Martes, 5 de agosto de 2014 | Hoy
19:28 › EL HIJO DE LAURA
Cuando se cumplían 30 años de aquel oscuro 24 de marzo de 1976, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, escribió una columna en Página/12 en la que recordó la promesa que le hizo a su hija Laura --"buscar toda mi vida Verdad y Justicia y a su hijito Guido, nacido durante su cautiverio"-- y expresó el sueño que hoy se hizo realidad: "Camino disfrutando lo que otras Abuelas abrazan como propio, pensando cuándo me tocará oír un timbre, una voz, la sangre comparada que diga: soy tu nieto Guido".
Repasando la historia de estos largos, sufridos y difíciles años, entre el inicio de una dictadura feroz el 24 de marzo de 1976 y los 21 años de gobiernos constitucionales, se agolpan en mi memoria múltiples y variadas escenas que provocan múltiples y variadas sensaciones.
Tres décadas para recordar un camino de lucha, primero en soledad, con miedos e ignorancias, y luego unidas en un mismo dolor y búsqueda de dos generaciones.
Me incorporo a las Abuelas de Plaza de Mayo de la ciudad de La Plaza, donde aún vivo, en los primeros meses del año 1978. Creo que fue la más iluminada decisión que tomé, ya que hasta hoy, 28 años después, esta hermandad persiste, se agiganta y se afianza.
Antes de esta actitud de alianza, sola, caminé la búsqueda de mi esposo Guido, secuestrado por 25 días en una guarnición de la policía, centro de detención clandestino que funcionaba en pleno centro de la urbe. Fue mi primera etapa de “aprendizaje” para buscar a un “desaparecido”. Recuerdo las angustias de la ausencia, las puertas cerradas de los que sabían, los miedos por los hijos que debí proteger, la lectura de las nóminas de los que pasaban a la legalidad o de los que aparecían sin vida en cualquier lugar de la zona.
El, mi esposo, reapareció un día con imagen fantasmal por las vejaciones y torturas sufridas durante su cautiverio donde insistentemente le preguntaban por nuestras dos hijas mayores: Laura y Claudia. Su silencio no salvó de la cacería a Laura, que fue secuestrada a los pocos meses. Su compañero y un hijo que llevaba en su vientre la acompañaron ese día.
Ahora, 28 años después, puedo marcar dos diferentes sensaciones de este largo calvario.
La inimaginable y atroz entrega del cuerpo de Laura, nueve meses después de su detención, acribillados sus 23 años por las balas asesinas.
El mundo se termina, un vacío de cuerpo y alma se produce, una llaga que no cerrará nunca se instala en nuestro ser.
Pero el amor y el orgullo que me produce el valor y la entrega de esta hija no me restaron fuerzas en el momento de su entierro, y allí le prometí buscar toda mi vida Verdad y Justicia y a su hijito Guido, nacido durante su cautiverio.
La otra sensación, tierna, cálida, amorosa es la de buscar el retoño. Hoy tiene 27 años, sé dónde y cuándo nació. Lo que aún no sé es quién lo “retiene”, cómo está, qué siente, qué piensa.
Vivo con la esperanza de encontrarlo (encontrar-nos), porque muchos otros nietos han aparecido.
Camino disfrutando lo que otras Abuelas abrazan como propio, pensando cuándo me tocará oír un timbre, una voz, la sangre comparada que diga: soy tu nieto Guido.
Entonces sonarán en el cielo los clarines de la Victoria y Laura desde allí me sonreirá.
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