Una cita olímpica siempre es saludable. Más allá del alcance global, de los vaivenes, de los intereses de todas las partes. Los Juegos de la Juventud configuran una invención novedosa y extraña. La creación del Barón Pierre de Coubertin, la original, la que inició la nueva era, fue para deportistas amateurs. Que algunas especialidades se hayan podido profesionalizar con el correr de las décadas no altera el sentido ni la filosofía fundacional.
Los Juegos de la Juventud imponen un límite etario y reducido –entre 14 y 18 años– para crear una nueva cita olímpica. El tiempo, que suele colocar las cosas en su debido lugar, exhibirá luego su valor real y mostrará el verdadero legado. Buenos Aires, esta vez, se erige como un paso más en ese camino. La ciudad será la capital mundial del deporte hasta el 18 de octubre. Todos los ojos se posarán sobre los más de cuatro mil atletas de 206 países distintos que van a saborear el privilegio de competir, que no necesariamente incluye el de ganar. Porque la lógica singular de los Juegos es la de pertenecer a una celebración incomparable, lejos de la antinomia entre la victoria y la derrota.
La inversión para el desarrollo de los Juegos es la otra cara de la moneda. El Gobierno de la Ciudad se hizo cargo de la totalidad de un proyecto exorbitante cuyos números resultaron infinitamente superiores a lo previsto, entre otras cosas por la previsión inicial de un dólar a cuatro pesos que ahora bordea los cuarenta.
De cualquier forma, la fiesta de los pibes ya está en marcha. Y se disparó hacia todo el mundo con un plus: por primera vez en una cita olímpica la ceremonia inaugural se desarrolló de forma íntegra en las calles. Sólo existe un antecedente en magnos acontecimientos deportivos: la apertura del Mundial de Fútbol de Francia 1998, en Place de la Concorde, con aquellos recordados muñecos gigantes que representaban a cada continente. Nunca antes se habían mezclado en las calles de una ciudad millones de personas de tantas nacionalidades diferentes. Nunca más se pudo reeditar. Al menos hasta veinte años después. La bienvenida de nuestros Juegos fue a otra escala, inmersa en otra clase de desafío. Pero la postal del Obelisco, rodeado de miles y miles de personas que disfrutaron de un momento histórico, quedará grabada en la memoria colectiva de los amantes del deporte.
El icono por excelencia de la ciudad de Buenos Aires proyectó una cuenta regresiva de diez segundos para iniciar el espectáculo. Apenas finalizó el recuento, increíbles fuegos artificiales salieron por el extremo superior del monumento. En ese momento comenzaron a ingresar los atletas de las distintas delegaciones, que fueron recibidos por actores de Fuerza Bruta que interactuaron con ellos y desplegaron toda la magia de un show de primer nivel internacional.
El Himno Nacional argentino se escuchó en medio de una puesta en escena descomunal: todos los presentes se quedaron boquiabiertos cuando vieron que una mujer descendía con la bandera “caminando” por los bordes del Obelisco a medida que sonaban las estrofas y mientras se izaba otra insignia nacional en el escenario principal.
Entonces empezaron a desfilar los abanderados de cada una de las 206 delegaciones de deportistas al pie del icono metropolitano, en orden alfabético por cada país. El último en pasar fue el local Dante Cittadini, campeón mundial junior en Nacra 15 de yachting este año en Estados Unidos. Enseguida se presentaron en el aire los anillos olímpicos, que fueron creados en 1913, elevados por una grúa y rodeados de efectos especiales. Los anillos, en pleno epicentro metropolitano, por primera vez en territorio argentino para los ojos de todo el planeta.
Exhibidos los anillos, comenzó la parte más impactante de la ceremonia. Los deportes fueron presentados en un pictograma y varios de ellos fueron representados sobre las mismísimas paredes del Obelisco, con deslumbrantes efectos especiales de agua para las disciplinas acuáticas y de los diferentes suelos para el resto. Dos hombres remaron sobre el histórico monumento. Otros tantos practicaron clavados de natación. También hubo quienes subieron y bajaron en bicicletas de BMX. Un espectáculo vibrante que tuvo como objetivo conectar al espectador con el sentido más amateur del deporte.
Después llegó un instante muy emotivo para el deporte nacional: seis medallistas olímpicos argentinos les traspasaron la bandera a otros atletas locales que ganaran preseas en citas de la juventud. Leo Gutiérrez (oro en Atenas 2004), Camau Espínola (cuatro veces medallista olímpico), Javier Weber (bronce en Seúl 1988), Serena Amato (bronce en Sidney 2000), Magdalena Aicega (ganadora de tres preseas) y Karina Masotta (plata en Sidney 2000) compartieron el juramento con Martina Campi (equitación, plata juvenil en 2014), Francisco Saubidet (yachting, oro juvenil en 2014), Fernanda Ruso (tiro, plata juvenil en 2014), Fabián Maidana (boxeo, oro juvenil en 2010), Braian Toledo (jabalina, oro juvenil en 2010) y María Eugenia Garrafo (hockey, plata juvenil en 2010).
Después llegó el momento de la música nacional: el tango fue el gran protagonista. El Obelisco se “disfrazó” de bandoneón y un músico apareció en la cima. Luego continuó una orquesta con bailarines en el escenario. Entonces apareció el escenario móvil desde la esquina sur de la avenida más ancha y comenzó el relevo de la antorcha olímpica, con cuatro iconos del deporte argentino: Gabriela Sabatini, Sebastián Crismanich, Luciana Aymar y Walter Pérez.
“Esto es un sueño hecho realidad”, disparó al pie del Obelisco Gerardo Werthein, presidente del Comité Olímpico Argentino, antes del encendido histórico del pebetero que realizaron dos campeones olímpicos: la judoca Paula Pareto y el velista Santiago Lange. Las palabras más resonantes de Thomas Bach, el titular del Comité Olímpico Internacional, estuvieron dirigidas a los doce niños tailandeses que habían quedado atrapados en una mina en julio de este año y que fueron invitados especialmente a la inauguración.
Argentina ahora disfruta de su inédita fiesta olímpica. Los terceros Juegos de la Juventud comenzaron con un acontecimiento totalmente revolucionario y prometen quedar en la historia. Tanto que hasta el propio Pierre de Coubertin, el creador del espíritu del deporte amateur, estaría orgulloso del inicio de esta nueva era.