Existen múltiples maneras de abordar la historia de la civilización occidental y su vínculo con la condición humana: podemos verla como una pelea por sobrevivir, como la búsqueda del sentido de la vida, como un choque entre oprimidos y opresores… o como el intento continuo y sistemático por coger. Con altas y bajas, en lo que más pensamos es en sexo, en sentir placer, en satisfacer nuestros deseos y en pasarla bien una y otra vez. Nos encanta trabajar por la paz mundial, nos sentimos inspirados por el ideal de una realidad más justa y pelamos por el fin de las inequidades económicas, pero lo que más nos gusta es darle a la matraca. Por supuesto que esto excede con creces el arcaico acto de meter algo y sacarlo con frenesí (¿alguien sigue cogiendo así? Quizá exista alguna aldea heterosexual perdida y aislada del mundo que sólo practique la penetración vaginal de un varón cis a una mujer cis pero en el siglo XXI parece un hábito desterrado), ya que coger involucra disfrutar de lo que nos gusta y cómo nos gusta las veces que podamos, además de una continua investigación a probar cosas nuevas. 

Este deseo por encontrar placer acompañó el desarrollo de la tecnología y encontró en ella su vehículo perfecto. Cuando aparecieron las cartas y los inicios de lo que sería el servicio de correo, de inmediato surgieron las epístolas fogosas y calentonas de los amantes que no podían verse físicamente. Hemingway, Flaubert, Wilde, Balzac… nadie se privó de escribir líneas tan calientes que todavía hoy despiertan pajas. Existe evidencia, además, de mensajes eróticos enviados por telegrama a comienzos del siglo XIX con bastante de vuelo poético y código compartido a causa de sus limitaciones e intermediarios. La irrupción del teléfono llevó a las famosas líneas de contactos y de relatos eróticos, que tuvieron su pico a mediados de la década del 90 con los 0600 y que aún hoy se mantiene con emprendimientos como Fono Gay y similares.

INTÉNTELO EN SU CASA

La irrupción de Internet llevó la búsqueda del placer a un nuevo nivel. No sólo porque dentro de las primeras páginas de la web hubo varias eróticas, sino porque hace más de dos décadas dispositivos como los chats mIRC o los grupos cerrados de Yahoo! pronto fueron terreno fértil para encontrar afinidades en la cama (y fuera de ella, ya que muchos prefieren los sillones, los baños públicos, las oficinas después de la seis de la tarde o directamente el piso). Cuando las computadoras dejaron de ser el dispositivo más popular para usar Internet, llegó la era de las apps, con una propuesta segmentada y totalmente orientada a lo que exactamente estábamos buscando. Si bien aún existe el viejo y querido levante por Facebook, Twitter y sobre todo Instagram, hoy contamos con aplicaciones hiperespecíficas para lo que queremos encontrar, desde fetiches hasta parafilias y fantasías. No importa qué te caliente o qué querés experimentar: existe una app en la que alguien te está esperando.

Decidí probar, en carne propia, estas aplicaciones pensadas para el revolcón. No usé todas sino aquellas específicas. Deseché Grindr y Manhunt porque son, digamos, “generalistas” y tampoco instalé aquellas que no son para hombres cis como yo porque no quería mentir en los perfiles. Puse mi nombre, mi foto y mi cara y las usé a diario principalmente en mi casa, que queda en el porteñísimo barrio del Abasto (lo siento, Palermo, algunos habitantes de la ciudad de Buenos Aires todavía resistimos a tus avances) a lo largo de diez días. Éstas son mis conclusiones.

GROWLR

Como siempre sospeché, los osos son los que mejor la pasan. La app GROWLr es tan sencilla como efectiva. Si bien parece diseñada en 1996, cumple con su cometido: une a osos con cazadores y con una docena de funciones totalmente gratuitas, desde videollamadas para chequear que todo lo que aparece en las fotos sea fidedigno hasta una agenda osuna con las actividades de la comunidad a nuestro alrededor. Cualquiera puede sumar su evento, es gratuito, y también hay una lista de bares “bear-friendlies”, lo que es una gran ayuda si viajamos y no sabemos a dónde salir. Existe una versión paga pero cumple más con el cometido de “sostener” la app, casi como un fin filantrópico.

En GROWLr podemos subir muchas fotos, armar álbumes y la mayor parte de los usuarios muestran sus caras. En una era en donde la mayoría en Grindr son torsos decapitados, los osos se muestran orgullosos y no ocultan nada. La app, además, tiene notificaciones sin tener que usar una versión paga, así que uno puede recibir los saludos -se llaman “growlers”, algo así como “gruñido”- sin necesidad de tenerla abierta en primer plano y obtener gratas sorpresas en pleno horario de oficina. Con mi pancita y mi pecho casi lampiño recibí varios avances de gorditos de todo Buenos Aires, que se mostraron muy convencidos a la hora de concretar. Los hubo caballeros, con fotos claras de sus rostros y conversaciones elegantes y civilizadas y también estaban los más resolutivos, que enviaban imágenes de las partes de su anatomía que querían destacar. Dos me reconocieron por mi cuenta de Instagram y uno de ellos hizo la tarea y me habló de todas aquellas cosas que a mí me gustan -nerdeadas y tonterías sobre He-Man, los muñecos Funko Pops! y otras obsesiones- para tirarme onda.

SCRUFF

Muy cerca de la comunidad de los osos pero enfocada en los barbudos y peluditos, Scruff es increíblemente popular en el país y se parece desde el diseño mucho a Grindr pero con funcionalidades de GROWLr, como la posibilidad de enviar un “woof”, una suerte de guiño, y de ver si ese guiño es correspondido, una agenda de eventos cercanos a nuestra locación y una guía de la ciudad si estamos de visita: nos muestra qué otros turistas están en la zona y cuáles son los bares y boliches de moda. Existe una versión paga de Scruff que cuesta 15 dólares mensuales o 10 si se paga un año por adelantado. Los usuarios premium acceden a búsquedas ilimitadas; no sufren los anuncios ni las publicidades que interrumpen los chats y pueden personalizar su búsqueda al extremo, con detalles como peso, edad, cantidad de vellos en el cuerpo y etnia (!). Scruff se enorgullece de haber sido la primera app que incluyó a la comunidad de personas que viven con vih como una opción, los llama POZ; y también uno puede identificarse como militar o transgénero. No encontré muchas personas que utilizaran estas categorías en Buenos Aires ni tampoco logré demasiada interacción. Me pareció una comunidad bastante estática y a la espera de que uno dé el primer paso. No terminé de definir por qué alguien elegiría a Scruff por encima de Grindr, ya que sus usuarios se solapan bastante aunque aquí los twinks y los lampiños brillan por su ausencia.

GROMMR

Los osos y los amantes de los osos tiene una app incluso más específica: Grommr, que se enfoca en los panzones y en los amantes de las panzas gigantes. Es una comunidad pequeña pero muy activa y en el que uno puede ser un “gainer”, quienes encuentran placer en engordar y aumentar su barriga; un “bloater”, quienes no son necesariamente gordos pero disfrutan con la distensión abdominal temporal, con agua o aire “sacando panza” o un “encourager”, que busca alimentar a gainers y bloaters tanto a voluntad o forzándolos. Todos tienen lugar en Grommr, que permite identificarse en alguna de estas tribus -o sólo ser un “admirador” y pedir permiso para asistir a estas reuniones- y buscar aquello que les gusta y les falta (está mal decir que es para buscar su “media naranja” porque en Grommr, la mitad de una fruta es algo insignificante). Mi experiencia a lo largo de diez días es que sus usuarios son pocos pero conocen bien las reglas y ni bien aparece alguien nuevo (me presenté como “bloater” porque tengo panza pero me faltan como 20 kilos para ser “gainer”) de inmediato lo llenan de pedidos y preguntas. Un gainer de tan sólo 23 años y muy bonito resultó vivir a tres cuadras de mi casa y me permitió entender que incluso aquellos morbos que no conocemos o que sospechamos que sólo existen en las zonas urbanas de Japón tienen presencia en todos lados. Mi vecino buscaba un encourager cuarentón y dominante. Espero de corazón que lo haya encontrado pero si alguno lee este artículo y califica, le recomiendo que se acerque al Abasto y prenda el WiFi de su teléfono.

3FUN

Esa misma popularidad repentina la experimenté con 3Fun, una aplicación orientada a tríos, ya sea homosexuales o bisexuales, y cuyo nivel de actividad me sorprendió. Su diseño y usabilidad están muy inspirados -quizá demasiado, hay que reconocerlo- en Tinder: se ve la foto del usuario y se debe elegir si a uno le gusta o no, eligiendo un corazoncito o una cruz. A diferencia de otras apps, para sacar un usuario necesita que se acceda a nuestro perfil de Facebook, aunque esta información nunca es pública, y se debe verificar nuestra identidad tomando una selfie, así que le agrega una capa de seguridad al momento del encuentro pero también expone nuestros datos personales sin mayor garantía que la promesa de que no van a ser compartidos.

3Fun te deja hablar con aquellas personas a las que les diste un like y ellos respondieron con lo mismo. La cantidad y diversidad de parejas y solitarios en busca de más compañía me impactó y me hace sospechar que Buenos Aires podría ser la capital latinoamericana del trío. Dos chicos rosarinos que se mudaron hace poco y aseguran que se aburren y quieren amigos para enfiestar; un marido que quiere escuchar desde la habitación continúa cómo se garchan a su esposa mientras ella le grita ‘cornudo’ y una pareja de veinteañeros con una galería de fotos en el Lollapalooza fueron algunos de los que me escribieron. Lo malo es que la versión gratuita de la app sólo permite ver una cantidad limitada de perfiles y cuando llega al límite -sospecho que son quince, pero no encontré el dato exacto- un cronómetro ocupa toda la pantalla anunciando que debés esperar 24 horas para ver más. A pesar de esta restricción, hay cantidad suficiente de usuarios como para entretenerse. Si buscás más, la suscripción cuesta 15 dólares mensuales.

BILOVE

Aunque no tiene tantos usuarios, BiLove me pareció la app ideal para bisexuales. Es absolutamente versátil a la hora de crear un perfil -de a uno, de a dos, con múltiples categorías de género, incluyendo trans y no binario- y permite limitar quiénes pueden vernos, para apuntar a nuestro target ideal. Al igual que 3Fun propone el sistema de darle un corazoncito o una cruz a cada perfil que vemos, pero incluye una sección llamada “Momentos” en donde los usuarios pueden sumar pensamientos, ideas o fotos, y se muestran más allá de que estén cerca de nuestra locación o no. Allí vi imágenes de vacaciones de un matrimonio que cumplía 6 años y quería “una celebración distinta”; la amarga queja de una brasileña de 40 años y llena de rulos canosos que decía que en San Pablo reina la hipocresía y un tal David que no para de sacarse selfies. BiLove es más cara que el resto de las apps -cada mes cuesta 20 dólares y el plan “promocional” es de 60 dólares en un único pago por seis meses- y aún no termina de tener muchos usuarios en nuestro país pero tiene potencial.

JACK’D

Tampoco encontré muchos argentinos en Jack’d, la app para hombres gay y bisexuales con uno de los fetiches más raros que existen: quieren estar de novio. Ni pijas ni culos ni patas ni pezones, la idea es mostrar la cara, cualquier imagen que sea considerada obscena es automáticamente borrada, y se orienta a armar citas pensando en relaciones sentimentales serias. En su sitio oficial Jack’d asegura tener 15 millones de usuarios en todo el mundo y está enfocada en chatear, intercambiar fotos si hay onda y de allí pasar a un encuentro en la vida real. La app quedó en el ojo de la tormenta en 2016 cuando corrió el rumor de que el asesino que produjo la matanza en Pulse, el boliche gay de Orlando, había sido visto allí. Su CEO aseguró que recorrió todos los registros y que no encontró rastros de que haya sido usuario. De todos modos, su reputación quedó manchada en los Estados Unidos y está haciendo muchos esfuerzos para que cada persona deje sus datos reales allí. Es por eso que también necesita un perfil de Facebook válido para ser asociado e incluye datos en la descripción como libros, películas y cantantes favoritos.

SUDY

A mitad de camino entre el romance y lo sexual está Sudy, la app que conecta Sugardaddies con Sugarbabies, es decir, adultos mayores en buena posición económica con jóvenes que aceptan obsequios y dinero a cambio de pasar un buen momento. Al inscribirse, uno tiene que elegir su perfil. Como ayuda para indecisos, la app explica que Sugardaddies son “aquellas personas exitosas, con buen poder adquisitivo y generosas”, mientras que los Sugarbabies “son personas atractivas y ambiciosas que están dispuestas a admitir su deseo de lograr una mejor vida con una ayuda financiera”. Si uno es Sugar Daddy puede enviarle regalos virtuales a los que quiera, que éste puede canjear por privilegios en la app. Todo cuesta dinero y uno puede incluso explicar para qué quiere ser financiado, como un joven de Palermo que sueña con una moto o una chica de Chacarita que quiere hacer un curso de manicuría y poner su propio local. La aplicación tiene versiones LGBTIQ, como “Sudy Gay” y “Sudy Les”, pero sus usuarios son muy pocos y casi no hay actividad en el país. No probé “Sudy Cougar”, destinado a las mujeres maduras que buscan chicos jóvenes y están dispuestas a financiarlos. Si uno se instala la versión regular puede colocar qué género le interesa. Lo mejor de Sudy es que cuando percibe que no tenés buena recepción -con mis 37 años y mi sueldo de docente y periodista descubrí que soy viejo para ser Sugar Baby y pobre para Sugar Daddy- te ofrece consejos de cómo debés relacionarte. Por ejemplo, una vez me dijo que debo “pedir lo que necesito sin realmente decir nada de lo que necesito, sólo sugiriéndolo”. Aún intento descifrar qué podría ser eso. Otro día me recordó que los Sugarbabies a veces se portan mal y necesitan “ser retados” pero que “cuando uno reconoce los errores es recompensado”. Mi único contacto interesante fue un “empresario aduanero” cincuentón y de panza blanca y prominente llena de pelos que declaraba un millón y medio de pesos de sueldo anual y que quería alguien a quien complacer y cumplirle sus caprichos. Me pareció una oferta interesante en tiempos en donde es tan costoso en términos monetarios cumplir con nuestros deseos.

En los 10 días que usé varias de estas apps recibí -entre corazones, fotos, mensajes y saludos- más de 80 interacciones. Como sabemos los que hace mucho que estamos en Internet, es largo el trecho entre un contacto virtual y un encuentro real, pero las chances son altas. Creo que es seguro afirmar que en este mundo de apps, no coge el que no quiere.