En una entrevista que le hicieron en 1976, Simone de Beauvoir se pregunta si las mujeres -de aquellos años y de antes- eligieron tener hijos o fueron intimidadas a tenerlos. “Ellas fueron criadas para pensar que es natural y normal. Esos son los valores que hay que cambiar”. Hasta los 70, las mujeres engendraban hijos a través de relaciones coitales tradicionales con varones y la Madre de las Feministas no había contemplado ni remotamente la posibilidad de parejas lesbianas en situación de “ambas-somos-las-madres”. Fue hacia finales de aquella década cuando se produjeron los más fuertes avances en técnicas de fertilización asistida. Pero no eran conocidas lesbianas que engendraran en el contexto de relaciones lésbicas. Sin embargo, era bien sabido de muchas lesbianas que se valían del subterfugio de formar pareja con varones para viabilizar el deseo de maternar.
Para la segunda década del siglo XXI, largas luchas lgbtiq mediante, el maternar lésbico aparece como realidad efectiva y amparada legalmente por el Estado argentino. Pero detrás del telón resuenan aún cuestionamientos al rol materno para las mujeres dentro del sistema, aunque sean lesbianas quienes lleven adelante ese rol. Lesbianas que hasta no hace tanto tiempo tenían prohibido ser madres.
Una respuesta posible a estos cuestionamientos sería una salida a lo Monique Wittig: “Las lesbianas no son mujeres”. Esto es, no tienen hijxs para un varón en particular. Pero la mayoría de las lesbianas que maternan no leyeron a Monique Wittig -tampoco a Simone de Beauvoir-, y de todas maneras cuestionan con su sola existencia el orden establecido, a la vez que defienden su deseo de maternar como parte de ese cuestionamiento.
EMBARAZADA EN EL PRIMER INTENTO
Bárbara y Paula (hoy, 38 y 51) se conocieron en 2001 en el IUNA, cuando iban a cursar una materia que nunca existió. Carta-va-carta-viene al rectorado a ver qué pasaba con la materia, el intercambio epistolar desembocó en una relación romántica y bastante más que eso. Al año siguiente, empezaron a hablar sobre tener un hijo juntas. Pero legalmente era muy complicado. Ni Bárbara ni Paula se definen como feministas. Bárbara es artista textil y Paula, restauradora. Como pareja tuvimos muchas idas y vueltas. Lo que se mantuvo firme fue el deseo del hijo. Para eso pasaron muchos años. Lorenzo hoy tiene tres años y medio. Juega con las plantas en la terraza de las tías y llora porque se le clavaron “miles” de espinillas de cactus en el brazo. Lorenzo tiene muchas tías, una de ellas es la ex pareja de Paula.
Las tías son una estructura de cuidado en días especiales. Pero básicamente es Bárbara quien está todo el día con Lorenzo. “Conmigo tiene la relación más como dice el psicoanálisis que es la madre”. Paula primero consiguió dos trabajos y ahora provee al hogar a través de un salario fijo.
“El primer médico nos dio mil vueltas -cuenta Paula-. Nos pasamos con otro y a los 15 días, en el primer intento, Bárbara quedó embarazada. Fue un vértigo, porque nos decían que ‘nadie se embaraza al primer intento’”. Tuvieron que casarse para que el Código Civil no dejara a Paula como nadie respecto de su hijo. (Impedimento que ya no existe, gracias a las luchas del movimiento lgbtiq. La Ley argentina hoy reconoce la maternidad legal de las lesbianas no-gestantes. Y cuando son más lxs intervinientes, se puede lograr por vía judicial).
Una vez que nació Lorenzo, la vecina Irma le decía a Bárbara, a cada rato: “Qué lindo nene, el padre debe estar chocho”. Bárbara tuvo que explicarle: “No, Irma, no tiene padre. El padre no vive lejos ni nada. Lo tuvimos gracias a un donante anónimo”. Lo mejor fue la respuesta de Irma: “La verdad, te felicito nena. En mis tiempos no había eso”
Bárbara no se siente en una situación muy diferente por haber traído al mundo a Lorenzo junto con otra mujer. “Nosotras no esperamos nada especial. De la puerta para afuera, Toto es uno más. No espero reconocimiento de la escuela porque tiene dos madres. Lorenzo tiene dos mamás, sí, y a los demás de a poco les va cayendo la ficha. Tampoco siento que ‘lesbiana’ diga algo trascendente sobre mí. No siento que haya algo que me iguale con las mujeres que son lesbianas que sea diferente de aquellas que no son lesbianas. Siento que mis afinidades son de otra índole”.
EL PLACER, PRINCIPIO POLÍTICO
Iris parió a Juan rodeada por una barricada de activistas. La llegada del bebé en 2016 fue motivo de una alegría inmensa para Iris y su pareja, Winchi (Leticia). Pero al mismo tiempo, fue un shock. “La noticia del embarazo fue en un contexto muy desgarrador, porque coincidió con el triunfo de Macri. Vengo de una familia muy pobre. Crecí durante el menemismo en Rosario, en una casa con techo de chapa y baño afuera. El neoliberalismo es uno de los recuerdos más crudos que tengo. La llegada de un hijo me revivió esa memoria de la miseria”. Más allá del flashback epocal, en este hogar las pasiones alegres y el entorno cercano le ganaron la pulseada al contexto económico.
“Siempre tuve el deseo de maternar. A los 15 años me reconocí lesbiana después de escuchar en la tele a María Rachid y a Claudia Castro hablando sobre su proceso de búsqueda de embarazo. Esa intervención me permitió saber que, a pesar de ser lesbiana, iba a poder tener hijxs. Y recién a los 27 empecé a nombrarme bisexual”, cuenta.
Profe de Lengua y Literatura en escuelas públicas de Villa Lugano, a Iris Ortelao (31) le falta muy poco para recibirse de profesora en ESI (Educación Sexual Integral). “Muchas veces tuve que bancarme que me dijeran ‘al final, vos sos Susanita’. Mi respuesta es que, como feminista, el placer es un principio político. Y que maternar es parte de mi decisión sexual”, refiere.
El nacimiento de Juan iba a ser en casa, pero a Iris le subió la presión y el parto se produjo por cesárea realizada por el equipo de Naciendo al Sur Parteras. “No tuvieron violencia con mi cuerpo ni con el de Juan. Winchi estuvo presente durante la cesárea. Nunca fui paciente, siempre fui protagonista del parto. El equipo estuvo completamente concentrado en atenderme en mí. No hablaban del programa de chimentos de la tarde, como suelen referir muchas mujeres sometidas a partos no respetados”.
ELLA, LOS TRILLIZOS Y YO
Desde hace siete años, Andrea Majul (48) y Silvina Maddaleno (43) son activistas en 100% Diversidad. Ambas son periodistas y locutoras. Llevan 24 años como pareja. Andrea y Silvina recurrieron a una técnica de reproducción asistida de baja complejidad. Y ¡oh, sorpresa! Trillizos. Nada de fecundación in vitro. Había un 3% de probabilidades y salieron sorteadas. Abril, Jazmín y Santiago hoy tienen 9 años.
Silvina, quien gestó a los bebés, es muy directa: “Nunca fui la chica que se imagina la maternidad como destino. Me acuerdo que decía: ‘No voy a ser mamá porque es mucho trabajo’. Pero los hijos empiezan a existir en el momento en que los empezás a desear. En el momento en que lo explicitamos, a las dos nos pasaba lo mismo y empezamos a pensar estrategias para llevar adelante ese deseo”.
En cambio, a Andrea siempre le gustaron los chicos. “La visión infantil me potencia mucho”. Pero no idealiza para nada la maternidad, simplemente lo reconoce como un deseo de algo que no tiene por qué ser perfecto: “Para mí la maternidad no era algo pendiente de realización personal ni pensaba que fuera algo que tuviera que ver con la completud. Todo lo contrario. Lo que se produce es ‘separatud’, te vas separando en partes. Muchas de tus acciones diarias están orientadas a seres que, cuando tengan tablets, olvidarán todo esto. Nunca creí que ser madre fuera algo maravilloso. Forma parte de los lados luminosos y, al mismo tiempo, oscuros de la vida. Una hace lo que le produce placer y después trata de seguir la historia tal como se va presentando”.
Los trillizos estuvieron presentes en el casamiento de sus madres y jugaban a sacarle los zuecos a la funcionaria del registro civil. De nuevo el viejo Código Civil que no reconocía a la madre no gestante (en este caso Andrea) y las estrategias para salvar esta situación. Un problema que nunca tuvieron los heterosexuales. Y una muestra de que las lesbianas tenían prohibido en la Argentina, hasta hace muy poco, maternar en su propio contexto. “Nosotras no decidimos hacer la gran consulta universal. Decidimos hacerlo. Más allá de las dificultades del momento, porque no había ninguna ley que protegiera a la familia que estábamos pensando”, dice Silvina.
Desde la terraza se ve cómo avanza la construcción de las torres que reemplazan las casas bajas del Abasto. Un plato con pandulce y talitas acompaña la merienda. Ahora pueden relajarse y disfrutar de un atardecer. Cuando nacieron los trillizos, estuvieron meses y meses sin tiempo para ellas mismas. Entiéndase: sin tiempo ni para comer ni para bañarse. Apenas podían dormir 30 minutos por día. Por suerte, aquello ya pasó. Abril, Jazmín y Santiago están grandes. A simple vista, la más rebelde parece ser Jazmín. Santiago, el más pendiente de la relación con sus hermanas, y Abril, la más inquieta y apegada a sus madres.
“El mandato de la maternidad es fortísimo y excede la orientación sexual. El punto es si tu deseo es parte de un mandato. Porque el camino más difícil es recorrer tu propio deseo. Para nosotras, la constitución de una familia supone una salida constante del closet”. Para Andrea la apuesta fue por el deseo. Y para Silvina también.
REPRODUCCIÓN SIN HETEROSEXO
Laura Pérez Régoli (26) frunce el ceño frente al planteo de que las maternidades lésbicas pueden reproducir el mandato patriarcal. Milita este tema y otros en la agrupación Mala Junta. Trabaja el tema de las maternidades lesbianas para su tesina de grado de la carrera de Trabajo Social (UBA). Para Laura es un punto crucial que el activismo lésbico proponga el acceso a la tecnología como un derecho social: “Siempre hablamos de las conquistas del matrimonio igualitario y la identidad de género, pero nos olvidamos de otras conquistas del movimiento como la ley de fertilización asistida, que atañe especialmente a las lesbianas”.
Oriunda de Bahía Blanca, una sociedad muy conservadora, Laura nunca se había planteado tener hijos, hasta que hace un par de años empezó a oscilar y a pensarlo como posibilidad pero no como proyecto concreto. “Lo que no entiendo es el fanatismo que tenemos por la cuestión genética, cómo construimos la familia como lazo biológico, eso de que ‘la sangre tira’. Todo esto me parece muy conectado con la heterosexualidad obligatoria. Tenemos que construir otras formas de construir maternidad”, señala.
Para cuando Laura advino al mundo y creció, muchísimas lesbianas ya habían dejado de vivir clandestinamente, estos temas ya se militaban en el movimiento lgbtiq y se conocían las primeras experiencias de lesbianas maternando públicamente. Pertenece casi a una cuarta generación del movimiento de lesbianas feministas argentinas.
“Para las lesbianas, la maternidad aparecía como algo prohibido, mientras que para las heterosexuales aparece como un mandato. Todo lo que se construye como deseable para la mujer hétero, es despreciable para la lesbiana, en pos de sostener la heterosexualidad obligatoria. La maternidad aparece para la heterosexualidad como la forma típica de construir comunidad. La maternidad lesbiana, en cambio, rompe la cadena de significantes sexualidad y reproducción. También la rompe el aborto. La maternidad lésbica propone una reproducción que no tiene que ver con la sexualidad heterosexual y apunta a maternar como deseo y no como mandato”, sostiene Laura.
ARMA TU TRIBU
Ivana Azul (30) busca espacios feministas donde pueda participar en actividades junto con su hija de 3 años y medio. “La maternidad fue rebeldía para mí. Pertenezco a una clase media donde el discurso es: ‘Tenés que ser profesional. Es una gronchada eso de estar criando’. Yo pienso que la opresión te envuelve en lo que no querés hacer. Por eso el desafío para mí es criar en feminismo. En una clase media feminista está más aceptado el aborto que la maternidad”.
En los 90 empezó a tener relaciones lésbicas a escondidas y se consideraba bisexual. Le gustaba vestirse de hombre. En la Escuela Normal conoció, en el centro de estudiantes, a una compañera que tenía dos mamás. Eso la habilitó a explorar más a fondo. Dejó al noviecito de la secundaria. El pibe se puso a llorar porque no quería que Ivana siguiera saliendo con mujeres.
En un viaje que hizo a Salta, Ivana se puso en pareja con otro chico, se quedaron viviendo allá y se embarazó. El pibe resultó violento y la hizo pasar horrores durante el embarazo. Ella empezó un grupo de crianza en una biblioteca popular, con otras mujeres, y les contó que la estaba pasando mal con su marido. Lo denunció. “Lo importante es armar tribu”, sostiene Ivana.
Ahora se define como lesbiana. Trabaja como vestuarista y asiste con su hija a las reuniones de Fútbol Militante porque le parece fundamental unir feminismo, lesbianismo y maternidad.
EL SEXO QUE NO QUEREMOS
Bióloga y militante lesbiana, María Luisa Peralta (44) tiene un hijo de 10 años que gestó por inseminación artificial. Formó una familia ensamblada junto con su ex pareja y las parejas actuales de ambas. Tupac pasa la mitad del tiempo con cada madre.
María Luisa, como Laura, pierde la paciencia cuando le preguntan si las lesbianas madres no estarían acatando el viejo mandato patriarcal. “A ver, pongamos en orden los mandatos patriarcales. El primero es: someterse a un hombre. Y el segundo: debés ser madre. Cuando rompemos con el primero y no nos sometemos a un hombre, cambiamos la serie de mandatos. Si las lesbianas pueden vivir sin un hombre, entonces tienen que pagar un precio: las lesbianas no pueden ser madres, no importa que lo deseen”.
La prohibición de maternar no viene sola, se suma a la serie de precios y castigos que deben pagar las lesbianas. “Una idea errada que circula es que ahora hay lesbianas que quieren ser madres. No es así. Siempre hubo algunas lesbianas que querían ser madres. El deseo de maternar no corre parejo al ejercicio de la sexualidad. Una cosa es el deseo sexual y otra el deseo de maternar/paternar. A lo largo del siglo XX se produjo el desacople de la sexualidad y la reproducción. En los 60, a través de la píldora anticonceptiva. Y en los 80, con las tecnologías reproductivas. Hoy las lesbianas tenemos los hijos que queremos sin el sexo que no queremos”.
Le parece muy injusta cierta desvalorización que se hace desde un sector del feminismo a las tareas de cuidado. Por el contrario, sostiene que se las puede revalorizar desde una perspectiva de los modos en que queremos construir la sociedad y qué significan esas tareas un contexto de neoliberalismo. “Cuando se invalidan de plano las tareas de cuidado, se obtura la posibilidad de inventar otras cosas”, argumenta. El ejemplo más a mano es una asamblea de maricas y bisexuales, horas previas a la marcha del 19 de octubre, el día del paro de mujeres. Llovía a cántaros y las madres resolvieron no llevar a Tupac. En aquella asamblea decidieron apoyar a las compañeras lesbianas cuidando al niño mientras ellas iban a la marcha.
En cierto modo, los estándares parecen ser distintos para las lesbianas que para las heterosexuales. “Hay feministas que nos exigen a las lesbianas que no maternemos. Es como si nos encargaran a nosotras su revolución”, observa.
Por lo general, María Luisa no se presenta como bióloga. A menos que haya en discusión temas específicos. Sin embargo es llamada frecuentemente a intervenir en ese terreno: “Es que estamos en una sociedad que le da un peso enorme a lo biológico”. ¿Hasta qué punto este contexto apuntala la idea de la familia como lazo biológico, en lugar de pensar otros modos de maternar? Para María Luisa esta pregunta, así formulada, puede resultar estigmatizante. “Las personas toman determinadas decisiones por su historia. Eso no impide que podamos hacer críticas generales, pero sin caer en un lugar policíaco respecto de las decisiones de las demás”.
La crítica a la primacía de la sangre ya está presente en el reconocimiento como madres de las lesbianas no-gestantes. “Haber dado la discusión por el derecho de las dos madres, corre del centro la cuestión biológica. Por eso decimos también que el donante anónimo es meramente dador de una célula, no es el padre de la criatura. El acumulado del movimiento glbt en este campo es tremendo. Cuando el feminismo tradicional cuestiona las maternidades lésbicas, se está perdiendo toda esta riqueza”, subraya María Luisa.
Se presentan tantos modos de maternar como mujeres y lesbianas existen. Atravesados por el sistema, sin duda, porque no existen contextos inmunes a la sociedad y a las historias personales vividas en esta sociedad. Pero en la segunda década del siglo XXI, la crítica de Simone de Beauvoir a “lo normal y natural” no puede decirse de la misma manera, porque las maternidades lésbicas llegaron para cuestionar el esquema de relaciones “normales y naturales” en que los humanos advienen al mundo.