En una entrevista que dieron Vicentico y Flavio Cianciarulo al diario La Nación a fines de mayo de 2016, el cantante ponía en duda aquello de que existieran canciones “nuevas” y “viejas”. Su benjaminiana explicación al respecto de esas temporalidades siempre presentes era que cada vez que una canción era interpretada en vivo, había un aquí y un ahora únicos e irreemplazables que actualizaban el tema en cuestión, independientemente de cuándo había sido compuesto o grabado. De ese modo, ese momento de comunión con el público resignificaba el acto artístico, a la vez que lo volvía profundamente presente. Casi dos años después de esa entrevista y tras una gira que los llevó a tocar por América Latina, Estados Unidos y Europa, Los Fabulosos Cadillacs dieron el sábado el concierto que constituye el Acto final de esta etapa. En un Luna Park con entradas agotadas, se despidieron por tiempo indefinido de los escenarios, en un show en el que se tomaron muy en serio aquello de perpetuar el presente en forma de canciones inoxidables.
La excusa de la gira que concluyó el sábado era la presentación de La salvación de Solo y Juan, una ópera rock basada en un relato que escribieron Cianciarulo y Vicentico y que cuenta la vida de dos hermanos criados por su padre en un faro en un solitario pueblo costero. Las desventuras de Solo y Juan Clementi es retratada a través de catorce canciones en las que los protagonistas van entrando y saliendo de escena con musical teatralidad. Pero, a pesar de tratarse de recitales que darían cuenta de esta nueva producción, la lista de temas en los shows de esta gira no estuvo construida alrededor de este nuevo disco. Y si bien desde el primer concierto en mayo de 2016 hasta el de ayer cambiaron sustancialmente el setlist, sobrevivió esa voluntad de tocar temas de todas las épocas. Porque, total, en el escenario todo se vuelve presente, ¿o no?
Así fue que poco después de las 21 dio inicio el gran (¿último?) show de Los Cadillacs. “Strawberry Fields Forever” en su versión reggae designó un punto de fuga, en una noche en la que la perspectiva estaba bien clara: no iba a faltar nada. Y así fue, porque entre hits, perlas y canciones (ya no tan) nuevas, transcurrió la velada. El primer bloque de siete temas fue muy consecuente con ese afán de actualizar pasados. “Strawberry…” fue seguida por “Mi novia se cayó en un pozo ciego”, ese himno adolescente de finales de los ochenta que con la doble batería (Astor Cianciarulo pivotearía entre la segunda bata y el segundo bajo durante todo el recital) y a pesar de que en este comienzo el bajo de Flavio todavía no se oía con la intensidad habitual, sonó contundente, maduro, con el aplomo de los años y, sin embargo, sin haber perdido frescura. Siguieron “Paquito”, de Rey Azúcar y la incombustible “Demasiada presión”, para llegar a “El genio del Dub”, siempre oscura y espesa, con solo de guitarra de Florián Fernández Capello incluido.
El apartado dedicado a La salvación… comenzó tras una de las sorpresas de la noche: “Muy muy temprano”, de Yo te avisé!, dejó bien clarito que no sólo de megahits se nutre la banda. Ya con Astor Cianciarulo en el bajo, sonó con una profundidad inusitada. Porque si bien la participación del hijo mayor de Flavio en la segunda batería en algunos casos provoca un efecto contrario al esperado, ocurre lo opuesto cuando hace tándem con su padre en el bajo: hay una sensación de crecimiento en esos momentos que es insoslayable. El sonido se potencia, se vuelve robusto, con un grosor que no por eso pierde precisión. Ni hablar de la cara de satisfacción de Flavio que, con esa tupida barba canosa y la gorrita, cuando toca cerca del hijo no puede evitar transformarse en una especie de Papá Noel hardcore. Porque ése es el otro método que incorporó la banda en este anhelo de actualidad/actualización permanente de las canciones: los hijos funcionan como catalizadores de esa voluntad. Es muy poco probable que algo suene viejo en esas circunstancias.
Por el escueto panorama de lo que es el último disco de la banda, pasaron la bellísima y fogonera “Navidad”, “El rey del swing”, “Fantasma”, con Sergio Rotman (de nuevo entre los Cadillacs luego de tomarse un tiempo para dedicarse a sus proyectos paralelos) en la segunda voz y un arreglo de luces en el fondo del escenario que hizo más palpable la naturaleza psicodélico-teatral de tema, y “Tormenta”. Con “Calaveras y diablitos” llegó el primer “Hola” de la noche por parte de Vicentico, una breve conversación con la audiencia y el jueguito de dividir al público en calaveras y diablitos. Pasó “El León”, pasó la estremecedora versión de “Saco azul”, de la que participaron Valeria Bertuccelli y Jay Cianciarulo, y entonces llegó la andanada irrefrenable de hits MTvescos con los que cerraron el show. “Paren, boludos, que esto genera quilombos, chicos. No sean boludos”, pidió el frontman cuando el estadio comenzó a entonar el Hit del Verano durante el tradicional parate antes de los “Digo ¡no!” de “Mal bicho”. Y así fue que la coyuntura metió la nariz en una canción que suena cada vez más actual. El presente más presente que nunca.
Pero quedaban temas, todavía. Los bises llegaron con “Te tiraré del altar” y cerraron con la inefable “Yo no me sentaría en tu mesa”: más de treinta años de historia condensados en esos “oh oh oh oh oh oh” que terminó cantando el público, como sosteniendo esos últimos segundos de presente apretados entre los dientes y haciendo carne aquello de “…por más que quieras callar toda nuestra voz, nunca podrán callar esta canción”. Porque, en definitiva, de eso se trató: de suspender el tiempo por dos horas y salvarse en la música, que para eso son los conciertos de rock.