Transcurridos cuarenta y seis años de su muerte en una sórdida habitación de hotel, lo que más se recuerda de la figura de Janis Joplin es el infinito sentimiento de soledad que parece haberla conducido a aquel final dramático de la sobredosis cruel. A Janis se la recuerda más muerta que viva. No hay discusiones en los foros de Internet sobre las virtudes de tal o cual álbum (aunque fueron pocos), ni acerca de la banda que mejor la acompañó, o sobre las influencias que alimentaron su desaforado aullido. No: a Janis se la recuerda siempre reventada. Su vida es el mito consagrado que eclipsa a la obra consumada. 

Lo primero que hace el documental de Amy Berg sobre Janis Joplin es sacudir el polvo de esa vieja estantería. Little Girl Blue, de inmediato, tras unas breves palabras inaugurales por cuenta de Janis, la pone de pie en el escenario, más viva que nunca, en una arrolladora versión de “Tell Mama”, donde se puede apreciar a una Janis feliz, derritiendo a una audiencia a partir de su propio goce. Por motivos narrativos, o por simple descuido (la cara más pobre del olvido según Borges), el documental no especifica que esas imágenes provienen del Festival Express, una gira que llevó en tren a Janis Joplin, The Band y Grateful Dead a Toronto. Aquello sucedió cuatro meses antes de la muerte de Janis, en octubre de 1970, así se derrumba la falacia del deterioro progresivo que va consumiendo a una jovencita de 27 años, como si fuera una vela encendida desde ambos extremos. 

La potencia de aquella performance produce el milagro necesario para que se disipe el vaho trágico que destila un título tan mustio como Little Girl Blue (Niñita triste, en homenaje a la remodelación que Joplin hizo sobre el tema de Rodgers & Hart). Janis resucita en la pantalla y una vez vuelta a la vida, el documental permite que su historia pueda contarse. Esa óptica es el mayor acierto de este filme que aterrizó hace pocos días en Netflix tras su recorrida triunfal por los distintos festivales cinematográficos: no se aferra al mito de la mujer enterrada viva en el blues por demonios propios y ajenos.

LA GRASA DE LAS CAPITALES PETROLERAS

Tanques. Torres. Chimeneas. Tanques de agua. Más tanques de petróleo. Port Arthur, la ciudad natal de Janis Joplin, es un lugar deprimente desde lo que permite ver el celeste de la polución que parece contaminar la pantalla. Little Girl Blue reconstruye sólidamente el pasado a través del relato de los hermanos de Janis, Laura y Michael, que dan cuenta de la normalidad de una familia que vive en un pueblo petrolero con un padre que trabajó toda la vida para Texaco; un ingeniero mecánico con el suficiente humor como para enviarle una carta de felicitación a su propia mujer, cuando Janis cumplió un año: “Querida Dorothy: Es mi deseo ofrecerte mis felicitaciones en el aniversario de tu exitosa concreción de la cuota de producción que llegó a su fin a los nueve meses el 19 de enero de 1943.  Comprendo que has atravesado un período de inflación, desconocido para ti, pero a pesar de ello alcanzaste tu objetivo mediante el supremo esfuerzo que realizaste durante las primeras horas del 19 de enero, con tu entrega antes de lo programado. Seth”. De acuerdo con Laura, su padre volvió un día del trabajo y le dijo a su mujer: “Hagamos algo para la posteridad”. Y engendraron su primera hija cuando el sol caía. 

Podrían haber sido la familia perfecta, pero Janis tenía otros planes. Al comienzo, simplemente, no encajaba en el entorno. “La mandaron al coro –cuenta una amiga de la infancia–, pero la echaron porque ella no seguía las instrucciones.” Luego, el cambio corporal de la adolescencia le fue desfavorable y entre el acné y el sobrepeso, Janis sufrió horriblemente ese tiempo de transición. “Se cuestionaba su propio atractivo”, confirma su hermana, Laura Joplin. Luego, el carácter cuestionador y las lecturas beatniks parecen haber engendrado un espíritu libre, que no podía tener cabida en el sur de Texas durante los años ‘50. “Ella exigía ser diferente –declara Michael, su otro hermano–, y nuestros padres nos daban permiso para eso. Pero no eran conscientes de lo que podía ocurrir si lo hacías. Janis fue la primera en la familia en descubrir que si generabas conflicto, la gente se fijaría en vos. Y ella generaba tanto conflicto como podía: le gustaba sacudir el bote.” 

De una cuestión de peso y rasgos que no observaban el canon de belleza del sueño americano, se pasó a una sentencia ideológica. “El mundo estaba cambiando y su interpretación de lo que era bueno incluía un montón de cosas que mucha gente en el sur no estaba dispuesta a incluir”, reflexiona nuevamente Laura. “Ella pensaba y decía que la integración racial era lo correcto, pero en nuestra ciudad había una unidad activa del Ku Klux Klan y Janis fue acosada por unos chicos de su clase que le arrojaban monedas y la insultaban. Y es así como se convirtió en un blanco.” 

Hubo algo peor que ese acoso y fue la burla que se ganó en el periódico escolar que tenía por costumbre nominar al “hombre más feo del año”. Otorgarle ese galardón a Janis fue un acto de una crueldad absoluta y abyecta, pero tamaño desprecio alimentó sus ganas de emigrar hacia el lugar donde la gente hacía la música que ella amaba y escribía las cosas que a ella le interesaban: California. Por entonces, sus amigos descubrieron la potencia de su voz. Fue en defensa propia: nadie quería ir a un bar con Janis porque a ella le gustaba provocar a los hombres y armar peleas. Entonces, como era divertida, con ella el plan preferido era ir a la playa. Un día sorprendió a todos cantando sobre un disco de Odetta, cantante y activista por los derechos civiles de los negros. Nadie sabía mucho de Odetta, pero todos comprendieron con rapidez que Janis podía cantar de verdad. 

Uno de los mejores detalles de Little Girl Blue es que para “actuar” la voz de Joplin hablada se eligió a Chan Marshall, más conocida como Cat Power, quien comparte el origen sureño (nació en Atlanta, Georgia), por lo que no tuvo demasiado inconveniente en impostar el acento tejano de Janis. “Descubrí por accidente que tenía una voz muy fuerte –revela Chan/Janis en el documental–, y empecé a cantar blues que es lo que siempre me gustó. Y me metí en una banda de bluegrass: tocábamos música hillbilly en Austin, a cambio de cerveza gratis. Cantaba en clubes de folk, solamente por la bebida”. 

Ese entrenamiento le permitió largarse a San Francisco apenas pudo con las herramientas mínimas, indispensables para abrirse camino en los escenarios. La presencia en Little Girl Blue de Jae Whitaker resulta fundamental para entender algunas cosas: acredita sin demasiado estandarte la condición bisexual de Joplin, y cuenta una historia memorable. Luego de que Janis se fuera a vivir en pareja con ella, comenzó a participar en concursos de música folk en Monterey durante el año 1964, y en uno de ellos se encontró con su ídolo: Bob Dylan.

–Oh, Bob, ¡te amo! También soy cantante y algún día voy a ser famosa –le dijo a quemarropa.

–Oh, sí, algún día todos seremos famosos –respondió Dylan como con resignación.

Whitaker también explica que Janis “sentía mucho el blues por dentro; Bessie Smith y todas las cantantes de blues le encantaban. Y creo que las imitaba en el sentido de querer ser como ellas, sentir el dolor… Por eso bebía del modo en que lo hacía y tomaba drogas porque formaba parte de todo aquello”. Y además revela con detalle la intensa necesidad de cariño y apreciación de Joplin. “Necesitaba que la gente le dijera lo buena que era, y necesitaba esa caricia constantemente. No creo que anduviera con chicas para provocar, sino porque era lo que sentía entonces. Y creo que estaba en total conflicto consigo misma. Continuamente. Y era infeliz, bastante infeliz, y subir al escenario le hacía sentir que era alguien, que tenía algo para ofrecer”. 

VOLVER A CASA

Lo peor que podía pasarle a Janis era tener que volver derrotada a su pueblo natal, pero fue la única manera que sus amigos de California encontraron para hacer algo por ella. Despedazada por las drogas, hecha piel y huesos, su gente querida armó una fiesta, pasó la gorra y le compró un pasaje de vuelta a Port Arthur. A su regreso, Janis le dibujó a sus padres un hipotético futuro universitario y se engañó a sí misma pensando que lo que quería era enamorarse de un señor mayor y convertirse en madre de familia. Little Girl Blue muestra esa indecisión propia de alguien que no sabe bien qué hacer con su vida porque su sueño fracasó. Era solo una impresión, un juego de la mente, porque el sueño seguía allí, en el mismo lugar donde lo había dejado cuando se le tornó pesadilla. 

California la atraía como un imán, y su entorno familiar intentaba retenerla porque tenía la certidumbre de que si retornaba al Oeste, solo volvería a Port Arthur en un cajón de pino. Sus ansias fueron más fuertes y le comunicó a sus padres que se iba a pasar el fin de semana a la ciudad de Austin, pero siguió de largo y retornó a San Francisco. Las cosas iban a ser muy distintas, y durante el documental sus colegas recuerdan que había dejado el alcohol, y que prohibió que cualquiera se inyectase heroína en su presencia. Tenía en claro que eso podía gatillarle el deseo de volver a consumir, lo que inevitablemente terminó sucediendo. 

Antes, hubo un momento trascendental y lisérgico en el que Janis encontró su nuevo estilo. La anécdota es contada por el baterista de Big Brother & The Holding Company, David Getz, que recuerda que estaban pasándose una botella de licor en ronda, tomando pequeños sorbos y Janis, con su temperamento desaforado, bebió unos cuantos tragos. “Debés tener muchas ganas de colocarte”, le dijo quien había preparado el cóctel… con 68 gotas del más puro ácido lisérgico. Hecha una gelatina, Getz la llevó a un show de Otis Redding, el formidable cantante soul que marcó a Janis para toda la vida. Es allí donde la cantante encontró una referencia de lo que podía hacer con su voz; sin saberlo, Redding le enseñó cómo usarla para su propio placer, y también para llevar al público al delirio. 

Sin disminuir el valor de los testimonios ni de los documentos, Little Girl Blue estalla cada vez que Janis entra en acción, sobre un escenario e incluso en varios programas de televisión como el Dick Cavett, con quien Joplin parece haber trabado una linda amistad que aparenta haberse prolongado en algunas noches. “Realmente tengo una muy mala memoria”, se excusa Cavett, todo un caballero; “o una muy buena”, le dice desde el off la entrevistadora. La risa legendaria de Janis está mucho más presente en Little Girl Blue que su tristeza y sus conflictos emocionales. Pero también se deja ver la Janis pensante, la que tiene inquietudes literarias, la que se compromete no tanto políticamente, sino con un modo de ver las cosas (lo que en última instancia es una postura política): la mujer pensante y no la mujer doliente. Aunque ninguna de ellas le llegue a la rodilla a la mujer cantante que sigue siendo, simplemente, extraordinaria.

Amy Berg tuvo la virtud de haber podido evitar el melodrama sin ocultar el dolor, lo que no es poco para un mito sustentado en el sufrimiento. Lógicamente, no es posible evitar hacer foco en la soledad que la abatía cuando terminaba un show y ella terminaba sola en una habitación de hotel, ni esconder la botella de alcohol, siempre al alcance de la mano. Pero Little Girl Blue incorpora otros elementos, otras voces, como la de Clive Davis, el ejecutivo de Columbia que se percató en el acto de las infinitas posibilidades de la artista. O la de Paul Rothchild, su productor discográfico, y la de un pintoresco saxofonista negro llamado Cornelius “Snooky” Flowers, que cuando llegó al ensayo y Janis le abrió la puerta en corpiño y bombacha exclamó: “¡Creo que llegué al lugar correcto!”

Janis Joplin fue una mujer compleja con una vida tremendamente corta para las posibilidades de su talento. Fue una niñita triste, pero también una mujer alegre, graciosa, inteligente y sin filtro. Little Girl Blue propicia la posibilidad de poder verlas a todas tan al natural, como esa que aparece en una foto, tomando sol en topless en las playas de Brasil donde conoció a uno de los tantos amores de su vida. “Esos tipos siempre se van a algún lado, nunca supe adónde”, cantó desde una de las improvisaciones habladas de su himno, “Cry Baby”. El tiempo no le alcanzaría para poder responderse esa inquietud.