Viernes, 24 de febrero de 2012 | Hoy
Ni George Sand, ni Victor Victoria, ni Tootsie, la película Albert Nobbs basada en el cuento del irlandés y victoriano George Moore, es mucho más que la oportunidad de ver a Glenn Close “haciendo de hombre” o “haciendo de mujer que hace de hombre”. Con rara sutileza viniendo de Hollywood, esta película pone en cuestión la idea de identidad como madre de todas las luchas, sobre todo cuando está en juego la supervivencia de las damas en una época tan lejana y hostil para ellas como el siglo XIX irlandés. Masculinidad trans, ausencia del género como valor identitario, la película propone, como da cuenta esta nota, interpretaciones encontradas y una discusión sobre el uso de las categorías.
Por Diego Trerotola
En pleno régimen censor del macartismo en Hollywood, Edward D. Wood Jr. pudo dirigir, escribir y protagonizar, a principios de los ’50, la película Glen or Glenda, un drama sin moralina sobre travestismo y transexualidad cuando aún eran temas tabúes, censurados en las pantallas, perseguidos por las leyes y la opinión pública en Estados Unidos y alrededor del mundo. Casi como un ovni aún más extraño que los que vuelan en las películas posteriores, esta ópera prima de Ed Wood fue un encargo de una productora de películas de sexploitation para aprovechar la notoriedad que había adquirido la transexual Christine Jorgensen. Pero el cineasta, con talento impar para desviarse, agregó un segundo episodio sobre cross-dressing, con la historia central de un hombre que revela a su esposa el fetiche por vestirse con ropa de mujer. Wood tenía ese mismo deseo fetichista, lo que hizo que Glen or Glenda, con el tiempo convertida en película de culto, sea una suerte de autobiografía, porque él mismo interpretaba el papel de cross-dresser, exponiendo su obsesión por los sweaters de angora y la ropa interior femenina. El título original, esa disyunción entre dos nombres, podría haber sido todavía más ambiguo con el agregado de una sola consonante más, porque Glenn es un nombre unisex. Y aunque hay muchos hombres conocidos que se llaman así, Glenn Miller y Glenn Ford, hay menos mujeres que llevan ese nombre, y tal vez la más popular sea Glenn Close, la actriz célebre en cine por ser la villana de Atracción fatal y de 101 Dálmatas, y en Broadway por varios papeles, especialmente por su caracterización de Norma Desmond, la femme fatale de la versión musical de Sunset Blvd. Ahora, Close convirtió a Albert Nobbs en su proyecto más personal, un poco autobiográfico, pero no exponiendo su vida cotidiana sino sintetizando el compromiso durante décadas a través de su carrera artística. Hace treinta años, Glenn Close ganaba un premio Obie con la interpretación de The Singular Life of Albert Nobbs, una obra del off Broadway donde interpretaba el papel del título, un hombre trans en la Irlanda del siglo XIX, basado en un relato del escritor irlandés George Moore, influencia de James Joyce, publicado en 1918 y uno de los tantos textos polémicos para la moral victoriana que lo vio nacer como autor y que condenaba la sodomía sobre la que escribió en varios de sus libros. Diez años después de su celebrado papel trans sobre las tablas, Close filmó Encuentro con Venus (1991) bajo las órdenes del cineasta húngaro István Szabó, quien había dirigido Coronel Redl, drama nominado al Oscar sobre un militar que era chantajeado por homosexual. En ese momento, Szabó y Close pensaron en filmar una adaptación de la historia de Albert Nobbs, pero el proyecto quedó trunco por casi veinte años. Hasta que en 2011, después de veinte años más de espera, la insistencia de Glenn Close logró concretar su proyecto de llevar al cine su encarnación de Albert Glenn, en la película más personal de la actriz, porque ella misma coprodujo, co- escribió el guión y compuso la música original de la película. Es que el compromiso con la historia del hombre trans de la Irlanda de fines del siglo XIX hizo a Glenn Close invertir todo su talento y su corazón para volver real ese deseo unisex y/o trans grabado en su nombre.
Más allá de lo camp de muchos de sus personajes como Cruella DeVille, referente de tanta drag queen, Close también sostuvo una relación militante con su lado queer a través de su obra. Tal vez uno de sus papeles más claros en este sentido, y el más cercano a Albert Nobbs, es su personificación de Margarethe Cammermeyer en Un paso al frente (Serving in Silence, 1995), una película para TV sobre el caso real de una oficial que fue destituida del ejército tras revelar su orientación sexual. Lejos de distanciarse del personaje lésbico como sucede con muchas actrices, y de esa forma exorcizar la posibilidad de identificación con la diversidad sexual, en su momento, Close declaró su cercanía íntima con ese deseo: “Cuando Judy Davis y yo nos besamos al final, sentí por 30 segundos, tal vez durante un minuto, lo que realmente se siente ser atraído por mi propio género”. Incluso, durante el rodaje, agradeció la presencia de Cammermeyer para supervisar su actuación, para tratar de mimetizarse lo más posible con la personalidad de la ex militar. Y esa misma mimesis logra en Albert Nobbs, personaje con el que Close vivió una intimidad durante décadas, casi como una historia de amor, y que tal vez conozca más que nadie. La película se ubica en una Irlanda victoriana, para trazar la supervivencia de Nobbs, un hombre trans que trabaja como mayordomo en un hotel, y que cuando le preguntan desde cuándo asumió su masculinidad, responde que no recuerda, tal vez porque la memoria de su propia identidad parece tan profunda como eterna. Quien le pregunta eso es un pintor de brocha gorda, Hubert Page (Janet McTeer), que trabaja temporalmente en el mismo hotel y pasa una noche con él. Page también es un hombre trans, y Nobbs se sorprende al encontrar un par al que no le tiene que ocultar toda la complejidad de su identidad y de sus deseos. Así, por primera vez, una película cuenta con cercanía la formación de una comunidad mínima y espontánea de hombres trans, que comparten sus visiones del mundo, sus mutuas diferencias, como refugio de toda la transfobia que amenaza a cada lado del camino que transitan. “¿Cuál es tu nombre”, pregunta Hubert a Nobbs. “Albert”, responde Nobbs. “¿Y tu nombre real?”, repregunta Hubert. “Albert”, repite Nobbs. Ambos hombres trans aprenden sobre los meandros de la identidad de cada cual, porque algo notable de la película es que la masculinidad trans es diversa, lo que para uno es real, para otro tal vez no: porque al deseo y a la identidad, como a la misma realidad, le gusta ser plural. Cuando Nobbs conoce a Cathleen (Bronagh Gallagher), la esposa de Hubert, mira perplejo a esa muchacha que está casada con un hombre trans y no puede creer que vivan como pareja. “Ella es tan real”, dice Nobbs refiriéndose a Cathleen, para expresar que comprobó que es posible para él amar a una mujer y formar un hogar. Como en Los muchachos no lloran, esta película puede llegar a mostrar la felicidad y el placer de ser un hombre trans, pero también la violencia y la vulnerabilidad que los rodea, tanto ahora como en la era victoriana en la que transcurre el relato. Y, también, Albert Nobbs es un duelo actoral trans, quizás el primero de la historia del cine, encarnado por dos actrices que tienen las nominaciones más merecidas en mucho tiempo. La primera es, claro, Glenn Close, comprometida con la visibilidad de la masculinidad trans como ninguna otra actriz. La otra es Janet McTeer que, cuando supo de la nominación, declaró: “Había un montón de gente que vivía de esta manera. Algo que tienen que recordar es que en Inglaterra fue diferente de aquí; la sodomía, si eras un hombre, era ilegal y eras expulsado del país. No había nada contra el lesbianismo, porque la reina Victoria no creía que existiera”. Tampoco existía, hasta esta película, un retrato tan real sobre algunas cosas que implica ser un hombre trans. Y si bien es una película de época, pareciera interpelar más que ninguna al presente, a esa manera todavía un poco rígida de cómo vivimos y dejamos vivir el género.
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