“Es una tarde cualquiera en el Planeta Marte. Saco la basura. Dos bolsas grandes que pienso dejar en el tacho de hierro y alambre que tiene el vecino en su vereda. El que teníamos lo rompieron los marcianos o los perros”. Así comienza la novela Las chanchas, de Félix Bruzzone. El que habla es Andy, uno de sus protagonistas, y la descripción es la de ese “no lugar” donde se desarrollarán los hechos. La novela cuenta la historia de un secuestro involuntario: dos adolescentes atemorizadas le piden ayuda a una persona que justo estaba ahí y, bueno, las cosas cambian para todos para siempre. Las chanchas es, también, la “ópera marciana en un acto” que se estrenará el próximo jueves –y tendrá sólo cuatro funciones más, el viernes, el sábado y el domingo– en el Centro de Experimentación y Creación del Teatro Argentino de La Plata (TACEC, calles 53 y 10). Se trata de un trabajo comisionado a Emilio García Wehbi y el catalán Fabiá Santcovsky, quienes elaboraron conjuntamente el libreto, y estuvieron a cargo de la reggié y la composición de la partitura, respectivamente.
La novela Las chanchas es un relato contado en tres instancias, con tres narradores diferentes. El primero es Andy, un joven amo de casa que se dedica a las tareas del hogar y, en sus ratos libres, al karaoke. La segunda es Mara, una de las chicas secuestradas que, con su voz adolescente, cuenta su historia y la de su familia. La última es Romina, un personaje heredado de otra novela de Bruzzone, Los topos, exmilitante devenida en madre que, a partir de la desaparición de las chicas, se reencuentra con su pasado de luchas reivindicativas, al menos, por unos días.
La “ópera marciana en un acto”, en tanto, es una obra de música y teatro contemporáneos que se desarrolla en una enorme jaula/ conejera dentro de la que habrán de desenvolverse diez músicos, cuatro cantantes, la directora musical –Natalia Salinas–, diez actores y un perro. Tal es el entorno que Wehbi imaginó para componer ese mundo difuso, fragmentado, algo delirante y profundamente subjetivo que Bruzzone inventó para sus personajes en la novela. Aquí, el escritor, el director y el músico cuentan entretelones del pasaje del lenguaje literario al de la ópera contemporánea, hablan sobre la construcción de las metáforas que las obras proponen, de sus lecturas políticas y de las limitaciones y ampliaciones que generan los respectivos quehaceres sobre un mismo hecho artístico.
El proyecto surgió como idea en el Tacec, y pronto estuvo en manos de Santcovsky y Wehbi. Bruzzone, si bien se mostró siempre interesado y dispuesto a brindar la ayuda que fuera necesaria, no participó en esta instancia creativa. El regisseur cuenta que la construcción del guión escénico se dio a partir de un proceso extractivo y deconstructivo que permitió crear un universo a partir de fragmentos conceptuales de la novela. “Las mejores transposiciones son las que le dejan al género a transponer lo propio del género. De la novela de Félix al pasaje a lo teatral, lo que debería quedar exclusivo para la novela es la literatura como sí. Cuando se intenta hacer literatura en el teatro estamos frente a un problema, porque el teatro es una traducción y, como toda traducción, el que traduce está aplicando una subjetividad”, aclara a propósito de su particular lectura de Las chanchas. Wehbi es uno de los pioneros del teatro experimental en la Argentina y sus puestas suelen estar construidas a partir de la férrea voluntad de romper los paradigmas de “lo teatral”, de lo clásico. La obra de Bruzzone se presentó como un hecho artístico que cuadraba dentro de la estética de lo que Wehbi llama “texto desteatralizado”, que es aquel que no respeta la lógica del teatro tradicional, aristotélico: “El texto de Félix trabaja dentro de lo literario, aunque contiene cierta dosis de incongruencias, de polisemia abierta, y de suspensión de los tiempos y los espacios, que en algunos momentos se tocan pero no sabemos muy bien cuándo ni cómo. En ese sentido, atenta contra lo teatral, y permite un trabajo a partir de una fragmentación del concepto de drama donde hay muchos elementos del drama tradicional que se desarticulan y que el que los tiene que componer es el espectador, no el dramaturgo”.
Bruzzone es consciente de ese aspecto desdibujado que genera una sensación de irrealidad, inconsistencia o de delirio en la novela. Para él, ese efecto está dado por la extrema subjetividad con la que cada personaje cuenta su historia: “Las tres partes están narradas en primera persona por uno de los protagonistas y cada uno de ellos tiene un grado de compromiso tal con todo eso que difícilmente pueda dar cuenta objetivamente de lo que sucede. El discurso no es realista, pero creo que la situación es totalmente realista. Cuando aparece puesto en cuestión todo esto del realismo es porque se llega a tal punto de subjetivación que deja de quedar claro lo que efectivamente está sucediendo”, asegura el escritor, quien coincide con Wehbi en que ese factor de desdibujamiento que se da en el relato es ideal para la puesta en escena: “En esa indefinición, una puesta teatral viene como anillo al dedo porque, justamente, permite la superposición de temporalidades sin problema”.
¿Cómo se traduce todo esto al plano musical? Santcovsky habla de un trabajo de reducción que nunca es a partir de recortes, sino de elaboración real. Para la confección de la partitura, tuvo que entender primero cuál era el lugar del canto en esta estructura. Para él, tiene sentido contar algo cantando si lo que se canta es un estado de excepción a la expresión de lo vocal. Habla de “cantar el extremo de una emoción, un suceso que tiene dimensión casi trascendental”. El músico catalán, hijo de argentinos residentes en Barcelona, cuenta que antes de ponerse a componer, investigó el trabajo y la poética de Bruzzone. Propuso, entonces, una adaptación musical que se erige sobre la creación de una especie de “personaje” que es un coro de marcianos y que tiene tres ejes expresivos: sonidos marcianos, onomatopeyas animales y, finalmente, algunas palabras. “El último eje es el coro como la presencia de una colectividad omnisciente, que es donde vierto el contenido muy sintético de palabras que detonan segundas y terceras lecturas que tienen que ver con la historia argentina, con la dictadura. Juegos de palabras, por ejemplo entre ‘sentencia’, ‘necesidad’ e ‘incesante’, que se potencian a través de la repetición”, explica.
La última dictadura cívico-militar es un tema que atraviesa la obra de Bruzzone en general y esta novela en particular. Aunque lo hace de un modo muy singular, sin nombrarla y sin hacer referencias directas, la historia personal del escritor –hijo de desaparecidos– sobrevuela el relato. Para Wehbi, esa manera de trabajar con la memoria que tiene Bruzzone es fundamental en la construcción de un discurso artístico que no transforme la historia en algo trivial. Se refiere a una desmonumentalización de la memoria y a un efecto de extrañamiento que permite generar, desde esa subjetividad, una mirada colectiva que es el modo más interesante con el que debe abordarse un tema tan complejo: “Lo que hace Félix a través de un procedimiento artístico, que es el de la metáfora, es aplicar una mirada lateral que logra una profundidad que no consiguen aquellos que atraviesan el tema desde el medio, con todos los tópicos políticamente correctos que se deben tocar cuando se aborda este tema desde lo artístico y lo convierten en una banalidad. El arte que reproduce a través de la metáfora paradigmas de la realidad con elementos de la realidad se transforma en tonterías. En cambio, las aproximaciones periféricas, cuando son honestas, producen que quede algo atrapado en ese aire del medio”.
Bruzzone es consciente de la naturaleza política de su obra y, aunque no reniega de ese bagaje, intenta encontrarle a su trabajo otras capas de significación. En este caso, a partir de un texto lo suficientemente abierto que permita, en sus palabras, “ver en el mal absoluto que están haciendo estos tipos casi sin saberlo, la imposibilidad de poder resolver alguna vez algo”. “Esas son las contradicciones que a mí me interesa ficcionalizar y ver hasta dónde la ficción puede tensionar esas dos posibilidades: ser víctima y victimario al mismo tiempo”, aclara. Para él, a pesar de estar en contacto no sólo con la dictadura sino también con temas más actuales de la Argentina como los secuestros express o la trata de mujeres, Las chanchas es un relato sobre los problemas familiares que nunca tienen solución: “Lo que siempre está más puesto en juego son dinámicas familiares. Cómo se construye una familia, bajo qué preceptos. A mí siempre me preocupa que todo lo que yo haga termine transformándose en una referencia a la dictadura. Es cierto que trabajo sobre eso, pero mi mayor preocupación, justamente, es lo otro: es ver cómo se terminan reconfigurando las relaciones después de la desaparición de un familiar o del desastre de la dictadura”.
Una novela que luego fue guión, partitura y ahora será ópera contemporánea, marciana, en un acto. ¿Cómo se materializa ese trayecto desde el punto de vista de cada uno? Para Félix Bruzzone, la nueva obra debe ser leída de modo autónomo: “Entiendo que sea para lo que sea que se tome un texto propio, una vez que entra en esa otra dimensión ya tiene sus propias leyes. Pasa a formar parte mucho más del universo del autor o los autores de esa obra que de mi propio universo. Lo que se produce a partir de una obra dada siempre es otra cosa”. Emilio García Wehbi habla de la puesta en escena de Las chanchas como una intermediación: “Es mi mirada sobre el universo que construye Félix. Es una extracción: cómo se erotizó mi mirada en relación al material que estaba leyendo y qué fue lo que quedó dado vuelta para que lo transformara en otra cosa. El error sería intentar mantener todos los elementos que están en la novela, cuando no caben en una obra de teatro. Otro error sería generar un discurso singular, pero que no tenga que ver con la novela. El objetivo es encontrar esos puntos de resignificación que puedan hacer un anclaje en la novela y con eso crear algo nuevo”. Finalmente, Fabiá Santconvsky arriesga un abordaje que tiene que ver con la música en su dimensión abstracta: “En la misma operación, en la medida que algo se engrandece, otra cosa se empequeñece. Creo que eso me devuelve a la naturaleza de la música y su inmediatez, y no hablo de una cuestión mental: hablo del impacto que tiene el sonido en nosotros, que es muy difícil de distinguir. En la literatura hay una voz, que es la voz del autor; en el caso de Emilio, hay un tratamiento del cuerpo, de la gestualidad, del espacio; en el mío, se puede hablar del tiempo. Pero creo que mi música siempre se remitirá en un ente de la música en sí misma. Autorreferencial, desarraigada de quien la hace. El actor siempre es el medio. La música es un ente de por sí”.