Viernes, 9 de diciembre de 2011 | Hoy
FICCIONES AL PASO
Por Wenceslao Maldonado
Me costó explicarle a Elisa que daba lo mismo que jugáramos con soldaditos o con muñecas.
—Me di cuenta de que mi hijo era gay desde chiquito, porque no agarraba los soldaditos, prefería las muñecas de la hermana...
En mi intentona de hacerle entender que podía ser gay y gustarle también jugar con soldaditos, salió el tema de un soldado aguerrido, Aquiles, cuya pareja era otro soldado valiente, Patroclo.
—¿Cómo? —se resistía Elisa mirándome con extrañeza. —¿No viste la película Troya? La de Brad Pitt... ¿te acordás? Allí se mostraba clarito que eran primos.
Argumenté que, a veces, hay situaciones que se manipulan, en el cine y en la vida, para que no aparezcan como son.
—No me vas a decir, Wences —me contestó con energía— que los gays no manipulan bastante los hechos para encontrar homosexuales por todas partes, hasta en la Biblia...
La conversación se comenzó a transformar en debate. Tuve que acudir a mis escasas dotes de político para trasmitirle lo que la antigüedad pensaba de esa pareja, considerada modelo de amor y valentía.
Comencé a tirar de la cuerda de mi erudición, que sonaba postiza, quizá, en sus oídos de madre intentando superar prejuicios.
—Y sí, imaginate que ya Esquilo, citado por Plutarco en su Erotikón, ponía en boca de Aquiles un reproche a Patroclo por haberse dejado matar, y decía...
Busqué en mi memoria la cita, y nada. “Qué desmemoriado que estoy”, me dije. Me acordaba sólo vagamente de que Aquiles susurraba algo así como: “Qué cruel fuiste, que no te acordaste de nuestros besos...”. Pero no, no. Entonces traté de seguir con Platón, el debate del mal llamado Banquete, en realidad Simposio; pero no le iba a estar explicando a la querida Elisa por qué se llamaba así el diálogo, momento en que se quedaban los hombres a tomar vino y se les soltaba la lengua.
—Mirá, Platón relata que, en un encuentro con Sócrates, en la casa del escritor de tragedias Agatón, cuando debatían sobre Eros, un tal Fedro afirmó que la gloria de Aquiles era haber muerto por vengar a su amante Patroclo...
Bueno, también en este punto me corté porque no me acordaba exactamente las palabras del comentario de Fedro. Pero para hacer más impresionante mi argumentación, añadí los nombres de Jenofonte y de Esquines. Y cuando andaba en ésas, me acordé de un versito de Estratón de Sardes y lo largué enseguida con voz triunfante.
—“¡Qué feliz ese muchachito que, nuevo Aquiles, goza en la carpa con su Patroclo!”
Elisa me miraba otra vez sorprendida. Y la verdad es que, además de no haber dicho la frase de Estratón correctamente, no sabía cómo hacer para explicarle qué era la “Musa de los Muchachos”, una colección de epigramas pederásticos.
Elisa trató de cambiar la argumentación.
—Mirá, no era sólo que no le gustaran los soldaditos. A mi hijo no le gustaba tampoco el fútbol...
Intenté revertir la opinión, contándole que hay equipos de fútbol gays y que la Argentina había sido campeona no hacía mucho.
—Bueno, Wences —concluyó— a mi hijo lo acepté siempre como era, y nada más, aunque prefiriera las muñecas a los soldaditos.
Sentí la emoción repentina que me transmitía, ya que, por encima de los prejuicios, quería ser madre en plenitud.
Mientras se alejaba, pensé que no estaba del todo mal seguir con Aquiles, y pedirle sólo las armas, como Patroclo, para continuar el combate contra tanta discriminación y prejuicio, todavía en pie como las murallas de Troya, y conseguir al fin la victoria del respeto a la diversidad, verdadera paz de un país mejor.
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