Anotan en sus cuadernos las primeras noticias de la rebelión de Stonewall en 1969 y el concepto de “heteronorma”. Enarbolan los colores del arcoíris, los pañuelos verdes, las banderas violeta con el puño feminista en alto. Las comisiones de Género crecen en las escuelas secundarias de la Ciudad de Buenos Aires desde las últimas vigilias por la sanción de la ley de aborto seguro, legal y gratuito. Es una revolución feminista como hasta ahora no se vio y atañe a una generación que se ve a sí misma como la segunda generación del siglo XXI. Se trata de una revolución que lleva como principios el amor, la diversidad sexual, la lucha contra los modelos tradicionales de ser varón/mujer y contra la violencia de género.
“El tema del género está revolucionando a todxs lxs pibxs de nuestra edad, en lo cotidiano. Y lo más interesante es que está presente en el habla tanto en las personas que tienen perspectiva de género como en las que no la tienen”, cuenta Julieta Valsan (18), presidenta del Centro de Estudiantes de la Escuela Normal 5, de Barracas.
La ESI (Educación Sexual Integral) es un derecho (por Ley 2110 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) ya no debería ser un reclamo estudiantil. Pero lejos está de implementarse con el alcance que lxs estudiantes requieren. Lxs jóvenes exigen que atraviese todas las materias, toda la vida escolar. No les alcanza con jornadas esporádicas donde no se profundizan los temas que a ellxs les interesan.
La Comisión de Género del Normal 5 se formó en marzo de este año y es autónoma respecto del Centro fundado hace más de 30 años y recientemente declarado feminista. La Comisión se comunica en las redes sociales únicamente por Instagram. Julieta Valsan saca la cuenta de les integrantes de la Comisión y detalla su composición, teniendo en cuenta si se trata de adolescentes cisgénero (cuya identidad de género coincide con el sexo asignado al nacer) o transgénero (cuya identidad de género difiere del sexo asignado al nacer). Cuando hablan de Comsión de Género se presentan de esta manera. “La mayoría en la Comisión somos mujeres cisgénero, hay algunos varones cis y un varón trans. En nuestra escuela, gays y lesbianas son visibles. A algunxs tal vez les cuesta o no quieren demostrar cariño en el ámbito escolar, pero se sabe que están saliendo abiertamente con tal chico o tal chica”. La escuela acompañó la transición de dos varones trans y permite usar lenguaje inclusivo en las evaluaciones. Lxs estudiantes valoran que lxs profesorxs pongan dinero de su bolsillo para los materiales de ESI “porque el Estado no baja un peso”. El acceso al gabinete psicopedagógico es directo, no necesitan pedir permiso para consultar. No es así en todas las escuelas.
LAS PAREDES HABLAN
El 6 de agosto, en una escuela técnica ubicada a diez cuadras del colegio de Julieta, comunican a lxs estudiantes de segundo año –durante un trabajo práctico– que M se había suicidado. M tenía 14 años y era varón trans. “Había pedido que lo llamen con nombre de varón, se lo comunicó a lxs preceptorxs. Una psicopedagoga habló con el curso de M y se refirió a él como ‘compañera’ y nos dijo que el género no era algo importante”, cuenta Liz (15). El equipo de conducción de la escuela informó a través de la libreta de comunicaciones a los padres que el turno tarde tendría “una jornada de reflexión para poder sobrellevar el duro momento por el cual están transitando, debido al fallecimiento de una compañera”. Se refieron al estudiante varón trans, por escrito, en femenino. “Cuando les dijimos que no era ‘nuestra compañera’ sino nuestro compañero, nos contestaron que la ley dice que, para nombrarlo en masculino, tendría que haber cambiado su nombre en el documento”. La Ley de Identidad de Género en su artículo 12 dice lo contrario: debe respetarse la identidad de género y el nombre adoptado por las personas que utilicen un nombre distinto al que figura en su DNI, en especial tratándose de niñas, niños y adolescentes.
Además se dieron otras situaciones que indican que no todos los adultos de la escuela acompañaban a M en su transición. “Una vez un preceptor dijo de mala manera: ‘Pero que vaya al baño de discapacitados’. Y un profe de taller nos dijo a nosotrxs que lo iba a llamar por el nombre del documento. Ya habíamos tenido el antecedente de un preceptor que llamó marica a un chico gay que ya egresó”, cuenta Nahuel (17). Es un grado de injusticia e ignorancia que no puede ser silenciado.
La noticia de la muerte de M y la negación de su identidad autopercibida llegó a los medios a través de una publicación en la página de Facebook del Centro de Estudiantes del Normal 5 en solidaridad con sus compañerxs. Nadie, ni sus compañerxs ni lxs estudiantes secundarixs de otras escuelas ni mucho menos Soy se arroga el derecho de decir ni de inferir cuáles fueron las múltiples posibles causas del suicidio de M. Lxs jóvenes piden que no se olvide a su compañero, que no seamos indiferentes, sienten una sensación de injusticia, de impotencia y de atropello. Esta no es la historia que no podemos narrar sino la historia que escriben lxs chicxs en las paredes, las voces que reflexionan sobre hechos de una educación precarizada, con profesorxs que se están cargando todo al hombro y otros que no. De estudiantes que sostienen que la educación privada no es la solución, porque en la escuela pública aprenden a defender sus derechos. Estxs jóvenes no buscan sacarse de encima a los adultos y ocupar su lugar sino hacerles comprender que las relaciones en el espacio escolar deberían basarse en el amor y en el respeto por las emociones y sentimientos.
Al cumplirse un mes de la muerte de su compañero, aparecieron estas pintadas en el paredón de la escuela: “No nos alcanzaría un monólogo para denunciar todas las injusticias que en el colegio se dan / exigimos ESI con perspectiva de género / a M lo mató la indiferencia / los dinosaurios van a desaparecer”. A la semana siguiente el paredón había sido limpiado. Una brocha gruesa tapó las pintadas el fin de semana del 16 de septiembre, aniversario de La Noche de los Lápices. Quedaron únicamente las consignas que no cuestionan a la autoridad, como por ejemplo “exigimos ESI con perspectiva de género”. Pero lo que se lee es lo que no está. Es lo que ocurre con las cartas que los regímenes totalitarios del siglo XX sometían a censura: lo que resalta son las tachaduras que pretenden tapar el texto. Arcoiris en la escalera, en las columnas, en el salón de actos, en la ropa, con papel adhesivo y cintas de colores, fue la respuesta, como intervención en homenaje a su compañero. “No nos resultó fácil. Primero nos dijeron que no, porque en la escuela en estos días iba a haber una ceremonia de entrega de certificados y esos colores no son formales. ¿Cómo que nuestros colores no son formales? Me pareció una falta de respeto porque soy bisexual y esos también son mis colores”, cuenta Liz. Liz es callada. Deja hablar a sus compañeros varones cisgénero mientras observa con paciencia y anota todo. No sabe viajar en colectivo, sus xadres todavía no la dejan. Se mueve mejor en las redes sociales que en la calle.
PERSONAS EN CONSTRUCCIÓN POLÍTICA
Patricio Achával (18) es el presidente del Centro de Estudiantes del colegio al que iba M, la Escuela Técnica 15 Maipú, de Barracas. Ubicada en el centro comercial elegante del barrio, Patricio (Pato) viaja todos los días desde Banfield para llegar a la escuela (son 17 kilómetros en tren y en colectivo). Usa siempre sombrero. “No hay ningún reglamento que diga que no se puede ir a clase con sombrero. Prohíben ir con gorrita. De esa manera estigmatizan a los pibes que la usan. Esta es mi manera de protestar frente a esas estigmatizaciones. Muchas veces pido que me atiendan para hablar del Centro de Estudiantes y me contestan: ‘No tengo tiempo para eso. Pero sacate el sombrero’. Voy a plantearles a las autoridades temas que reclaman lxs estudiantes y no me dejan hablar. Me tienen 20 minutos contándome sus problemas. Y no resuelven nada de lo que vamos a pedir”.
Muchxs chicxs de este Centro de Estudiantes están comprometidxs con el trabajo barrial y de alfabetización que se realiza en la Villa 21-24. Tienen vínculos con otras organizaciones a través de la Unión de Centros de Estudiantes del Sur y Maestros Villeros. Prefieren reunirse en una escuela que está ubicada en ese barrio porque allí se sienten cómodos. “Nosotrxs no podemos ir a los bares porque nos echan. No nos alcanza para pagar una bebida cada uno”, cuenta Patricio. Luchan por la ESI obligatoria, contra el gatillo fácil y por mejorar las viandas en las escuelas. Todavía no saben cómo resolver la falta de viandas suficientes. “Suena el timbre, hacemos una fila y nos reparten un sánguche de queso, una fruta y a veces una barra de pochoclo. Pero las viandas no alcanzan para todxs. Lxs últimos se quedan sin comer”. Hablan entre ellxs del noviazgo de una de las chicas con un pibe de otro curso. Ella se ríe pero no les contesta. Cuando la chica se presenta como bisexual no hacen ningún comentario, para ellxs es de lo más corriente.
Ellxs quieren que se recuerde a M. Lo evocan como “una persona en construcción política. Era un chico humilde, vino algunas veces a las marchas. Era comprometido. Tal vez no compartíamos sus gustos musicales, le gustaba escuchar Cerati y música japonesa. Dibujaba cómics”.
Estxs chicxs sienten que no pueden confiar en muchos de los adultos de su entorno escolar (directivos, profesores, preceptores). Sienten que para estos adultos son casi invisibles hasta que “les causan problemas”. “No nos traigan problemas, no nos compliquen, estamos cansados”. Patricio dice que esta es la respuesta más frecuente a pedidos por parte de lxs estudiantes. Cuando ya no pueden más y –por ejemplo– se caen las aulas a pedazos, lxs estudiantes crean un hashtag y lo publican en Twitter. “Tienen una p... de laburar que es impresionante. Y nosotrxs reproducimos eso. Durante mucho tiempo no supimos luchar contra esa marea. Nos costó mucho detectarlo” –señala Lautaro (17)–. Y ahora nos damos cuenta de que la Comisión de Género es fundamental para recuperar las ganas. Porque el feminismo es una cuestión emocional de las relaciones entre las personas”. Formaron la Comisión de Género quince días después de la muerte de M., integrada desde un comienzo por 40 estudiantes de todos los turnos. Y crearon un hashtag para recordar a su compañero.
La Comisión pidió a las autoridades espacio para realizar de manera urgente una jornada de conmemoración y concientización. La respuesta fue que esperen al cierre del trimestre y la convoquen para un sábado. “Esa misma semana, entró una profesora al curso y nos preguntó si conocíamos al chico que murió. Le dijimos: ‘Profe, era nuestro compañero. Se sentaba ahí’. Ese mismo día esa profesora nos tomó una prueba”, recuerda Naiara (14). Pero no solamente eso. Liz interrumpe y agrega: “Un preceptor nos dijo ‘nos exigen a nosotros, ¿y ustedes qué hicieron por él?”. Que un adulto tenga el poder de decirle a un grupo de adolescentes a su cargo “al final ustedes no hicieron nada” y se tome la atribución de trasladarles una culpa que de ninguna manera les corresponde, es de una gravedad tremenda y una manera de instituir bullying de parte de un adulto a un grupo de chicxs. El bullying es descendente, viene desde arriba, desde quien tiene el poder y habilita esas situaciones.
La jornada de concientización tuvo que esperar hasta este miércoles. No fue abierta a la comunidad como querían lxs estudiantes. Se realizó bajo el título Primera jornada de formación y concientización: implementación de la Ley de Educación Sexual Integral, diversidad y derechos de los y las estudiantes.
REVICTIMIZANDO AL EDUCANDO
Otro reclamo de lxs adolescentes es el acceso directo al gabinete psicopedagógico, sin tener que pedir permiso antes. Si unx estudiante padece abusos, violencia de género u otros problemas graves, o necesita ser acompañadx en su transición de género, o sufre presiones por calificaciones o inasistencias, y se lx obliga a buscar a un profesor o preceptor para que medie, se lx está obligando a exhibir que precisa ayuda. Se lx revictimiza en ese camino. Tal vez necesite que lx acompañen sus compañerxs o nadie, y no un adulto. O tal vez sí, pero no tiene chance de elegir. El reglamento interno de esta escuela técnica dice: “Los alumnos podrán consultar al gabinete psicopedagógico o por derivación, con previo aviso al docente y/o preceptor del curso”. Está impreso en la libreta de comunicaciones a los padres. Es reglamento interno de la escuela, en otros colegios no existe esta disposición. ¿Quién pensó este reglamento? ¿Quiénes los consensuaron? ¿Intervinieron lxs estudiantes en alguna instancia de redacción del reglamento que deben obedecer? ¿Qué ocurre si unx chicx precisa hablar con el gabinete psicopedagógico de manera urgente y el tutor que debe autorizarlo no aparece por ningún lado? ¿Nadie evaluó que no se les puede cerrar la puerta de esa manera?
“Están haciendo circular en la escuela que hablamos así porque queremos desprestigiar al colegio”, sostiene Patricio. Lxs adolescentes se dan cuenta de que –en muchos casos– tienen enfrente a una generación formada en las aulas secundarias de la dictadura 1976-1983, cuando los medios de comunicación caracterizaban las denuncias de los organismos de derechos humanos como “campaña antiargentina”. Lo saben porque leen y están especialmente atentos a lo que ocurrió en su país en aquellos años. Intuyen que estos adultos reproducen el mismo esquema argumentativo que aprendieron en la adolescencia, para silenciar a quienes reclaman que se respeten los derechos humanos. Pero en las escuelas también hay adultxs que lxs cuidan, lxs acompañan y arriesgan su trabajo por defenderlxs.
“En estos días una persona con peso en el colegio me dijo que hay profesores que se dedican a darnos alas a los chicos más grandes y no nos preparan para la vida fuera del colegio. Que después no les pase lo que le pasó a M por darle alas’”, refiere Lautaro, el único de la mesa que pidió café. El bullying de adulto a adulto corre y si pasa, pasa. “Quieren deshacerse de lxs profesorxs piolas, de lxs que nos cuidan y nos dedican tiempo. Una vez a un profesor no le permitieron leer un discurso en un acto y a otro le cortaron el audio de la película de San Martín en el momento en que arengaba ‘Seamos libres que lo demás no importa nada’”.
“Nosotrxs estamos luchando por mejoras para la escuela, no para destruirla. Lo que se tiene que corregir es lo que ocurre en la escuela pública que atenta contra ella. Algunos directivos no apoyan a lxs profesorxs que despiertan a la escuela pública. De esta manera, atentan contra ella. El feminismo es amor. Amor debería ser una materia”, concluye Patricio. Su escuela tiene buen nivel académico y dispone de equipamiento moderno para los talleres. Pero es evidente que con eso no alcanza.
EN PRIMERA PERSONA
La publicación del Centro de Estudiantes del Normal 5 en solidaridad con sus compañerxs de la Maipú me impactó cuando la vi por primera vez en Facebook. El caso de un chico del barrio donde crecí, al que muchos adultos negaron el reconocimiento a su identidad de género, me movilizó y me hizo pensar que no podía quedarme de brazos cruzados. Más allá de lo delicado del tema, había otrxs chicxs en ese entorno que reclamaban ser escuchadxs. Pasar nuevamente por las calles que rodean al Normal 5, que por suerte siguen siendo muy estrechas y empedradas, pintadas ahora de muchos colores por un artista plástico, me transportó a mis años de adolescente. Faltaba en el aire el olor a galletitas y chocolate de la fábrica El Águila, que cerró en los 90. En las calles ya no se ven las chicas con guardapolvo blanco tableado ni a los varones del industrial esperando a la salida. Yo fui una chica del Normal 5 desde jardín hasta final de la secundaria. Y también tuve 14 años. Era 1978 y en Buenos Aires continuaba la cacería de militantes estudiantiles en la clandestinidad. De aquel año lo que más me quedó grabado fueron los breves simulacros de oscurecimiento por una posible guerra contra Chile, no tanto el Mundial de Fútbol. Lo recuerdo como un año triste, sin brillo. Nosotras marchábamos a los cursos en fila de cuatro en fondo mientras en los parlantes del patio sonaba una marcha militar. Yo sabía que tenía que callarme la boca, mis padres simpatizaban con la izquierda peronista y me contaron que en el pasaje del fondo de mi escuela la Triple A había acribillado en 1974 a Julio Troxler, un muchacho que se había salvado de morir fusilado por la Libertadora (la peor palabra del mundo para mis padres). Y las cosas después se pusieron muchísimo peor.
Hasta los 13 años yo creía que me gustaban los chicos, los que se destacaban como más inteligentes o más revoltosos. Hasta que un día entró al aula una mujer bastante mayor que me dejó muda. Algo muy raro me estaba pasando y no sabía cómo describirlo. En aquellos años el feminismo no había analizado todavía las relaciones sentimentales entre profesores y alumnos como abuso o relaciones de poder, o al menos la mayoría no nos habíamos enterado porque el feminismo era un movimiento extremadamente pequeño en Buenos Aires y silenciado por los medios de comunicación. Los teleteatros de Alberto Migré nos habilitaban a full para enamorarnos de nuestros profesores, justamente aquel año 1977 “la novela” Pablo en nuestra piel idealizaba un romance entre un profesor y una estudiante secundaria. Pero lo de Migré no era ninguna audacia. La Jo de Louisa May Alcott había formalizado una relación con el profesor Bhaer. Sin embargo, que una alumna se enamore de una profesora para aquellos años era algo ininteligible, incluso para la propia enamorada. Pienso ahora en la ingenuidad de aquella adolescente y me produce ternura. Nosotras no conocíamos la palabra “lesbiana” ni lo que significaba. No me producía ninguna vergüenza mi enamoramiento. Al contrario, me sentía orgullosa de ser diferente. Y eso a algunxs adultxs no les caía nada bien. En mi casa tampoco.
La profesora esta era encantadora. Enseñaba de una manera que podríamos comparar con el método Jacotot (el maestro ignorante): nos mostraba fotos de viajes a las pirámides de Egipto o nos hacía leer cartas de Encarnación Ezcurra a Juan Manuel de Rosas sin dar su opinión. Si te ibas a llevar la materia a diciembre, te hacía visitar el cementerio de la Recoleta y contarle qué viste. Si el relato le resultaba interesante, aprobabas.
El año siguiente, 1978, fue aburrido sin ella. Me dediqué a escribir poemas de amor en un cuaderno Rivadavia. Llevaba el cuaderno a todas partes. Hace poco encontré una foto mía de aquel año. Con algunas compañeras de división íbamos de paseo por otros barrios y aprovechábamos para fumar sin que nos vieran nuestros padres. En la foto estoy dándole parejo a un cigarrillo Jockey Club, apoyada en un farolito del Rosedal. Ya se me vía con total transparencia lo torta. Había llevado al paseo el cuaderno con mis rudimentarios poemas lésbicos, pero no salió en esa foto.
Cual novela de Alberto Migré, me tocó ese año una profesora villana. Esta profesora aburrida no se apartaba del manual de Ibáñez e intentaba dar largas explicaciones sobre asedios a castillos. En una de esas, seguramente harta de mi cara de tedio, la profesora villana capturó el cuaderno Rivadavia de mi pupitre y se puso a leer uno por uno aquellos poemas en voz alta a toda la clase, riéndose a toda máquina, mostrando cuán ridícula podía ser esa alumna. Mis compañeras no le llevaron el apunte, el hecho no tuvo trascendencia para ellas. La profesora villana no pudo instalar en el aula el bullying que pretendía.
Fue muy reparador para mí advertir, durante los años siguientes, que aquella profesora que me deslumbró no se escandalizó de mis sentimientos y –sin moverse de su rol de docente– me cuidó de la jauría de profesoras lesbofóbicas dispuestas a despedazarme. Gracias a su intervención, nunca más volvieron a molestarme en la escuela por ser así. Años después conocí por fin la palabra “lesbiana” y empecé a reconocerme con tal.
Tenía yo 14 años y todo podría haber sido distinto. Por suerte no lo fue. Siempre hubo docentes comprometidxs que dan alas y estudiantes con derecho a crecer rodeadxs de amor y respeto. Cada opresión nace con su fecha de vencimiento grabada en la solapa. Más allá del dolor de aquello que nunca podrá ser reparado.
Esta pintada permaneció durante siete días en la Escuela Técnica, pero fue borrada
el fin de semana del 16 de septiembre, aniversario de La Noche de los Lápices.