El comienzo es deslumbrante: la cámara sube con tímido detallismo por las piernas del David de Miguel Ángel, parece no decidirse a pasar por el centro de la zona púbica, finalmente lo hace y termina de recorrer la escultura, incluida su parte posterior, deteniéndose más de una vez en su mirada, entre lánguida y atormentada. Luego la cámara desciende y se advierte que no se trata de un documental industrial: aparecen la madre (Monona) y la hija (Agustina), en ese entonces una niña y hoy directora de cine. Las cartas ya están echadas: quien filmaba era el papá de Agustina, un muchacho homosexual de los años 70, que vivió oculto hasta de su propia mirada.
Jaime falleció en 1999 tras un accidente a caballo y, entre su legado, quedaron más de 150 horas de filmaciones y, para Agustina (de 13 años en aquel entonces), muchas preguntas sobre cómo había sido realmente su vida, un pesado misterio sobre su identidad personal que crecía a medida que conocía a los amigos del papá (señores gays de porro y nudismo) y los contrastaba con la imagen que le transmitía Monona (padre serio y rígido). Un día le dicen la verdad y entonces las cosas hicieron sentido. Pero no se detuvo ahí. Quería más. En la parte de arriba de un placard de la casa estaban las 150 horas de filmación, todo un record si se tiene en cuenta el momento en que fueron tomadas. Agustina no sabía si saldría de allí una película, pero decidió no desperdiciar ese pasado palpitante, tan cerca de sus manos. No hacía falta mendigar ninguna llave.
El mundo según su papá: será que el silencioso registro obsesivo de las cosas era para Jaime la única forma que tenía de hablar. Y parece que, a pesar de todo, siempre se puede hablar, más tarde o más temprano se produce el milagro de la comunicación: lo que Jaime no pudo decir del David fue lo primero que a Agustina le resonó, y también lo primero que hace ver en la película, como si veinte años después quisiera autoinstituirse -noble gesto- en una entidad mucho más compleja y potente que la de mera portavoz de la voz que no tuvo. Si se la ve en perspectiva, con este documental Comedi está escribiendo un nuevo capítulo de ese libro colectivo e inacabable llamado Nunca más.
“A veces me pregunto si decidí hacer esta película porque soy guionista y vivo de contar historias, o si quizás, soy guionista porque ésta es mi historia, y me entrené en el ejercicio de narrar eso que me constituía pero no podía contarse. Durante mucho tiempo me pregunté por qué no me alcanzaba con conocer la historia de mi papá, por qué tenía que hacer con esa historia una película. Creo que se debe a que la magnitud del gesto –hacer algo tan público– tuvo que ser inversamente proporcional a las dimensiones del secreto familiar”, cuenta la directora, que dice tener entre sus referentes a Naomi Kawase, Albertina Carri y Agnès Varda.
El silencio es un cuerpo que cae es un documental subjetivo (la expresión es un tanto extraña) que cultiva con buenos criterios eso que algunxs estudiosxs llaman “extimidad”. Signo de nuestro tiempo, la extimidad es un fenómeno que comprende la multiplicación de interrogantes sobre la dimensión política de la vida íntima a través de la multiplicación de formas de hacerla pública. Últimamente universalizada por Internet y la emergencia de las redes sociales, aquí nos encontramos con un valioso ejemplo del campo del cine. No se trata de un fenómeno popular dentro de algunos círculos intelectuales. Sin embargo, a través de la extimidad se conocen situaciones que desafían el sentido común.
Por ejemplo, en la película, “anormales”, “raros”, “extraños” y demás son epítetos que se dejan rotundamente a un lado. Mientras vemos a una mujer embarazadísima en una cama, la directora cuenta que Jaime quiso que Néstor (su pareja obstetra) atendiera el parto de Monona. Fueron las manos de Néstor las primeras que tocaron a Agustina. En el enmarañado teatro de la vida que dibuja el documental pareciera que no existen seres distantes o distintos, existen seres “solo” separados por el silencio. A tamaña intemperie enfrenta el acto de memoria que es esta película.
El silencio es un cuerpo que cae se estrena en el BAFICI el jueves 12 de abril a las 18.30 en el Village Recoleta 4 y el lunes 16 a las 15.30 en el Arte Multiplex Blegrano 1.