Martes, 23 de agosto de 2011 | Hoy
UNIVERSIDAD › DE LA TEORíA A LA PRáCTICA POLíTICA > DOS REFLEXIONES SOBRE EL ROL DE LOS INTELECTUALES EN LA VIDA PúBLICA
En un debate organizado por el Instituto de Investigaciones Gino Germani (Sociales-UBA), José Nun y Emilio De Ipola abordaron desde distintos enfoques la articulación entre intelectuales, política y formas de intervención pública. Aquí, sus planteos centrales.
Por Emilio De Ipola *
Para plantear algunos interrogantes sobre la relación de los intelectuales y la política, voy a referirme a mi experiencia en el interior del grupo Esmeralda que asesoró a Raúl Alfonsín, exclusivamente en la confección de sus discursos, entre 1985 y 1988. No quiero centrarme en la mera descripción, y menos aún en el elogio de esa experiencia, sino al contrario, referirme a sus escollos, a los desafíos que planteaba, a la mala conciencia que a veces nos producía, y también a algunos aspectos relacionados con la ética. El nacimiento de ese colectivo fue un poco desmañado: se fue constituyendo como una suma heterogénea de intelectuales y periodistas y durante un tiempo fue dirigido por un psiquiatra. En sus inicios, funcionó como una suerte de centro caótico de discusión, cuyo tema único era el grupo mismo: sus tareas, sus fines. No sabíamos para dónde íbamos, ni qué hacer para orientar el grupo.
Pero un día surgió la idea de visitar a Alfonsín. Allí las cosas empezaron a encarrilarse. Le propusimos que pronunciara un discurso sustantivo, teóricamente fundado, que culminara con una propuesta política fuerte y, por supuesto, progresista. Aceptó con entusiasmo. En virtud de ese discurso el grupo se fue organizando, dividiendo sus tareas: había un departamento de encuestas, otro de medios, un tercero de periodistas y un cuarto sin nombre: los “teóricos”.
Finalmente, el 1º de diciembre de 1985, a las 9, cerrando el plenario del congreso de la UCR, Alfonsín leyó el discurso. Fue ése el momento más positivo, más eufórico que vivió el grupo.
Cabe aquí una digresión. Alfonsín era un buen tipo, pero, además, quería ser un buen tipo, y se amaba a sí mismo en su condición de buen tipo. Cuidaba esa imagen, razón por la cual a menudo buscaba resolver todo por las buenas. Esa tendencia lo llevó a cometer importantes errores. Eso nos molestaba; no era necesario fomentar siempre esa imagen de bonhomía. Por otra parte –pensábamos–, sus intervenciones más acertadas tuvieron un claro sesgo colérico (en la Rural, en el púlpito, en un acto en que respondió a Ubaldini, allí presente).
Con los procesos a los militares –luego del Juicio a las Juntas– comenzaron los problemas. Las medidas tomadas por el gobierno (las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida) nos afectaron profundamente: nos sentíamos muy incómodos con nosotros mismos. Pues lo que daba a nuestra experiencia su particular complejidad era la necesidad de saber tomar distancia respecto del lugar que ocupábamos y las posiciones que asumíamos: la necesidad y sobre todo la dificultad de captar la mirada de nuestros testigos y jueces, encarnados en las posiciones, a menudo críticas, de nuestros pares. No ocultaré que el compromiso adquirido, junto a la cercanía con la figura del presidente, afectaba, más allá de nuestra voluntad y nuestra conciencia, la opiniones que vertíamos. Aquel que está cerca del poder adquiere una sensibilidad particular para comprender las dificultades que lo aquejan, así como para juzgar infundadas las críticas que recibe. Pero, con todo, mirando hacia atrás, hacia esos tiempos tormentosos, creo que no estábamos equivocados. Por eso, hoy sigo pensando que hicimos bien en incorporarnos al grupo Esmeralda y en cooperar en la elaboración de ese discurso tan lleno de deficiencias pero también de aciertos como fue el de Parque Norte. Ni decisiva, ni desdeñable, nuestra colaboración en ese y otros mensajes posteriores, formó parte, junto con la contribución de otras personas, de un intento valioso de otorgarle sentidos a la construcción de la democracia en la Argentina.
Siempre lo hicimos en un marco de tolerancia –celosamente protegido por Raúl Alfonsín–, manteniendo nuestros puntos de vista bajo el reconocimiento de que, sin integrar las filas de la UCR, intentábamos aportar una inquietud de izquierda democrática. En suma, Esmeralda y Parque Norte valieron la pena. De ningún modo renegamos de lo hecho: si se presentaran circunstancias análogas, volveríamos a hacerlo.
Investigador superior del Conicet, Instituto Gino
Germani (Sociales-UBA).
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