El 29 de mayo de 1995 parecía un día corriente en su casa de Córdoba Capital. Gustavo Fernández empezó a jugar desde una pequeña silla. Se subía a ella y se tiraba al piso una y otra vez. Con un año y medio ya era bastante revoltoso. En uno de esos saltos cayó al suelo y quedó inmóvil. No se quejaba pero tampoco reaccionaba.
Aquel accidente devino en un infarto medular que le quitó la posibilidad de caminar. Pero ni eso pudo detenerlo. Gustavo creció como cualquier otro chico, naturalizó la discapacidad, forjó su carrera como deportista y llegó a ser el número uno mundial en el tenis adaptado. “No cambio volver a caminar por todo lo que me pasó en la vida”, cuenta en Hambre de Lobo, su biografía.
El cordobés de 25 años, un ejemplo de constancia y sacrificio, terminó 2017 en la cima del ranking y el año pasado entre los tres mejores. Campeón de Roland Garros 2016 y Australia 2017, inició esta temporada con dos finales consecutivas, en Bendigo y Melbourne, y volvió a situarse como número dos. Los resultados, no obstante, no parecen ser su objetivo general. “Quiero exprimirme al máximo y sentirme satisfecho el día que cuelgue la raqueta. Si de acá hasta que me retiro no gano ningún torneo más, me iré tranquilo porque dejé todo”, explica en este diálogo con PáginaI12.
–No cambiás nada por volver a caminar. ¿Cuál es el mensaje?
–Creo que la enseñanza, la apertura mental, el modo de ver las cosas y las oportunidades después del infarto medular fueron muy importantes. Todo eso me dio mucho más de lo que quitó. Ni se me pasa por la cabeza cambiarlo porque no me da saldo negativo para nada, esas cosas me ayudaron a desarrollarme como persona y profesional.
–¿Cómo manejaste los prejuicios?
–Los prejuicios y los preconceptos están acá y en todos los países, vienen con la sociedad. Yo le presto atención al convencimiento que tengo de mí mismo. Aprendí a hacer lo que quiero y lo que siento más allá de los demás. De esa forma pude tener una vida absolutamente plena.
–¿En el micromundo del deporte funciona igual?
–Hay puntos en común con la vida, pero hay cosas que en el deporte se naturalizan más porque hablás el mismo idioma. Me gusta mantener una línea tanto en el deporte como en la vida. No es que en la vida soy un pancho y en la competencia soy un forro; trato de manejarme igual porque hay muchas cosas parecidas.
–¿Qué sentís cuando ves todo lo que lograste?
–Mucho no analizo. Todavía tengo muchos objetivos. Algunos aspectos como el libro o el reconocimiento te hacen mirar un poco para atrás y uno realmente se da cuenta de todo lo que logró. Y también de lo que costó llegar. Yo le entregué todo al tenis para poder cumplir el sueño que tenía de ser profesional. Más allá de los resultados, siempre me consideré exitoso por haber tenido los huevos y la valentía de luchar por lo que sentía. Nunca dudé de mí. Vivo de lo que me apasiona y no es algo normal.
–¿Hay desigualdad económica en el tenis adaptado? ¿Se puede vivir bien?
–Si yo dependiera sólo del prize money –premios oficiales– no podría vivir…
–Pero ganaste Grand Slams, estás en la elite…
–Sí, pero tendría que ganar absolutamente todos los torneos para costear el año deportivo. Y así y todo no sé cuánto me quedaría para acomodarme y vivir el día a día. Tengo sponsors y tengo el apoyo del Enard (N. de R.: Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo), que es fundamental, pero siempre busco más porque uno necesita profesionalizarse. Mi carrera va primero, invierto todo en eso. Por suerte estoy bien, no me falta nada, pero vivo día a día porque reinvierto constantemente.
–Un top 100 de ATP dentro de todo puede vivir tranquilo. Vos fuiste número uno del mundo…
–Y hace seis años que no salgo del top 5.
–Es increíble que no puedas tener otro nivel de vida.
–Estoy bien, no me puedo quejar. Pero no me va a dejar nada. Yo no hago esto por dinero. En lo económico estoy excelente pero en ningún momento yo me planteé ‘este trabajo me va a dejar algo’. Lo hago porque es mi pasión y al hacerlo por eso, no sé si por inconsciente o qué, ni lo pensé. Sentí que era lo que tenía que hacer y siempre me incliné por hacer lo que sentía. Hoy vivo bien y estoy agradecido por el apoyo porque me permite desarrollarme en lo que siempre soñé. Uno siempre apunta a más para poder viajar cada vez con más gente y estar más estabilizado.
–¿Se solicita en la ITF que haya un poco más de equidad?
–Ni siquiera busco la equidad, no me interesaría cobrar tanto dinero. Pero la brecha es enorme. La carrera de uno dura diez o quince años, creo que debiera haber un proyecto un poco más profundo en la ITF para mejorar ese aspecto. Porque yo estoy bien y lo puedo hacer, pero hay un montón de jugadores que se pierden en el camino por el tema económico y eso no puede pasar. Es un lujo que la ITF no se puede dar.
–¿Cómo son las condiciones que brinda la ITF?
–La verdad es que la ITF no está a la altura. Llegaron a sancionarme por decir lo que pensaba. Me advirtieron por quejarme de situaciones que no tienen que pasar. Por ejemplo, que no te den cancha de entrenamiento dos días antes de jugar (N. de R.: le sucedió antes de jugar en el US Open del año pasado). Otra cosa: vas al Masters y no le dan comida y alojamiento a tu entrenador. Son cosas básicas en un deporte profesional. Es algo para discutir, yo no me voy a callar porque no quiero ser cómplice. Si las cosas están mal las voy a decir. Y si nosotros no hacemos nada no va a cambiar. Habrá que dar esa disputa. Yo veo trabajar a la gente de la ITF, pero las personas que toman las decisiones no saben lo que hay que hacer. Yo digo estas cosas en las reuniones de jugadores, todos los años, para tratar de generar algún cambio. Los diez mejores somos los que tenemos que meter presión.
–No tenés problema en decir las cosas.
–Ningún problema.
–¿Y el resto del top ten?
–Y… me gustaría que el resto se involucrara más. Hay muchos europeos y están cómodos porque el circuito está armado para ellos. Hay muchos que también tiran para el lado que les conviene. Algunos cambios me podrían favorecer, pero si yo me mirara el ombligo no podría ver lo que necesita el circuito. Yo quiero que el circuito crezca y sea cada vez mejor; hay cambios que propuse que ni siquiera me afectan. Otros miran cómo pueden mejorar su propia situación. El circuito es para todos.
–¿Qué condiciones mejorarías?
–Primero, el circuito es europeo y está centralizado. Los que vivimos en otro lado no podemos armar el calendario. Pasamos cinco meses en Europa y los que viven allá se vuelven a su casa todas las semanas. Si lo tengo que hacer lo hago, pero a veces tenés un Super Series en Japón, en cemento, y a la semana siguiente tenés que jugar en Roland Garros, en polvo y con diferencia horaria. El reparto de puntos es nefasto, es otra cosa que hay que cambiar urgente. Y no es para nosotros sino para el resto del top 50, para que mejore la distribución. Otra cuestión es la hospitalidad, a veces jugamos torneos importantes con pelotas de baja calidad. Me aguanto jugar con pelotas malas, me aguanto pagarle la comida a mi entrenador, pero me parece pésimo. Por llegar a semifinales de un Super Series, que sería un Masters 1000, ganamos 600 euros y tenemos que pagar 500 por la entrada. Y si tenés entrenador, 500 más. Si ganás el torneo no vas a pérdida, pero hay uno solo que gana y hay otros 32 jugadores que reinvierten un montón de plata. Somos profesionales, no hacemos esto a nivel social.
–¿Qué papel juegan los medios en la pelea por mostrar que son profesionales?
–Los medios son fundamentales por la difusión, que genera el círculo virtuoso para que todo empiece a fluir. Pero hay que cambiar el concepto: gran parte de la prensa y de la gente común no sabe lo que hacemos. Algunos sponsors que me hicieron sentir desprecio, empresas grandes, porque no tienen ni idea de cómo es. Creen que por ser en silla de ruedas es un hobby, pero yo le dedico toda mi vida al tenis. Es simple: si ves un entrenamiento nuestro te sacás toda esa ignorancia. Más allá de todo, la prensa a veces es injusta porque va de la mano del resultado.
–Usaste una palabra fuerte: desprecio.
–Un sponsor tuvo personas que me trataron bien pero los que me tenían que atender me mandaron a Europa con tres remeras, dos pantalones y un par de zapatillas por cuatro meses, para jugar dos Grand Slams y doce torneos. Y me lo dieron como diciendo ‘no hinchés las bolas, ya está’. Y cuando subí una foto con una remera que no era la de ellos me hicieron quilombo. Sentí que no me valoraron.