Un caleidoscopio es un artefacto óptico que, a partir de un puñado de fragmentos de cristales y de un juego de espejos colocados dentro de un cilindro, permite ver, si se lo enfoca hacia una luz, figuras que van cambiando en la medida en que el objeto va girando. Fantastic Negrito es un caleidoscopio musical. La música negra toda –la de los campos de algodón, la de las iglesias, la de los tugurios bluseros, el jazz, el soul, el funk– funciona como los cristales con los que el artista antes conocido como Xavier Amin Dphrepaulezz ha lanzado el concepto de “blues contemporáneo” (etiqueta con la que ganó dos premios Grammy por sus dos discos editados en 2016 y 2018) a otra galaxia. Y si el adjetivo “contemporáneo” aplicado a expresiones artísticas describe una voluntad de crear algo nuevo a partir de lo viejo (¡oh, la posmodernidad!), este señor ofreció una clase magistral de contemporaneidad en el show que dio el jueves en La Trastienda.
Pero para el músico, al parecer, el objetivo de “nuevo con lo conocido” no se limita al trabajo con los estilos heredados, sino también con la propia música, porque el show que dio en Buenos Aires transitó sus dos discos en versiones que lograron elevar la expresión de cada canción a niveles insospechados, combinándolas en un continuum que hizo que la hora y media de recital fuera como un extenso tema por el que fueron pasando climas, estados de ánimo, conversaciones con el público y groove, mucho groove. “Bad Guy Necessity”, de su segundo disco, Please Don’t Be Dead, ofició de obertura de esta ópera funk, seguida de “Working Poor” y así, de entrada, el músico dejó bien clarito hacia dónde lo llevó su admiración por Prince. Con una explosión punk en “Scary Woman”, Negrito dio por saldada la improvisación a la que se vio obligado por el mal funcionamiento de un micrófono. La cosa siguió en la misma tesitura con un claro objetivo por parte del músico: el de no dejar ni un momento de lado su afán por cambiar la vida de las canciones y la de las personas que estaban allí para escucharlas, por añadidura.
Así pasaron el blues demoníaco que se torna celestial para nuevamente descender a los infiernos en “A Cold November Street”, los aires orientales del riff de “A Boy Named Andrew” –con el público argentino haciendo de las suyas, incrustando sus “oh oh oh” futboleros en un momento que se perfilaba como íntimo, pero no pudo ser–, los ancestros musicales vueltos al presente en “In The Pines”, dedicada a todas las madres, y ese exhorto a cambiar las cosas malas por buenas en clave extra bailable que es “Bullshit Anthem”. El bloque “Plastic Hamburgers”/ “The Duffler” en los bises fue un masazo, una piña rockera en el estómago, un golpe que se recibe con alegría porque la música, cuando quiere, es así. Y Fantastic Negrito evidentemente lo tiene muy claro: para eso trabaja y vive. Alabado sea.