Viernes, 5 de agosto de 2016 | Hoy
Entre los mandatos de género y su evidente desobediencia, Claudia Gaudelli retrata deportistas argentinas en la muestra
Mujeres boxeadoras.
Por Paula Jiménez España
Cuando Claudia Gaudelli pensó en ellas para fotografiarlas, tenía la idea de trabajar con feminidades que, a todo color, se corrieran de los estereotipos de género. En parte fue lo que encontró. Pero solo en parte. Durante los dos años en que se dedicó a hacer un seguimiento del tema y las acompañó de aquí para allá hasta cualquier hora (“Desde Burzaco hasta Moreno las seguí. Siempre las últimas en pelear eran ellas, primero los varones. El evento empezaba a las ocho y a las doce salían mis chicas”, dice), pudo ver que arriba del ring o durante los sanguinarios guanteos entre iguales, ellas eran exactamente eso que se podía imaginar e incluso más: peleando rabiosamente, sus chicas no se preocupaban en absoluto por conservar la compostura. Sin embargo, cuando se disponía a fotografiarlas en situaciones de menor concentración y ellas sabían que Claudia estaba por disparar, frecuentemente le pedían un minutito para secarse los rostros transpirados, arreglarse un touch o incluso pegarse una maquilladita. Así no vale. Andrea Sánchez, por ejemplo, una de las boxeadoras fotografiadas por el afilado lente de Claudia - que llegó al festival de Dali, en China, para exponer estas imágenes tan alejadas de los arquetipos femeninos orientales-, dos días antes de viajar a Rosario para participar de un torneo, recibió a su peinadora para llegar divina a la pelea: “Soy fiel a mi estilo que es el de todas las trencitas juntas –dice–. A mí no me cambia el boxeo porque siempre fui modelo publicitaria: me encanta aprender de moda, ir a los desfiles, pintarme las uñas, combinar ropa, ponerme zapatos. Jamás permití que el boxeo me pusiera en el lugar de masculina como creen que te hace perder la feminidad. Yo amo ser mujer”. Puede ser que ame ser mujer si ella lo dice, lo que resulta raro de pensar es que ame que otra lo sea si nos guiamos por lo que simbólicamente representa semejante situación de combate (lo mismo es aplicable al juego entre hombres, obvio): “En las peleas solo pienso en ganar. Derrumbar a mi rival es mi triunfo. Y si está preparada y se enfrenta conmigo es porque tiene la misma adrenalina y ganas de ganar que yo”.
–No. Este deporte es hasta que el árbitro lo pare o hasta que la pelea pare. Con la rival no tengo trato antes sino después y ahí sí hacemos las paces, nos abrazamos. Antes no me gusta tener trato: va a ser mi presa y yo tengo que cazarla hasta derribarla. No es un deporte violento ni va a dejarme secuelas a futuro. Se trata de tocar y no dejarse tocar.
–Me pasó en amateur. Pero era mi rival en el ring, no mi amiga. Arriba del ring nos transformamos. Este es un deporte muy egoísta. Acá gana una sola.
Por lo general, cuenta Claudia, los maridos de algunas de ellas son los mismos entrenadores y los padres y madres suelen oponerse a que las hijas lo practiquen, arguyen una preocupación física: no quieren que sean golpeadas. Según Andrea, aunque su padre, sus tíos y primos eran todos boxeadores, la familia presentó franca resistencia a que ella, de quien esperaban un título de abogada, también lo practicara. Entre los mandatos de género y su evidente desobediencia se construyen estas realidades limítrofes, intensamente plasmadas por la mirada de Gaudelli para la muestra “Mujeres boxeadoras”. Un golpe a la coherencia para las it girls.
En el marco de los XIX Encuentros Abiertos, Festival de la Luz 2016, la Alianza Francesa invita al centro Belgrano del 6 al 31 de agosto. Desde el sábado 6 al 31 de agosto.
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