“La gente me mira todo el tiempo. Soy un zoológico todos los días. Cuando era muy piba salí del clóset como lesbiana, pero enseguida volví a meterme de nuevo. A los 14 años un profesor me denunció por salir con una chica blanca de mi edad. Entonces me dije: si saco lesbiana de la lista, es una discriminación menos que voy a sufrir”. Luanda Silva (24) es negra, afroargentina, mujer, descendiente de judíos, lesbiana. “Pensaba: soy toda esa lista al mismo nivel. Pero escuché a otra mujer negra que decía: ‘Mi cuerpo es negro, eso es lo que mira la gente’. Y me di cuenta de lo equivocada que estaba, porque cuando camino por la calle primero soy negra, y después todo lo demás. Esa mujer tenía razón. Los datos de la identidad no están todos al mismo nivel”.
En Tertulia de Mujeres Afrolatinoamericanas (TeMA) vienen conversando sobre estos temas desde 2015. Comenzaron a reunirse para comentar películas, libros, donde otras mujeres negras se manifiestan sobre su situación. Este año organizaron una serie de talleres abiertos y un ciclo de conversadoras negras, y a comienzos de diciembre -junto con la Defensoría del Público- dos jornadas sobre las representaciones de mujeres afro en los medios, en el que produjeron una campaña con audios sobre situaciones de discriminación en la vida cotidiana.
El enfoque es el del feminismo interseccional, que mira los temas bajo perspectiva de género pero observa las relaciones de poder y las diferentes situaciones sociales. Porque no es lo mismo la situación de las mujeres negras que la de otras mujeres que corresponden al modelo blanco hegemónico. “El feminismo interseccional analiza las marcas de la racialización y los fundamentos para la dominación y subordinación de migrantes, indígenas y cualquier persona que no se ajuste al modelo hegemónico patriarcal blanco, europeo y poderoso económicamente. Este patrón hegemónico destruye la subjetividad y la identidad de las personas. Es doloroso y a la vez liberador enfrentarse con estas contradicciones”, explica Susana Villarrueta (65), integrante de TeMA.
“NOSOTROS NO SOMOS RACISTAS”
Son las 8 de la mañana en Lanús Oeste. Hora pico, pasan los colectivos llenos por la avenida Pavón/Hipólito Yrigoyen. Susana camina junto a su hija. Está atenta a las miradas. Son los primeros días de clase. Habla con la directora de la escuela: “Necesito que me reporte cualquier episodio de discriminación que pueda sufrir mi hija”. Susana es psicóloga con especialización en género. Y es negra. La directora le responde: “Si usted no tiene problemas, entonces su hija tampoco los va a tener”. Un clásico del racismo argentino cada vez que un afrodescendiente intenta prevenir o evitar un hecho de discriminación: “Ustedes solos se autodiscriminan”.
A esa misma hora, en un country de Garín, una trabajadora doméstica le prepara el desayuno a un niño de 7 años. El niño le cuenta que su compañera Luanda es “gorda, negra y fea”. Se acerca la madre del niño y lo reprende: “No le digas ‘negra’ a Luanda”. Y le explica a la empleada: “Es una nena negra, pero la mamá es blanca, de ascendencia polaca. Seguro que es adoptada”.
Son las 10.30 de la mañana en un colegio bilingüe católico de zona Norte. Todos los niños en el aula son rubios y delgados, excepto Luanda. Tienen clase de Ciudadanía. La maestra explica las disposiciones de la Asamblea del Año XIII y habla sobre la esclavitud. Todos miran a Luanda y ella baja la mirada. Luego comentan una tira de Quino donde Mafalda le muestra a Susanita un muñeco negro que le regaló la mamá. Susanita se acerca, le toca la piel al muñeco y se va.
Mafalda: ¿Adónde te vas, Susanita?
Susanita: A lavarme el dedo.
Los niños ríen. A Luanda -que se llama así por la tierra de origen de sus ancestres- no le causa ninguna gracia el chiste, no puede parar de llorar.
“ESTOY HACIENDO MI TRABAJO”
Mediodía en una empresa de turismo de la calle Florida, Lisset González Batista (40) mira al techo, fastidiada. Le explican una y mil veces cómo manejan unas plantillas comerciales, como si ella no entendiera. Es licenciada en Estudios Socioculturales de la Universidad de La Habana y estudió marketing y relaciones públicas en la Universidad de Buenos Aires. El día anterior le pidió a su jefe que le asigne tareas más complejas. Hay compañeros que ascienden de puesto en la empresa, pero a ella nunca le toca un ascenso ni siquiera un cambio de área. El jefe le responde siempre: “Lo voy a pensar”. Los compañeros se disculpan: “Y... hay qué ver de qué humor vino ese día”.
Lisset se queja de que hay racismo en Argentina y la respuesta es siempre la misma: “No, nosotros no somos racistas. Acá recibimos a todos los extranjeros”. Luego de cinco años de residir en el país, Lisset sabe que los más oscuros, los afroindígenas, son las personas marginadas de la sociedad. Más de una vez escuchó “negro de m” o “negro de alma”, incluso en su círculo de amigos. Cuando se los señala, le contestan: “No estamos hablando de vos. Vos sos morocha, de clase media”. Si están en una fiesta, todos suponen que ella siempre estará dispuesta a bailar, “porque los negros bailan bien”.
Es la hora del almuerzo y Lisset sale a hacer compras. Entra a la megafarmacia con góndolas y busca una crema que se le acabó. Cada vez que levanta la vista, observa al empleado de seguridad junto a ella, un hombre de piel oscura, un “negro de este país”.
-¿Me estás persiguiendo?
-No, estoy haciendo mi trabajo.
-Tu trabajo no es perseguirme a mí. Déjame tranquila, que necesito comprar.
Lisset hace la fila en la caja y se aferra a la cartera por temor a que alguien le introduzca un desodorante o un perfume por odio, para incriminarla. Sale de la farmacia y se cruza con Anny Ocoró Loango (39), que la saluda sin conocerla. Anny es afrocolombiana, oriunda de Cali. Hace un rato bajó de un taxi un poco molesta, porque el conductor le preguntaba muy insistentemente si había negros en Colombia y cómo viven. Siente que todos la miran en la calle. Cuenta cuántos negros ve por Florida: son dos, Lisset y Ana, que lleva un turbante muy vistoso.
Ana de los Santos (22) es afroargentina. No se percibe con la piel muy oscura. Vive en Villa Azul, cerca de la estación de Wilde. Llegó al Centro para asistir a una charla sobre cultura afrolatinoamericana organizada por la Universidad de Tres de Febrero, que tiene una sede en la calle Florida. Usa rastas y turbante completo, como señal de empoderamiento feminista y afro. Camina tranquila mirando vidrieras hasta que un hombre le escupe a los pies y le grita: “Musulmana de m, andate a vivir a otro lado”.
“USTEDES NO NECESITAN ESTUDIAR TEORÍA”
Dos de la tarde en Lanús. Susana saca turno en una peluquería que inauguraron esta semana (otro despedido de gran salón de belleza que invierte su indemnización en un local de barrio). El estilista le hace muchas preguntas: “Nunca trabajé con este pelo. ¿Cómo hay que cortarlo? ¿Se puede hacer brushing en tu pelo?”. Otra vez siente que la están tratando como si fuera exótica y no como una clienta del barrio. Entra una mujer conocida con un niño de unos 5 años a la peluquería. Se saludan. El niño la mira un rato y le dice: “Vos no sos negra, vos sos marrón”.
Es la hora en que la mayoría regresa de trabajar. Luanda Silva (24) camina por Virreyes. Va a tomar unos mates a casa de amigues. Un desconocido le grita desde la vereda de enfrente: “Tu pelo es virulana. ¿Por qué no te bañás?”. No le responde. Viene de discutir un rato antes en la facultad con un profesor de composición musical (Luanda estudia licenciatura de música en la Untref), harta de que piensen que no puede sacarse un diez en teoría músical, porque “los negros son intuitivos” y no precisan estudiar teoría.
Mientras tanto en el aula de una universidad privada, un grupo de estudiantes conversa. Anny es la única alumna negra y migrante de la clase. Sin que le haya pedido explicaciones, la compañera comienza con un relato que ya escuchó cien veces: “En Argentina no hay negros, murieron todos en la guerra. Solo aparecen en los actos del 25 de Mayo”. Esa compañera de maestría no tiene idea de que Anny justamente está trabajando sobre la representación de los negros en los actos escolares, en colegios de San Fernando y San Isidro, y sobre la escuela como proyecto homogeneizador que subalterniza los aportes afro. Y que sabe que, a pesar del mito de que casi no hay afrodescendientes, están presentes en la población (aunque no asuman que lo son). Cuando realiza trabajo de campo en esos colegios, los chicos le dicen “achocolatada”. “El negrito es el que hace reír”, le explica una maestra.
A la salida de la universidad, Anny busca un locutorio para llamar a su madre en Colombia. Entra en conversación con una mujer que “quiere ayudarla”: “¿Dónde limpiás? Me encantaría darte trabajo”. Anny le agradece. No tiene ganas de decirle que es doctora en Ciencias Sociales porque está cansada de dar ese tipo de explicaciones. Un rato después, en la calle, un hombre para el auto junto a ella y le dice: “Quiero saber cómo es acostarse con una negra”.
Son 24 horas reconstruidas sobre la base de relatos de situaciones reales que ocurrieron en Ciudad de Buenos Aires y Gran Buenos Aires, en los últimos meses.