El calor es insoportable y el sol pega fuerte. Incluso así, accede a conversar en una mesa del patio pegado al Club House del Buenos Aires Lawn Tennis, bajo una sombrilla, con vista directa a las canchas auxiliares del complejo en el que todos los años se disputa el tradicional Argentina Open. Con su singular melena despeinada y la indumentaria oficial de la Asociación Argentina de Tenis, se dispone a responder las preguntas mientras desayuna un jugo de naranja y una medialuna con jamón y queso.
Es temprano y no es un día cualquiera. En poco más de media hora Gastón Gaudio será presentado como el capitán del seleccionado nacional para las finales de la Copa Davis, el legendario certamen por equipos que sufrirá una mutación sustancial después de 118 años de historia y que tendrá como broche una suerte de Copa del Mundo entre 18 países en Madrid –del 18 al 24 de noviembre, Argentina comparte el grupo C con Chile y Alemania–.
“Estoy en el momento ideal”, asegura, sin dudar, mientras recuerda las hermosas sensaciones que tuvo en San Juan, cuando compartió la capitanía con Guillermo Coria y Guillermo Cañas frente a Colombia, en la última serie del formato original. Esta vez será distinto. Con 40 años, y casi quince después de su indeleble conquista en Roland Garros, el Gato vivirá su primer desafío como único conductor y contará con la ayuda del subcapitán Gustavo Marcaccio. En un mano a mano exclusivo con PáginaI12, el ex número cinco del mundo repasa desde sus inicios como tenista hasta el punto máximo de su carrera en París. Tampoco se olvida de criticar el exitismo argentino, una de las razones por las que se cansó del profesionalismo. Y todo lo cuenta sin ponerse el casete. Bien al estilo Gaudio.
–No hace mucho dijiste que sólo ibas a hacer cosas que te hicieran feliz, ¿cómo venís con ese plan?
–Bastante bien, sí. Hago cosas que me gustan, que me divierten y que me provocan sensaciones distintas. Por lo menos no pienso hacer nada que me incomode o que me haga sentir mal. La Copa Davis, por ejemplo, me provoca sensaciones diferentes, sensaciones que hacía mucho que no tenía. Y en la silla también se vive diferente. Todo eso lo volví a sentir la última vez en San Juan y me gustó, por eso estoy acá de vuelta como capitán. Disfruto de la vida.
–Estuviste en San Juan, ahora vislumbrás Madrid. ¿En qué momento te llega esto?
–Es un buen momento. Hubo muchos cambios en la Asociación; comparto mucho más la ideología con esta dirigencia (NdR: Agustín Calleri es el presidente desde mayo de 2018), que busca realmente ayudar al tenis. Por eso sentí que si la oportunidad se me presentaba con esta comisión me parecía viable. Ahora estoy en un momento de mi vida en el que tengo tiempo para poder hacer esto; con el formato nuevo no tengo que viajar tanto. Sí tengo que ver a los jugadores pero es de forma específica en algunos torneos durante el año. Es un momento ideal, con una edad que me permite ver todo desde otro lugar y entender muchas cosas que por ahí cuando sos más joven no las entendés.
–Mencionaste el nuevo formato de la Davis, ¿qué te gusta de la nueva copa y qué vas a extrañar de la anterior?
–El formato nuevo tiene cosas buenas y cosas malas, como todo cambio. Siempre los cambios le dan miedo a la gente, y a los jugadores también. Tiene un aspecto fundamental para los jugadores, que es que no los obliga a estar todo el año en la Davis y se juega sólo en una semana si clasificás a las finales. Ya eso es un cambio drástico, porque había muchos jugadores que no llegaban físicamente o no tenían ganas de jugar la Davis después de un Grand Slam, o algún otro torneo importante, porque te desgasta mucho. Tiene muchos cambios positivos. Lo único que genera un poco de nostalgia es que no vamos a tener a nuestro país de local o de visitante. Tener al equipo argentino jugando Copa Davis acá, entrando a la cancha en Buenos Aires con toda la gente alentando, era una experiencia única para cualquier jugador de tenis, porque durante el año no te pasaba eso. Eso se va a extrañar. Pero tampoco funcionaba de la otra forma, sobre todo porque los mejores no jugaban; eran muchas semanas, mucho desgaste, y si no juegan los buenos no funciona.
–¿Cómo pensás trabajar con vistas a las finales, con ocho meses por delante?
–Principalmente tenemos que esperar porque en ocho meses puede pasar cualquier cosa. La semana pasada Londero ganó un ATP en Córdoba y no estaba entre los candidatos, de repente puede terminar como número uno de Argentina si sigue jugando en este nivel. Hay que esperar, ir a los torneos, ver a los chicos, apoyarlos desde afuera sin ser tan invasivos. Porque también es el último torneo del año y no podés molestar todo el tiempo a los jugadores, si yo me pongo en el lugar de ellos me incomoda un poco. Tenemos que seguirlos desde afuera y apoyarlos en lo que nos pidan. Hay que ir a los torneos fundamentales, a Roland Garros, al US Open y a la última gira de indoors, que es la más cercana a la Copa Davis y en la misma superficie. Vamos a ir teniendo reuniones para ver cuál es el objetivo y analizar también a los rivales.
–¿Qué sentís que podés aportarles a los jugadores?
–En la parte tenística no hay mucho para aportarles, estos chicos que ya son ultraprofesionales. Juegan con los mejores, Schwartzman le acaba de ganar al ocho del mundo (Dominic Thiem, en semifinales de Buenos Aires), todos tienen mucha experiencia, ya jugaron Copa Davis varios años. Más que nada puedo ayudarlos con las sensaciones que yo viví adentro de la cancha y que ellos por ahí las empiezan a vivir ahora. Cuando estás adentro hay cosas de las que no te das cuenta siendo tan joven. Tengo que tener la habilidad y la inteligencia para hacerles entender lo que yo ya viví, que ellos puedan entender a su edad cosas que a mí también me decían en ese momento, y que yo tampoco las podía entender. Los mandaba a todos a la mierda y pensaba que me las sabía todas. Ahí tiene que estar mi capacidad para hacerles entender que yo estuve donde están ellos y que sé perfectamente lo que sienten, y sé perfectamente que ellos creen que saben y no saben. Ese es mi principal desafío como capitán.
–Se cumplen quince años de tu título en Roland Garros, ¿cómo viviste ese camino?
–Ganar Roland Garros es el sueño de cualquier tenista. Es obvio que uno siempre quiere más y sueña con estar lo más arriba posible, pero en líneas generales estoy contento con lo que hice, la verdad es que el tenis me dio mucho, hoy tengo muchas cosas gracias al tenis. Estoy agradecido, aunque también sufrí mucho al principio. Los inicios son muy complicados cuando sos joven y no tenés las facilidades. Cuesta un montón. Pero gracias al esfuerzo que hice y a toda la gente que me ayudó, mi familia y otras personas que pusieron mucho de su parte, el camino valió la pena. Quince años después de haber ganado Roland Garros… (piensa) es mucho tiempo, creo que ya lo pasé por alto, pero Roland Garros va a quedar para toda la vida y hasta para mis hijos. Soy feliz por haber logrado un sueño que tenés desde tan chico, cuando empezás a jugar y decís quiero ser número uno, ganar Roland Garros, ganar la Copa Davis. Cumplí uno de los tres y estoy bastante contento con la carrera que tuve.
–La peleaste desde abajo y llegaste a jugar en la elite, ¿cómo se vive en ese microclima en el que transitan los jugadores top? ¿Sufriste más que otros?
–Cuando llegás a estar entre los mejores, sos el cinco del mundo, todos tienen mucha expectativa por vos. Es bastante difícil no sólo por el nivel en el que tenés que jugar sino por la presión que pone la gente alrededor tuyo, los sponsors, la prensa, el argentino mismo. Los argentinos piensan que vos les pertenecés, que jugás para ellos, y te ponen una presión que es agotadora. Eso fue lo que más me cansó a mí, la expectativa y la presión, toda la movida que se armaba alrededor de Gaudio cuando era el cinco del mundo. Uno se cansa de todo eso, se cansa de tener que estar todo el tiempo diez puntos para cuando tenés que jugar. Y hay veces que no tenés ganas, que estás cansado, que estás harto del tenis, y una vez que estás ahí hay cada vez más compromisos, más presiones, más sponsors que quieren que ganes. Y cada vez que perdés un partido que no debiste perder sale en la tapa de los diarios que perdiste con cualquiera. Eso es agotador. Llega un momento en que la cabeza te explota y no querés sentir más esa sensación de que todo el mundo esté pendiente de vos. Pero cuando llegás a ese lugar, no te lo voy a negar, es una de las mejores sensaciones del mundo; estar en la elite del tenis tiene momentos que son bárbaros y cuando empezaste a jugar ni te los podías imaginar, los beneficios, todas las cosas que te dan, cómo te hacen sentir. Es espectacular.
–Mencionaste que el argentino es muy exigente, en Buenos Aires fuiste campeón en 2005 y apenas dos años después te fuiste silbado… ¿qué sentís cuando venís a este torneo?
–A mí siempre me gustó jugar en Buenos Aires. Me parece que está buenísimo porque jugás con tus amigos, tu familia, que no tienen la posibilidad de verte durante el año. Jugar acá en Argentina, la Copa Davis, en el Buenos Aires, la tradición, toda la vida crecí acá, la verdad es que me gustó mucho. Pero con toda la experiencia que tuve durante mi carrera me di cuenta de una cosa: ni sos tan genio cuando ganás Roland Garros ni sos tan boludo cuando te vas silbado de acá. Yo me fui silbado, me puteó (Enrique) Morea, el presidente de aquel momento, hizo declaraciones cuando perdí en Málaga (NdR: derrota 3-2 ante España en semifinales de la Copa Davis 2003), como si yo fuese un desastre, y al otro año gané Roland Garros y me pedían por favor que fuera a saludar. Entonces me di cuenta que todo es una rueda que va y viene, que va y viene, todo da vueltas y no sos tan capo cuando ganás ni sos tan boludo cuando perdés. No me creí un fenómeno cuando gané Roland Garros y tampoco me amargué tanto cuando perdí acá. Me amargué cuando me silbaron pero por el nivel que había tenido, porque de verdad me lo merecía, porque mi nivel era muy malo y ya era hora de irme del tenis. Pero soy consciente de que lo que hizo la gente estuvo bien, porque no pagó una entrada ese día para ver lo que hice yo, pagó para ver algo mejor que eso. Si podés procesar y entender desde el principio que son tan exitistas, vas a sufrir mucho menos. Yo sufría por mi nivel, no sufría por lo que la gente me hacía.
–Ese exitismo estuvo marcado con la Copa Davis y vos lo viviste, ¿sentís que ahora va a ser distinto después de haberla ganado?
–No. Argentina siempre va a querer más y nunca va a estar conforme con nada. Antes el problema era que no teníamos ningún jugador entre los diez, cuando tuvimos cuatro entre los diez era que no ganábamos la Davis, ahora que ganamos la Davis queremos que haya un número uno del mundo. A Del Potro le piden cada vez más cosas. Siempre va a faltar algo. A Gaby (Sabatini) la volvieron loca porque no fue número uno. Después ganó el Masters y le seguían pidiendo más. Siempre, siempre falta algo. El argentino es así. Se malacostumbró por haber tenido una Legión como la que formamos nosotros, que éramos un montón entre los mejores, y ahora está todo bien pero no hay un jugador ahí que acompañe a Del Potro, necesitamos un número uno. Siempre falta algo. Hay que aprender que nunca vas a conformar a todo el mundo.
–¿Cómo es la vida después del retiro?
–Es complicado. Al principio pensás que es la gloria, que llegaste a tocar el paraíso, que una vez que te retirás podés hacer todo lo que querías. Empezás a hacer todo lo que no podías hacer mientras jugabas, viajar, jugar al fútbol, salir de joda, lo que sea, todo lo que no podías hacer cuando estabas en el profesionalismo. Y después de un tiempo de hacer lo que se te cantan las bolas, de no tener ningún tipo de rutina, te empieza a agarrar una depresión que no entendés nada. Es una angustia inmanejable. De tener que levantarte todos los días a las nueve de la mañana para ir a entrenar, volver a tu casa, comer, hacer físico, esto, lo otro, la cabeza totalmente preocupada por el torneo que viene, pasás a darte cuenta que te levantás a las doce del mediodía, llamás a tus amigos y están todos trabajando, querés salir un martes a la noche y tus amigos no pueden porque se levantan a las siete. Te empezás a sentir solo, angustiado, sin compromisos, sin rutinas, eso te vuelve loco. Ahí empezás a pasarla mal hasta que te adaptás. A mí me llevó un tiempo, estuve como ocho meses, casi un año, a la deriva, sin sentido, y bastante triste.
–Trabajaste con un psicólogo deportivo durante tu carrera, algo que ahora se puso un poco más de moda, ¿cómo lo ves?
–Yo siempre estuve a favor de eso. Siempre pensé que una ayuda psicológica dentro del profesionalismo, mientras estás viajando, te puede aportar mucho. No sólo por el tenis sino por todo lo que hay alrededor del tenis. Tu familia, tus cosas personales, muchas cosas que van cambiando a medida que empezás a ganar plata, fama, miles de cosas que aparecen cuando sos exitoso en un deporte. Cosas que cuando sos muy joven no estás preparado para manejarlas. Y alguien de afuera te puede ayudar mucho mientras jugás, porque todo lo que pasa en tu vida personal te afecta en cómo jugás. En ese sentido creo que el psicólogo te puede ayudar un montón. Si tenés la posibilidad de pagarlo es una buena inversión; así como tenés un preparador físico, lo mismo tenés que hacer con la cabeza, porque de hecho en el tenis hay mucho más porcentaje mental que físico.