Las llamas se alegran dentro de la olla mientras caen los papeles con inscripciones. Las manos arrojan todo lo que quieren quemar, “como antiguamente hacían las brujas”. Manos adolescentes arrojan sus mensajes al fuego. “Arrojen las opresiones patriarcales que les gustaría quemar”, dice la consigna. Son las cinco de la tarde en una plaza de Barracas. Sombras bajo la autopista que hizo construir el brigadier Osvaldo Cacciatore (intendente de la dictadura en Buenos Aires) en 1977 y partió en dos, para siempre, al barrio obrero de primer arribo de inmigrantes de todas las banderas. La reunión se hace precisamente en este lugar y une a les jóvenes de la escuela normal y la escuela industrial. Muchxs de estxs jóvenes son cuarta y quinta generación de aquellos inmigrantes. Se pronuncian en un manifiesto por la separación de la Iglesia del Estado. Y no es raro escuchar allí esas palabras leídas por una adolescente desde la pantalla de un teléfono celular. Barracas fue históricamente bastión anticlerical del anarcosindicalismo (FORA) y los partidos Socialista y Comunista. Esas llamas evocan muchas memorias pero traen los reclamos de las nuevas generaciones: “Que se terminen los celos”, “basta de aborto clandestino”, “basta de violencia intrafamiliar”, “no más abusos ni acoso callejero”, “que dejen de matar a les trans”, “basta de educación binaria”.

Bailan el tango lxs chicxs del Normal 5 y de la Escuela Técnica 15 Maipú, como lo hicieron sus bisabuelxs en los clubes sociales del barrio. O como los primeros obreros del puerto, de grandes mostachos y malla enteriza, que milongueaban entre ellos exhibiendo sus axilas tupidas, en el balneario municipal de Costanera Sur. Aunque en esta tarde no gris de 2018 ya no se baila el ritmo que abandonó los salones en la década de 1950. Lxs jóvenes bailan ahora tango feminista sin género. Se enredan de manera no binaria (adiós a la pareja fija varón-mujer), se toman de la cintura, se sueltan y lo mezclan con otros ritmos, deviene pogo. Suena Sara Hebe desde una playlist de Spotify.

MACHISMOS DE HOJALATA

Bizcochuelo de vainilla-limón y mucha pasta frola para acompañar el mate dulce y conjurar la demonización gordofóbica de harinas y azúcares. Pelota de vóley al estilo tradicional de las pibas del Normal 5 (hay costumbres que siguen en automático, también el gesto de “ordenar el curso” de las estudiantes normalistas, que viene muy bien para tareas de organización y logística). Las chicas de la Maipú recorren la plaza con un cuestionario sobre acoso y abuso, de donde saldrán testimonios para colgar en un Tendedero (sobre el modelo de la performance de la activista y artista mexicana Mónica Mayer). Hay pocos varones, los que están participan como espectadores. No hay cabida al mansplaining. Hay un par de chicos más activos, pero no se los oye dar órdenes a sus compañeras como suele advertirse en el movimiento cotidiano de las agrupaciones y en la movilización callejera.

La situación en la Escuela Técnica Maipú, donde el 6 de agosto autoridades y personal del colegio comunicaron a las estudiantes que había suicidado “una compañera” (M., varón trans de 14 años, delegado de segundo año), es un tema a seguir con atención. Lxs pibxs solicitaron acompañamiento de los medios de comunicación. Soy lxs acompaña desde que hicieron el primer pedido a través de un hashtag en twitter.

Rocío (16) y Florencia (17) comparten un mate con estampa de banderitas del Paraguay. Son chicas serias, están en cuarto año. Rocío parece mayor porque le gusta usar rimmel. Describen así la situación actual durante las clases: “Hay mucho machismo, el patriarcado es muy fuerte en la escuela. Tenemos una comisión de género para trabajar estos temas”. Les preguntamos por las disidencias. No conocen el término. Hacemos puesta en común de diccionario. “Yo no uso lenguaje inclusivo –interrumpe Florencia-. Respeto, pero no me sale. Para usarlo mal, no lo uso”.

Continúa la puesta en común mientras circula el mate: “En la escuela hay mucho rechazo a las disidencias –el uso del término hace más fluida la conversación–. Es mayor el rechazo por parte de los profesores que de los estudiantes. M. era una persona transgénero y no le trataban como quería. No recibió el trato que merecía. Respecto de las otras disidencias, los chicos hacen chistes. Sobre todo entre primer y tercer año. Hacen chistes que no lo son. Y la persona discriminada se suma a esos chistes porque está en ese entorno”, continúa Florencia. “Le dicen ‘putito esto, putito lo otro’. Hay un preceptor que es muy machista. Estamos juntando firmas por ese tema, con experiencias que hemos pasado. Los peores son los profesores de los talleres duros (mecánica, carpintería, herrería, electricidad y hojalatería), son todos hombres. Los varones dan los talleres duros y las mujeres dictan las clases de dibujo”, cuenta Rocío.

Tinkay (14) es delegada de curso. No teme dar su nombre. “Se los dije a la cara muchas veces”. “Es pura represión mi escuela. El día que me enteré por una profesora que M. había fallecido, me largué a llorar. Esa profesora dijo cualquier cosa. Y son las mismas profesoras que después se suben al escenario y piden aceptación al otro, pero dentro del aula son muy diferentes, persiguen a las chicas por la vestimenta y critican constantemente al feminismo calificándonos de ‘zurditas feminazis’. Este año fue horrible. No nos dejaban hacer la jornada para reflexionar sobre la muerte de M. ni un mural para recordarlo. Al final conseguimos realizar el mural, pero nos permitieron hacerlo sobre una madera y no en la pared, así lo pueden sacar cuando ellos quieran. Siempre está el miedo de que saquen el mural. Colgamos la bandera de la Comisión de Género y la bajaron. Les duró dos días, porque luchamos y conseguimos volver a colgarla”.

En el piso, rodeando a un árbol de la Plaza Don Pepe (lleva el nombre del venerable distribuidor de artículos plásticos que durante décadas repartió gratis juguetes a lxs chicxs del barrio), Julieta Valsan (18),-presidenta del Centro de Estudiantes del Normal 5- entinta de verde un rodillo para estampar en una remera la leyenda “Mi cuerpo, mi decisión”. Iván Szerman (18) le pide a su padre que le tome fotos a la intervención. Un padre nacido en la vieja y nunca olvidada URSS y una historia detrás, de abuelo disidente que no quiso quedarse en Rusia y se tomó un barco de regreso al barrio sur. Son las historias que arden sobre el empedrado que más de cien años antes sostuvo las barricadas de la Semana Roja (1909, el mismo año de fundación del Normal 5). Barricadas que levantaron obrerxs, feministas y disidentes sexuales que no encontraban aún las condiciones para expresarle con libertad.