“Lo único que me llevó a hacer esto es que tenía muchas ganas de cantar al lado de mis cuadros. Seguramente, porque cuando pinto, canto; y cuando canto, pinto o me pongo a dibujar”. Jorge de la Vega presentaba así lo que sería su última exhibición individual, “Rompecabezas”, en la Galería Carmen Waugh, en 1970. Con “esto” se refería a la particular naturaleza de la exposición: esos treinta cuadrados de un metro por un metro, con figuras en blanco y negro que constituían un inmenso cuadro configurable y reconfigurable una y mil veces, se completaban con el recital de canciones con el que De la Vega se proponía llevar un poquito más allá las posibilidades expresivas de su obra. Un juglar. Así se veía a sí mismo: como un juglar que pintaba canciones y que cantaba pinturas. La historia del De la Vega musical había empezado dos años antes, en 1968, cuando el artista decidió sobreponerse a ciertos pruritos que tenía a propósito de su capacidad para cantar en público y dio el salto definitivo para la expansión de su universo creativo. Así nació El gusanito en persona, disco de culto de un artista nunca oculto, que este año cumplió medio siglo. El aniversario será debidamente celebrado con su reedición en formatos físicos y plataformas online a través del sello Otras Formas, y la (re)presentación se llevará a cabo hoy a las 19 en la terraza del Museo Nacional de Bellas Artes, con un show musical del que participarán Ramón de la Vega (hijo de Jorge), Marikena Monti y músicos invitados.
La sociedad, las guerras, el amor, la relación entre las personas, la naturaleza del arte, la libertad: todas las preocupaciones de De la Vega se condensan en esas diez canciones que componen el disco. Una sucesión de motivos en torno a esa implacable e incansable sed de comunicar que lo definió. Canciones impregnadas de su sentido del humor, su mirada crítica de lo que pasaba en el mundo, y una pasmosa actualidad de temas y de sonidos. Para hablar de todo esto, PáginaI12 convocó a De la Vega (hijo), a Marikena Monti (compañera de escena en sus primeras incursiones en vivo en el Instituto Di Tella, junto a Jorge Schussheim), a Florencia Ciliberti (artista visual y música, responsable del sello Otras Formas, y artífice junto a Ramón del evento de hoy). También aparecen aquí los testimonios de dos artistas argentinos que versionaron El gusanito en persona: Sofía Rei, música, intérprete, compositora y arregladora radicada en Nueva York, que a principio de este año fue comisionada por la American Society, junto al músico venezolano Juancho Herrera, para reversionar el disco en un concierto en el marco de una retrospectiva del artista que originalmente se llevaría adelante en el MoMa; y Francisco Garamona, músico, poeta y editor que el año pasado lanzó Gusanito, mucho gusto, un álbum con sus propias interpretaciones, producido por Juan Ravioli, en el que participan Alan Courtis, Vivi Tellas y Daniel Melingo, entre otros.
“No hay peor entendedor que el que no quiere entender, y cuando se le habla a la gente de las cosas que le pasan, las personas entienden”, declaró De la Vega en una entrevista con Fanny Mandelbaum, también de 1970. En sus canciones –como en sus pinturas–, De la Vega contaba y cantaba su mundo, que era el mundo de tantos: canciones construidas a partir de un lenguaje directo y claro, con melodías simples, y esa cosa casi infantil que sin embargo esconde detrás una reflexión cáustica y una mirada irónica sobre la realidad que termina por derramarse sobre el futuro. “Hay gente que para descubrir que es artista, tenés que ver lo que hace; hay gente que puede parecerte interesante y que como no sabés mucho lo que hace, podés creer que es un artista. La palabra artista puede resultar resbaladiza y soberbia. De la Vega era artista todo el tiempo”, enfatiza Marikena Monti. La cantante habla de su compañero de aventuras y se le transforma la mirada con un brillo que parecería venir del mismísimo Di Tella: “Cuando hicimos Canciones en la informalidad, con Schussheim y con Jorge, recuerdo que yo era ‘la veterana’ y sólo tenía dos años de profesión. Imaginate: era una hojita temblorosa al viento. Y los dos Jorges, que no tenían experiencia profesional alguna... ¡éramos tres hojitas!”. Efervescencia, irreverencia, desfachatez y provocación fueron las marcas distintivas de esos shows en el hall del Di Tella. Esa experiencia fue el paso definitivo que necesitó De la Vega para concretar ese vuelco artístico: si en algún momento se había rehusado a hacer sus canciones en público por miedo a que no lo comprendieran, o porque su voluntad era cantar como si estuviera entre amigos, la atmósfera de café concert de esos “shows en acción” en los que mutaron sus exhibiciones dio en el clavo con sus necesidades expresivas.
“Creo que mi viejo estuvo opacado por él mismo, por la pintura. Porque, claro, la obra artística que produjo durante toda su vida fue impresionante, y cantando estuvo solamente dos, tres años”. Ramón de la Vega no conoció a su papá: Jorge murió de un ataque cardíaco en 1971, a los 41 años. Así que todo lo que va construyendo sobre su historia y su identidad es a partir del legado artístico de su padre. Es también por eso que la reedición de este disco es tan importante para él, porque es una manera más de indagar en ese mundo que heredó, y que sólo conoció a través de pinturas, grabados y dibujos. La presentación en el Bellas Artes será la primera vez que Ramón, que también es músico, interprete este repertorio: “Va a ser muy emocionante para mí, porque durante mucho tiempo no quise tocar esas canciones. Empecé de a poco, cuando fui padre, hace quince años. Hacer las canciones para mis hijos me fue curando, porque era una movilización infernal para mí y siempre me costó muchísimo. Ahora que estoy con el cuero más duro, parece que llegó la hora”.
El objeto llamado disco
El recorrido de ese gusanito para volver a ser escuchable y palpable tuvo mucho de esfuerzo, de coincidencias y de buena estrella. Florencia “Hana” Ciliberti cuenta el derrotero que atravesó cuando tuvo la idea de incluir “El gusanito” en un compilado de canciones de artistas visuales que hacen música con el que, hace ya dos años, dio el primer paso para lo que luego se constituiría como el sello discográfico Otras Formas. Olimpya, el sello por el cual se había lanzado el disco de De la Vega originalmente, ya no existía hacía décadas, y le estaba costando muchísimo dar con alguien que autorizara la difusión del material. Finalmente, y casi por casualidad, un amigo le consiguió el número de Héctor Petashny, uno de los fundadores de Olimpya, a través de quien contactó a Ramón, y la historia cambió para todos. Tiempo después, con el compilado ya en la calle y Otras Formas en actividad, la idea de una reedición por los cincuenta años de El gusanito... fue tomando consistencia. Ahora sólo había que dar con el máster para poder seguir adelante. Pero el máster jamás apareció. Así que hubo que recurrir a medios alternativos: buscar entre los conocidos un vinilo que estuviera en óptimo estado y usarlo para remasterizar. La pieza apareció entre el acervo de un coleccionista fanático, el padre de Sebastián Schachtel, tecladista de Las Pelotas. Ramón recuerda que ese ejemplar estaba tan bien conservado que ni siquiera lo probaron y lo mandaron directamente al estudio.
Y del estudio a las pistas: hoy el gusanito vuelve a gusanear y vuelve a tener formato físico porque, además de las plataformas digitales, el disco se editará en CD y habrá una tirada limitada de vinilos que contarán, además, con material fotográfico inédito: “Con el vinilo es posible valorizar la obra a través de las imágenes. Creo que ahí también aparece el artista –explica Ciliberti–. Me encanta esta idea de que, tratándose de artistas visuales, podamos volver a jugar con el concepto de obra física y una tirada limitada que hace del disco un objeto de colección. Y sobre todo, dar cuenta de este campo universal que viene a través de este objeto, donde podés ver un montón de decisiones estéticas tomadas de ese mismo artista”.
Ayer, hoy, mañana
“Fue un hombre que se adelantó a su tiempo. Él hablaba de hoy”, asegura Marikena Monti. Y esa capacidad de condensar épocas, de achicar distancias temporales y de adelantarse a los hechos es algo que aparece una y otra vez en sus descripciones como artista: la de una persona capaz de hacer una lectura de un mundo que todavía no había llegado, que a los ojos de hoy aparece con la nitidez y la contundencia de esos temas que nunca pasan de moda. Sofía Rei lo define como un gran sintetizador: “Eso lo hizo ser una persona tan importante en su momento, porque fue alguien que realmente la vio. Un artista que entendió tan bien su contexto, el propio y el global. Hay una cosa muy de collage en su música. Cuando escuchás El gusanito... podés ver todo eso: que vivió en Nueva York, en París, que estaba tan conectado con todo lo que estaba pasando a fines de los ‘60 y, a pesar de esa manera de ser tan cosmopolita y global, a la vez era muy argentino”. Para el concierto en la American Society, Rei y Juancho Herrera se repartieron las canciones para trabajar sobre los arreglos y el resultado fue una nueva capa de collage musical al que se le agregaron sonidos electrónicos, instrumentos folklóricos latinoamericanos, voces intervenidas con looperas y sintetizadores. Pero principalmente se trató de dejarse llevar por las canciones: “La simplicidad misteriosa que tiene es lo que a mí me pareció más interesante. Su sentido del humor aparece muchísimo y está apoyado por las elecciones musicales que hace y la forma de contar y cantar y hablar. Quizás en la primera escucha te quedás con la cosa ingenua o simplona, pero cuando volvés sobre los temas decís ‘Ah, no, pará’. Tiene momentos muy dark e irónicos. A mí me tiró a hacer algunos arreglos que terminaron siendo medio punkosos y ahí te das cuenta de que no son decisiones que una toma antes de ponerse a hacer música: te ponés a jugar con la canción y la cosa viene sola, porque hay algo que te tira para ese lado. Entonces entendés que el motivo musical estaba ahí desde antes”.
Francisco Garamona lleva el concepto de ese espíritu de vanguardia que deviene en clásico todavía más allá: “Es como Discépolo, que nunca pasa de moda. Cuando el artista toca la vena de su momento, el zeitgeist, el aire de su tiempo, en un punto está tocando el aire de todos los tiempos. Está tocando la fibra íntima de una época que después se refleja en todas. Porque en realidad el arte nunca está fuera de la actualidad. Y los temas que toca De la Vega, que son los temas esenciales de la humanidad –el amor, la soledad, la política, la guerra, la lucha de clases–, siempre terminan siendo actuales: es un mensaje que no se desactualiza”. El músico tomó la decisión de grabar sus versiones luego de ser convocado para participar del ciclo Onda Vega, que se llevó adelante en el Malba en 2015. Era la primera vez que cantaba canciones de otra persona: “Fue un gran aprendizaje. Como meterme adentro del mundo de otro, en su mente, sentir cómo piensa por un rato”. Y así nació Gusanito, mucho gusto, que fue grabado en Ion, el mismo estudio que el original, y para el que se usaron consolas analógicas como las que se usaban en las grabaciones de rock argentino de los ‘60 y ‘70: “Armamos una banda mucho más rockera. La pensamos especialmente para acompañar estas canciones con este estilo. Quisimos llevarlo un poquito más allá, con nuestra impronta y pensando cómo sería el Jorge De la Vega de hoy”.
Con la música a otra parte
De la Vega pensaba que con la música le sería posible llegar a más público –a otro tipo de público–, seguramente muy diferente al que estaba habituado y entre el que sentía que veía agotada su capacidad de comunicar. La música, en ese sentido, se le presentaba como una alternativa con menos recovecos o intermediaciones entre lo que se dice y lo que se entiende. “Creo que la música habilita un impacto hacia más gente por el hecho de que contás con distintas formas de ataque: por un lado está la letra, donde hay una historia para contar, pero en la música en sí misma también se generan cosas que producen un efecto que facilita una llegada más directa a más gente”, arriesga Rei, quien exhibió estas canciones en la American Society ante un público que en su mayoría no hablaba el idioma. Garamona se permite dudar de que ese viraje creativo de De la Vega como algo irreversible: “Me parece que el artista siempre tiene la fantasía del silencio. De la Vega fantasearía con el silencio artístico visual. Es como una gran sensación, el hecho de abandonar una herramienta de expresión en pos del silencio total o en pos de otra herramienta. Acá lo que pasa es que estamos hablando de un hombre que falleció muy joven, en la cima de sus facultades artísticas y de sus logros, y entonces todo lo que podemos decir nosotros es una especulación nostálgica en cuanto a qué habría sido de él”. El análisis de Ramón, sin embargo, va en otra dirección: “Mi teoría es que si hubiese seguido vivo, habría largado del todo la pintura. En el último tiempo ya casi no pintaba. En todo caso, hacía cosas a pedido. Si no, sólo hacía dibujitos. Creo que estaba preparándose para dedicarse de lleno a la música, al menos por un tiempo”. Marikena Monti, finalmente, prefiere no trazar límites entre un lenguaje y otro: “Hay una cosa que es muy interesante que impulsó Jorge, que fue mostrar que en el arte todas las expresiones son iguales: vos pintás lo que después vas a escribir; el que escribe, escribe algo que se puede pintar; la literatura, la música, la danza, todo está relacionado. Porque son las vías del arte. Y es ilimitado”.