Viernes, 24 de septiembre de 2010 | Hoy
WEDDING PLANES
Por Silvina Maddaleno
Juliana tiene siete años, es la hermana mayor de Adrián, que tiene tres, es fanática de los peluches, de la letra “J” porque es la inicial de su nombre, de los chocolates a toda hora y de las preguntas que incomodan. El jueves pasado, antes de cenar, insistía en poner el canal de dibujos animados, pero esa noche perdió la batalla. Mientras Esteban, el papá y cocinero vitalicio, se esmeraba en conseguir los sabores de un arroz persa, Juliana peinaba a su muñeca y hacía pucheros. Marcela, su mamá, oía las noticias y las miraba de reojo por la tele, mientras preparaba la mesa. El pequeño Adrián saltaba por el living pidiendo pan porque tenía hambre.
De pronto, Marcela y Esteban cruzaron miradas. Se detuvieron a observar cómo Juliana le acercaba un trozo de pan a su hermano para que deje de gritar y se plantaba delante del televisor para oír con atención la noticia.
Hablaban de Vicente, el primer bebé en la Argentina que legalmente tiene dos madres. Terminó la noticia y la nena siguió jugando con el hermano como si nada hubiera pasado.
Ya después, en medio de la cena y con el televisor apagado, deslizó muy seria:
—Papi, tenés razón, no hay que creer todo lo que dice la tele.
Esteban ocultó su sonrisa y preguntó seriamente:
—¿Por qué decís eso, July?
—Porque ese bebé que tiene dos mamás no es el primero. Nosotros conocemos a “M” y “S” que son dos mamás. Y ellas me dijeron que conocen a otras mamás dobles también —explicó Juliana muy convencida, charlando en la mesa como un adulto más.
Esteban se esmeró por dominar la emoción y el orgullo que le provocaba el comentario de su hija. Quería comérsela a besos, pero se concentró en contestarle.
—Tenés razón, July. Lo que pasa es que es la primera vez en este país que un bebé tiene dos mamás reconocidas por la ley; eso es lo importante.
Juliana siguió la conversación e intentó profundizar.
—Y Brunito, el bebé de “S” y “M”, ¿ya tiene dos mamás reconocidas por la ley?
—No, todavía no, hija —dijo Esteban, esperando la próxima pregunta casi con temor.
—Que pongan un abogado, papi —sugirió la niña con soltura.
También hizo seriamente una declaración.
—Yo, cuando sea grande, voy a estudiar “de abogada” para ayudar a la gente.
—Vos tenés que estudiar lo que te haga feliz, princesa —aconsejó el padre.
—A mí me hace feliz comer chocolates y eso no se estudia, papi. Así que me los como igual y estudio “de abogada”.
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