14:09 › UNA MULTITUDINARIA MARCHA DE MUJERES, CONTRA LOS FEMICIDIOS Y TODA FORMA DE VIOLENCIA DE GÉNERO

La rabia marchó bajo una lluvia de lágrimas

Por Horacio Cecchi

Cerca del mediodía, la voz de una mujer en la línea H ya anticipaba el clima de rabia de mujer que se abriría paso otra vez para sorpresa del orden establecido. La voz correspondía a la conductora de un convoy del subte H que avanzaba hacia Jujuy. Después de anunciar la siguiente estación, la voz de la mujer advirtió: “Cuide sus pertenencias, pero también cuide a las mujeres, que no son sus pertenecias. Ni una menos, vivas nos queremos”.

A las cinco de la tarde, lejos de la línea H, pero muy encima del reclamo, en la Diagonal Norte, a la altura del cruce con Sarmiento, ya había sido tomada por el luto. Pantalones, faldas, camperas, sacos, mucho paraguas, el color negro vestido en mujeres sueltas, en mujeres en racimos, solas, acompañadas, con sus parejas cualquiera fuese su género, con padres, hermanos, amigos, hijos, vaya uno a saber, mujeres encolumnadas o de participación espontánea, sueltas como se empieza a decir para dar nombre a la inmensa participación de mujeres impulsadas por sentirse en si mismas. Llegar desde Diagonal hacia el Obelisco, a esa hora, ya daba impresión y cerraba la garganta. Esta, quizás sea una crónica de eso, de la emoción anudada como testimonio de una impresionante convocatoria lograda por las mujeres.

A esa misma hora, la multitudinaria marcha convocada por Ni Una Menos a partir de la horrible muerte de Lucía Pérez, en Mar del Plata, era replicada por miles y miles de mujeres, miles de Lucías, en todo el país, en Uruguay, Brasil, Chile, Bolivia, México, España, Francia, que marcharon con la absoluta y cada vez mayor convicción de que cualquiera de ellas ya es víctima de sujeción, relegada económicamente, laboralmente, en el hogar, en las costumbres, en los cuidados, en las miradas callejeras, en la precariedad, en la pobreza, en la política, en las cárceles, en los delitos, en la mirada de la justicia. Y su expresión más violenta: los femicidios. Tres horas antes había finalizado con notable éxito el primer paro de mujeres en la historia de Latinoamérica y el primer paro que estalló en las narices de Mauricio Macri.

El cantito se lo dedicaron. La cabeza de la marcha, las mujeres de Ni Una Menos cantaban con furor “Sí se puede/ sí se puede/ el primer paro a Macri/ se lo hicimos las mujeres”. ¿Un paro? ¿Quién? ¿Mujeres? ¿Cómo van a hacer sin estructura? ¿Sin gremios? Lo hicieron. Pusieron el cuerpo.

Fue absurdo concertar una cita para encontrarse en una esquina atravesada por la marcha, porque resultaba imposible entre tanto paraguas abierto. Paradójico desencuentro en un multitudinario encuentro.

A pasos del Obelisco, una chica alta posaba para un fotógrafo, orgullosa de su cartel manuscrito: “No llueve, son lágrimas”, mientras las lágrimas caían a su alrededor sin respetar pancartas, carteles ni nada. Daba ganas de llorar de emoción, porque la alegría como tal no cuajaba con el luto, sólo por eso. Porque la inmensa presencia de manifestantes empujaba a la felicidad de haberlo hecho otra vez, sin un peso, sin que nadie aportara ni una SUBE para llegar a la asamblea, porque el aporte externo fue el descrédito. Ellas pusieron el cuerpo y lo hicieron. Otra vez una rebelión de mujeres en la que los semáforos del poder de la city fueron esculturas inútiles y decadentes.

No fue sencillo encontrar la cabecera de la marcha. La espontaneidad fue la marca de ésta como de la segunda Ni Una Menos. La concentración en el Obelisco se organizó (nunca mejor el reflexivo) a medida que se iba llegando con lo que, como las vetas en los troncos de los árboles, el armado de las columnas fue concéntrico. En un momento, los bordes del círculo crecieron a tal punto que el Obelisco había sido desbordado, y las columnas comenzaban a avanzar cada una por su cuenta por Diagonal, alguna por Sarmiento, otras por Carlos Pellegrini y la principal, la cabecera de Ni Una Menos, ocupando el ancho de la 9 de Julio mano hacia el Sur. También la mano hacia el norte había sido tomada llevando a la inutilidad la división del metrobús.

¿Cuántas mujeres se habían concentrado allí? Difícil de saberlo. La multitud de paraguas hacía imposible ver a más de diez metros. Desde una perspectiva de la 9 de Julio, otra vez la garganta se anudaba. Desde la cabecera de Ni Una Menos, ubicada pasando Perón, a todo el ancho de la mano sur, estamos hablando de la 9 de Julio, la columna pasaba el Obelisco y, claro, el desorden de la espontaneidad y de la desobediencia al deber ser hacía que otras columnas continuaran por Diagonal, se animaran por Corrientes y por las calles laterales. Miles y miles.

Entre ellas, a la cabeza, Nina Brugo y Martha Rosemberg, María Pía López, las periodistas Marta Dillon y Mariana Carbajal, Florencia Minici, Vanina Escales, entre otras. Todas aferradas a un cartel rosa con el lema Ni Una Menos, Vivas Nos Queremos. Detrás, a unos diez metros, la bandera verde de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito.

Faltaban 15 minutos para las seis cuando arrancó la cabecera de la convocatoria, al grito de “Alerta. alerta/ alerta que caminan/ mujeres feministas por America Latina”.

Quince minutos más tarde, las niunamenos habían llegado hasta 9 de Julio y Avenida de Mayo. La lluvia, las lágrimas, eran copiosas. Nadie aflojaba, al contrario, se sumaban. En Avenida de Mayo, la cabecera giró. Las de adelante se miraban cada tanto entre sí, tragaban antes de hablarse o se fundían en un abrazo que habilitaba la insensatez de las lágrimas que se mezclaban con las que lloraban desde el cielo. Eran todas Lucía Pérez y cada una de las chicas muertas durante este año, durante el anterior, durante cada año.

Sobre Bernardo de Irigoyen, desde el Sur, llegaba una importante columna de la CTEP (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular), que ofreció su sede para las asambleas que dieron lugar a esta marcha. Al llegar a Avenida de Mayo se detuvo. Después de una breve conferencia las niunamenos avanzaron por avenida de Mayo mientras que ambos lados, las mujeres de CTEP flanqueaban su paso con aplausos y cánticos. No más caminar acompañando la cabecera provocaba una cerrazón en el alma, para qué decirlo de otra manera, daba ganas de llorar de emoción.

“Faltan las travas! faltan las travas!”, gritaba una travesti mientras una compañera agitaba una pancarta con el lema “Furia Trava”. “Basta de travesticidios”, se leía en la remera de una de ellas, mientras se enteraba que las travestis avanzaban a varias cuadras de allí. Mientras, la columna continuóahora con carteles negros en manos de las mujeres que portaban la bandera estandarte de Ni Una Menos. “#NosotrasParamos, #NiUnaMenos, #VivasNosQueremos, 19 de octubre de 2016”, se leía en letras blancas con fondo negro.

Semejante manifestación multitudinaria de rabia, porque era eso, de rabia, no podía respetar los cánones del orden establecido. Como ocurrió en la segunda marcha de Ni Una Menos, y posiblemente en las de los Encuentros nacionales de mujeres, primó el desorden y la resolución espontánea y horizontal de cada dificultad.

En este caso, avanzar por Avenida de Mayo no fue fácil. Principalmente porque las otras columnas que ya habían partido para llegar a Plaza de Mayo, donde se encontraba el escenario en el que se leería el documento del reclamo, ocupaban la avenida mirando hacia la plaza, con lo que daban la espalda a la cabecera que avanzaba. Las mujeres que hicieron de organizadoras del avance, lo que en las marchas comunes se denomina seguridad, pero que en este caso deberían denominarse abretesesamo, fueron abriendo paso pidiendo a las espaldas de las densas columnas, que abrieran paso a la cabecera que avanzaba por detrás. ¿Desorden? Tal vez, depende del punto de vista. El tránsito un día común a la salida bancaria, es peor, por la carga de agresividad que lleva y por la lentitud que desarrolla. Ayer, sin semáforos y sin policía, la marcha avanzó.

Sin policía, hay que decirlo. Se notó su inutilidad o costumbre de liberar zona, habrá que verlo. El principal desorden que sufrió la marcha, paradójicamente, vino de la mano de los presuntos guardianes del orden. Al llegar a Tacuarí, por avenida de Mayo, la cabecera se topó ya no con columnas de manifestantes sino con que los uniformados habían liberado el tránsito por avenida de Mayo desde Chacabuco. Una cuadra maciza de autos que no podía regresar ni avanzar porque llegaba la columna.

Imposible. Hubiera dicho cualquiera como se venía diciendo en relación a la concreción del primer paro de mujeres y a la tercera marcha de Ni Una Menos. Imposible. Pero no. Sin un solo uniformado que se hiciera cargo, las abretesesamos fueron ordenando a los malhumorados conductores, desviándolos o haciéndolos retroceder. Increible, en 22 minutos limpiaron al paso una cuadra atestada de autos.

Abrir el paso fue un festejo. Todas y todos en la cabecera festejaron, las niunamenos, las y los manifestantes, las y los periodistas, todas y todos gritaron, pura alegría descubrir que lo habían logrado.

“Yo sabía/ yo sabía/ que a los violadores/ los cuida la policía”, cantaban las manifestantes de la cabecera mientras el canto se replicaba en miles.

“Che Mauricio/ no te lo decimos más/ si nos tocan otra piba/ que quilombo se va a armar”, hizo eco apenas llegaban a la base de la plaza, Avenida de Mayo y San Martín, mientras cantidades de selfies de manifestantes buscaban capturar su imagen con el fondo de la marcha que desafiaba al statu quo.

Después fue dar vuelta a la plaza para descubrir por dónde entrar ya que los uniformados tampoco es que hubieran desalojado de autos la vereda.

En el escenario, la lectura final del documento ante una plaza que desbordaba de lágrimas, de paraguas, de luto y de rabia, sentó las razones de por qué “Nosotras paramos: para detener la violencia femicida”. “Paramos contra el disciplinamiento que implica que Milagro Sala esté presa por mujer, por indígena, por haberse organizado”, “contra la detención y el procedimiento judicial irregular que mantiene como rehén a Reina Maraz, migrante quechua hablante”, presa de una “justicia misógina”. Para denunciar la discriminación laboral, económica y cultural que precariza a las mujeres, les quita autonomía y las prepara como cuerpos baratos para el patriarcado.

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Imagen: Pablo Piovano
 
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