Al final de su vida, John Ruskin afirmaba que el mundo se estaba oscureciendo. Cada año es más oscuro que el anterior, y cada década, decía en uno de sus últimos ensayos, La tormenta del siglo XIX, donde el agente responsable de tal catástrofe aparece individualizado con certeza: es la industria, con sus toneladas de carbón desenterradas y convertidas en energía. Ruskin quedó algo olvidado con sus ideas (se lo acusaba, a la fecha, de loco) pero la historia del arte no tardó más que unos ochenta años en llegar a la hipótesis de que los cambios atmosféricos que trajo la industrialización en Europa del Norte tuvieron gran influencia sobre la forma de trabajar el color y la luz de los pintores de la segunda mitad del siglo XIX.

Verónica Gómez en su última muestra parece convertir el diagnóstico de Ruskin en una consigna: su título, Contra el sol, incita a la defensa de una pintura nórdica, oscura y desangelada. Y aunque la muestra retoma figuras variopintas de la historia cultural, como la novelista Ann Radcliffe y y la pintora finlandesa Helene Schjerfbeck, su protagonista es un hecho atmosférico: la nieve.

El primer trabajo de la muestra, dispuesto en algo parecido a una antesala, es una lista de títulos de libros que incluyen la palabra nieve junto al nombre del autor. La cantidad descomunal de títulos, más de 900 en hojas blancas impresas, va en línea recta de un extremo de la pared al otro: Nieve en el corazón, Corazón de nieve, Placer del tiramisú bajo la nieve, Aunque la nieve caiga de repente, son algunos ejemplos.

Diez años atrás, Verónica Gómez ya había hecho una exhibición con el título Aunque me lavase con agua de nieve todavía me hundirías en el lodo. Eran sus primeras etapas como dibujante, después de hacer instalaciones durante algunos años bajo la bandera de su proyecto Laboratorios Baigorria S.A. La fascinación con todo lo invernal, ese mismo 2008, la llevó a hacer una instalación con hojas de otoño en la Casona de los Olivera, en el Parque Avellaneda.

Pero si el dibujo y la guerra contra el verano ya se insinuaban, todavía no suplían la forma morbosa, con algo de surrealismo y mucho de fantástico victoriano, que tuvieron luego en la imaginación de Verónica Gómez. Faltaba la fijación que cerraría los temas en un cofre hermético, que definió el tono de todas sus muestras futuras: esa fijación es el personaje de una mujer muy mayor, artista o escritora, que reúne historias en su memoria y las deja deshilvanarse en relatos que pueden producir sopor o mareo. Fulgor, en 2013, fue una de las primeras incursiones de este personaje, que a su vez va cambiando de máscaras: puede encarnar en una pintora finlandesa tanto como en una escritora sordiciega o en la fundadora de una nueva religión (la Ciencia Cristiana de Mary Baker, que tenía por postulado central la negación de la existencia del dolor físico). Pero sobre todo la figura saliente es Ann Radcliffe, la pionera del gótico, homenajeada en la obra más portentosa de la muestra, Los misterios de Udolfo, un nocturno de cinco metros de largo inspirado en las descripciones de la atmósfera de la novela homónima. Radcliffe llegó a ser popular en su época y lugar (los años 1790 en Londres y Edinburgo) pero sin embargo tenía una vida muy resguardada del contacto exterior. El año de su muerte, 1823, un obituarista escocés escribió: “nunca aparecía en público ni en reuniones sociales; estaba siempre en la soledad, como el pájaro tímido que desde su escondite canta melodías solitarias”.

El interés por los personajes femeninos entendidos como un vórtice de soledad, intensidad física o locura acerca a Verónica Gómez a algunas mujeres célebres del surrealismo, como Dorothea Tanning o (entre las criollas) Leonor Fini. De hecho las caras apagadas y rutinariamente mórbidas que Gómez presenta tienen mucho de Fini en las soluciones que encuentra en el dibujo, tanto más siniestras cuanto más prolijas. En algún punto se cuela, o debería colarse, la protagonista de la novela Ice de Anne Kavan, cuyo mundo ficcional (una distopía política totalitaria, en la que el planeta se está congelando) es coincidente con las hipótesis de la muestra.

Por sus métodos restrictivamente tradicionales, podría parecer que Verónica Gómez no se lleva bien con las ideas más triviales en el arte contemporáneo, y hasta es de suponer que si estas ideas fueran con quejas a tocarle la puerta de su estudio, en el barrio de San Nicolás, Verónica Gómez les daría galletitas y las mandaría de vuelta a casa, sin escucharlas. Sin embargo la imagen traumatizada del cuerpo femenino que proponen las decenas de retratos de niñas y mujeres anémicas que integran la muestra toca puntos de alta rotación en el arte de la actualidad.

La vuelta al cuerpo propio desde una mirada específicamente feminista, y con particular atención a la dimensión del trauma, explica el interés actual por artistas como las británicas Emma Talbot y Jesse Darling, ambas en la órbita de una artista mayor como Penny Goring. También en ellas el cuerpo femenino aparece como sustrato del dolor, la psicosis y la violencia. Pero en sus trabajos la vivencia traumática del cuerpo aparece narrada en primera persona, en experiencias como la mutilación, el abuso físico o el parto. En cambio en Verónica Gómez no es tanto un empleo muy tradicional del dibujo académico, sino la ausencia de realismo personal, lo que da pie a una mirada sublimatoria sobre los mismos temas. Su vuelta al gótico femenino nos propone que los traumas, la violencia, la enfermedad mental y el deterioro físico, como temas del arte de mujeres, son asuntos más aptos para un cuento fantástico que para un relato en primera persona. Donde otras artistas de la actualidad optan por la crudeza y la crónica en la narración del dolor y la desmembración del cuerpo, Verónica Gómez elige historias de fantasía, parecidas a las páginas desencuadernadas de un libro que el viento se lleva mientras el trauma se convierte en idilio, y la opacidad del corazón, en un raro convencimiento.

Contra el sol se puede ver en la Sala J del Centro Cultural Recoleta, Junín 1930. De martes a viernes, de 13.30 a 22. Sábados, domingos y feriados, de 11.15 a 22. Lunes cerrado. Hasta el 10 de diciembre. Gratis.