Los chicos las adoran, aunque a veces se sienten presionados, porque ellas son madres sobreprotectoras que se enorgullecen de la inteligencia de Joni –que acaba de lograr el ingreso a la universidad– y se preocupan porque Laser tiene un amigo medio tarado. Tanto se preocupan que hasta piensan que Laser puede ser gay: les resulta más sencillo entender de ese modo la atracción por el amigo pavote, mucho más que aceptar que quizá su hijo sea un poco pavote también. Son mujeres felizmente burguesas, viven en una casa magnífica, parecen absolutamente integradas. Son el colmo de la normalidad. Decía Lisa Cholodenko en una entrevista para salon.com: “De alguna manera, esta historia es un poco de derecha. Es realmente pro-familia”.
Los chicos, ya adolescentes crecidos, quieren conocer al donante. Y como Joni ya cumplió 18 años, tiene derecho a hacerlo. Pronto se pone en contacto con él. Y el donante resulta ser Paul (Mark Ruffalo, un actor excepcional): dueño de un restaurante ultra cool, atractivo, canchero, bastante inmaduro, siempre sobre su moto, hablando de comida orgánica y cantando a Joni Mitchell. El chico no queda muy impresionado, la chica sí. Y de a poco, Paul se integra a la familia. Al principio, el idilio. Hasta que se integra demasiado y surge El Problema. Y es aquí donde se centró casi toda la polémica sobre la película: Jules, la madre más bonita, la que estuvo embarazada además, empieza a trabajar para Paul, que necesita ayuda con su jardín. Y entre los cactus y bajo el sol californiano, Jules y Paul se atraen, se seducen, y tienen memorables encuentros sexuales. En uno de ellos, Jules le baja el pantalón a Paul y cuando ve su erección dice: “¡Hola!” entre la sorpresa y la bienvenida.
Varios problemas con esto: las escenas de sexo entre las mujeres son mucho más breves y discretas, directamente no se ve piel. Sí, es cierto, ellas para excitarse miran porno gay (masculino) pero a pesar de que éste es un detalle poco estereotipado, divertido y travieso, cuando finalmente van en busca de la película, Julianne Moore se mete bajo las sábanas y entre las piernas de Annette, que está tapada, y no se ve nada. Annette, además, no se excita. Otro encuentro, con bañera y sales, también se frustra. Las escenas entre Julianne Moore y Mark Ruffalo, en cambio, son súper calientes, ambos están desnudos, hay gritos y susurros; Ruffalo, además, tiene como amante a su socia, la escandalosamente hermosa Yaya DaCosta, una modelo negra que ya mismo debería convertirse en una estrella. Esas escenas también son muy cachondas, y les sobra piel. Es decir: el mejor sexo que se ve es heterosexual. Lo que no sería tan grave si, de alguna manera, no se implicara que, finalmente, lo que quieren las lesbianas es el falo. Y eso incluso no sería tan problemático como la justificación por la naturaleza: son donante y embarazada los que se sienten atraídos, en una versión preocupante de “la sangre tira”.
Lisa Cholodenko responde a las críticas con tranquilidad. “Es una película de autor. Yo no soy una persona abiertamente política, ni de izquierda radical. No quiero congraciarme con el estudio. La escribí desde el corazón. No me puse limitaciones, ni traicioné lo que pienso, ni usé fantasías ajenas. Lo que pasa en la película me resulta verdadero a mí y a la gente que conozco. Para mí la sexualidad es algo fluido. Creo que la gente puede tener atracción sexual por gente del mismo o del otro género, pero ser emocionalmente heterosexuales u homosexuales. Sé que hay lesbianas enojadas porque uno de los personajes, una lesbiana, se acuesta con un hombre. Me da un poco de risa. Alguna gente tiene que saber cuándo guardar el megáfono rosa. Para mí lo que funciona de la película es que ella no está cuestionando su sexualidad, está cuestionando su matrimonio, y eso aparece de una manera mucho más profunda porque él es un hombre. No es irrelevante que sea un hombre, pero me parece más importante en el esquema de la película que ella esté atraída genuinamente por él, intrigada. Tienen hijos juntos, y eso es una conexión muy poderosa con alguien. Y él es precioso.” El crítico Andrew O’Heir escribió: “Mi familia tiene una agenda dramática, pero no una agenda política. No se apega a tópicos sobre los que hay que hablar sí o sí porque son parte de lo que se dice habitualmente sobre el matrimonio gay y la identidad sexual, no aboga por un paradigma social o artístico revolucionario y no es un seminario de autoestima LGTB”. Tiene razón, y en este sentido Mi familia es una película incluso valiente: va y viene, entra y sale de la corrección política con toda la confusión que tiene la vida real, que siempre es más compleja y ambigua que el discurso militante, y en ocasiones, claro, no está a la altura de ese discurso. Mi familia puede ser burguesa y conservadora, pero nunca resulta deshonesta.
Después de la infidelidad, en la segunda mitad de la película, Mi familia se trata de cómo harán estas mujeres para salvar a su pareja, si vale la pena hacerlo después de semejante crisis. Para Cholodenko, es lo más importante de la historia que quiso contar: “¿Por qué algunos matrimonios sobreviven y otros no? ¿Qué es ese vago y extraño elixir que mantiene unida a cierta gente incluso en las circunstancias más duras? Yo creo que es tener hijos. Creo que es tener respeto por lo sagrado de la familia”. Los chicos, en efecto, están bien: y si bien esta experiencia es traumática, parecen ser capaces de superarla con moretones mínimos. Andrew O’Heir celebró: “Mi familia rankea como uno de los más conmovedores retratos de una familia americana que alguna vez se hayan hecho, más allá de la sexualidad. Al mostrar un matrimonio lésbico que es tan tradicional como cualquier matrimonio –con problemas de bebida, de infidelidad, con situaciones vergonzosas frente a los hijos– Cholodenko ha hecho una película más revolucionaria y transgresora que cualquiera de las que se ven en festivales queer del Castro o de Manhattan: ésta es una película diseñada para un público amplio y popular. No se puede pedir mayor visibilidad”.
Las críticas más tenaces se relacionan, precisamente, con esta visibilidad. Hubo muchas, muchas quejas de la comunidad lésbica hacia Mi familia, pero quizá sea suficiente citar a Joan Garry, una militante queer que escribe con frecuencia en el diario progresista online Huffington Post. En julio de este año escribió un artículo llamado “¿Los chicos están bien? ¡De ninguna manera!” que decía así: “Yo estaba más que entusiasmada. Una película masiva. Dos grandes celebridades... Un hito cultural. Mi familia nunca había tenido uno. Nuestra familia iba a estar en la pantalla grande. Por primera vez. Y fui a verla. Y tengo problemas con la película. ¿Se preguntan cómo una madre lesbiana y activista con tres hijos concebidos por donante de semen puede tener problemas con la primera película mainstream en la historia que trata sobre lesbianas que crían a una familia juntas? ¿Se preguntan cómo puedo ser tan hinchapelotas? Bueno, lo soy. Porque es la primera. Por el poder de las estrellas que protagonizan. Porque tuvo críticas excelentes. Porque ya recaudó cinco millones de dólares. Porque la semana pasada ya logró estrenarse en cines de los suburbios. Porque estas imágenes determinarán las percepciones sobre las familias gay. Sobre cómo las madres somos percibidas. Y, más importante, esta película será importante para los hijos de gays y lesbianas... No entiendo cómo una de las mujeres puede tener sexo con el donante –la infidelidad con un hombre no importa tanto, son cosas que suceden–. Hay que decirlo claramente: la relación de una familia con el donante es complicada y hasta turbia. Si el donante entra en la vida de la familia, los padres tienen la responsabilidad de portarse como adultos, la obligación de hacerlo. No exponer a los chicos a complicaciones irresponsables... Pero quizá lo que más me enerva es lo que implica esta película: que las lesbianas y las familias que crean necesitan a un hombre para estar completas”.
Joan Garry tiene argumentos. Pero también es cierto que todos, Cholodenko incluida –ella misma madre lesbiana– todavía debemos transitar mucho camino para desprendernos de convenciones en la manera de narrar, de hacer cine, de apelar al público masivo. Todavía muchas cuestiones se plantean en puntas de pie y en voz baja, por miedo a ofender, por respeto a los derechos tanto tiempo negados y recién adquiridos (y en muchos casos quitados, como lo hizo la Propuesta 8 en California), porque quienes atacan a estas familias –no sólo a las familias: a las personas LGTB en general– son temibles, terribles, lo vimos hace poquísimo cuando hubo que soportar declaraciones espeluznantes y marchas franquistas en pleno debate por el matrimonio gay. Con sus objeciones, con sus fallas, con sus muchos aciertos e ironías, Mi familia es la primera película masiva protagonizada por una familia diversa. Y habrá que verla muchas veces y discutirla, destrozarla y respetarla por pionera, por conservadora, por arriesgada, por sincera y, en ocasiones, por conmovedora.
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