Viernes, 3 de julio de 2015 | Hoy
Me gusta reivindicar el amor romántico, ejemplificado en ese caminar y retozar juntos en el bosque. Zejaría, el primero de los amantes de Berl, será muerto después de capturado y antes se convertirá en delator. Yo soy muy crítico con algunos hábitos de la cultura gay actual.
“Era un hombre pálido, rubio, linfático, de mediana estatura, y en cuya cara antipática y afeminada se observaba esa expresión de hipócrita humildad que la costumbre de un largo servilismo ha hecho como el sello típico de la raza judía (...). Llamábase barón de Mackser. Iba acompañado de un joven, compatriota y correligionario suyo, que se dedicaba al tráfico de mujeres (...). Pálido, rubio, enclenque y de reducida estatura, sabe Dios qué extraños lazos lo unían con el barón de Mackser, al que parecía tratar con exagerados miramientos.”
Las palabras pertenecen a la novela La Bolsa (1891), de Julián Martel, cuya hipótesis principal era que los judíos eran los agentes especuladores y contaminadores que habían llevado a Argentina a la severa crisis económica argentina de 1890. Como en la escena citada, en numerosos textos de finales del siglo XIX, entre ellos La Francia Judía (1886), de Edouard Drumond, el prejuicio antisemita hace coincidir el estereotipo del judío y del homosexual. El afeminamiento, la fealdad, la falta de honor y de virilidad, la condición de paria eran, entre otros, los rasgos comunes de conspiradores del Mal que conformaban una Nación dentro de la Nación.
Este racismo es el caldo de cultivo ideológico que legitima el asesinato de judíos y homosexuales en los campos de exterminio nazi. Es sabido que particularmente los gays fueron algunos de los presos de los campos que se vieron sujetos a los trabajos más degradantes y humillantes (discriminados aún por parte de los propios prisioneros) y a los experimentos médicos más grotescos de los nazis, como la inserción de cápsulas que segregaban hormonas masculinas, la castración y las inyecciones de testosterona para reformar o curar la “orientación sexual”. Aún más: después de la liberación de los campos por los aliados, los supervivientes que habían sido internados por homosexuales fueron considerados como delincuentes comunes y muchos de ellos fueron trasladados a prisiones para que concluyeran sus condenas. Los hombres del triángulo rosa tuvieron que esperar alrededor de cinco décadas para ser rehabilitados y compensados por el Estado y muchos más para que haya un monumento en conmemoración por las víctimas gays del Holocausto. Sin dudas esto deja huellas imborrables y vergonzantes por largas generaciones en las subjetividades de quien asume ambas identidades. Suficientes razones, entre tantas, para que constituya un plusvalor en el texto de Gorodischer la aparición de un héroe partisano judío y gay.
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