Sábado, 7 de febrero de 2015 | Hoy
Por Guillermo Martínez
Como muchos de mis cuentos, éste también empieza en una nota autobiográfica. Estaba de visita en Viena en los primeros años de la Unión Europea y me subí realmente a un ómnibus nocturno para llegar a Bratislava, sin reparar en que necesitaba una visa para el cruce fronterizo. Tuve que dejar todos los euros que llevaba para un permiso transitorio de veinticuatro horas y entré en la ciudad casi sin dinero. En la continuación banal de la experiencia real, perdí el resto del día siguiente en trámites para extender ese permiso y para lograr que brotara algún dinero de auxilio de mi tarjeta de crédito. Mucho después me pareció interesante continuar el hilo de la otra posibilidad imaginaria que la realidad, siempre más prosaica, había dejado trunca: un recién llegado a un país desconocido, donde se habla un idioma inextricable, con sólo unas pocas monedas en el bolsillo. El valor de pronto crucial de esas monedas. Y una mujer que aparece y le pide ayuda, sin poder pronunciar más que una frase. Quise escribir un cuento en el borde de lo fantástico. ¿Qué es lo que la mujer pide verdaderamente con esa única frase horadante? ¿Es apenas, también, algo de dinero? ¿O hay un elemento vampírico a punto de revelarse? ¿Hacia dónde y hacia qué lo arrastra?
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