Atlantic City, 1968, las feministas arrojan a un gran tacho de basura lo que consideran instrumentos de tortura: pinzas de depilar, tacos agujas, revistas femeninas. Y corpiños. No los quemaron como sostiene el mito. Se menciona a Germaine Greer como la teórica mentora del suceso. Dudoso. “La mujer eunuco”, el libro que llevó a la fama a la escritora australiana, recién salió de imprenta en 1970.
Aquel texto contiene algunas ideas revulsivas, pero a la vez constituye un corpus horrendo. Mientras se esbozan los primeros garabatos de la crítica al biologicismo sexista, las páginas rebosan comentarios travestofóbicos, transfóbicos, gordofóbicos, meritócratas, capacitistas y misóginos. En pleno siglo 21, GG afirma que las mujeres trans no son mujeres. Como respuesta recibe escraches por doquier.
“El movimiento de liberación de la mujer ha liberado algunos pechos de la dominación del alambre y gomaespuma. Un camino para continuar avanzando en esa dirección tal vez sea recordarles a los hombres que también ellos tienen unos pezones sensibles”, dice GG.
La discusión por el derecho de las mujeres a no cubrirse el torso se instaló en los hogares argentinos a través de una lesbiana joven de Necochea. Marina (28) tiene por costumbre ir a la playa sin corpiño. Nadie le dijo nada, nunca. Hasta que hace unos días a su pareja, Fernanda, se le ocurrió hacer lo mismo. Escándalo, llamado al 911 y la policía que acude presto-pronta. Gritos de la muchedumbre: putas-tortas-tortilleras-pervertidas. Madre de Marina (59) se solidariza quitándose el corpiño: “Si ellos pueden estar así, las chicas también”. Los playeros le gritan a la mujer: pasa de uva.
Marina no es ingenua. Es militante lesbofeminista antirracista y todos los años organiza en Necochea la marcha del Orgullo y Lucha Lésbica, Gay, Travesti, Transexual, Transgénero, Bisexual, Intersexual, Queer y Pansexual. Vive en Buenos Aires y es médica en un centro de salud público que atiende a habitantes de la villa 1-11-14. Allí atiende gastroenteritis por falta de acceso a agua potable, dengue, enfermedades laborales por superexplotación en talleres clandestinos, a jóvenes lesbianas y putos maltratadxs y amenazadxs con ser quemadxs, a mujeres víctimas de violaciones intramatrimoniales. “El contexto actual de pérdida de empleos empeora todas las violencias”, explica Marina.
“El disciplinamiento de los cuerpos es tremendo. Lo que nos pasó en la playa fue algo mínimo. Y replicó en los medios porque somos mujeres blancas, de clase media. Para darte una idea de los absurdos del disciplinamiento: en el centro de salud no hay leche para entregarles a lxs niñxs de la 1-11-14, mientras que la ambigüedad de los genitales se plantea como urgencia pediátrica. Hay protocolos que indican la mutilación de varones intersex. Para eso sí hay presupuesto”, explica Marina.
La construcción de la diferencia radical entre los pezones de mujeres y varones, es parte de la cadena de disciplinamientos. Las lesbianas y la mujer mayor cortan esa cadena cuando dejan ver senos que no están ahí para ser consumidos por varones.
Estándares microfascistas
Pao (42) es activista y especialista en educación sexual. Pao tuvo problemas por marchar en tetas en la marcha del orgullo. “Venían varones hétero a toquetearnos a mí y a mi compañera. Sufrimos ninguneo por parte del activismo. En vez de escuchar el ‘si tocan a una tocan a todas’, nos respondían ‘te pusiste en tetas y sabías que te podía pasar eso, nosotrxs queremos que vengan los hombres y las familias a las marchas’”. Equiparación de pezones, minga. Ni modo, Germaine.
Hay un sector del activismo cisgay que plantea salir con corpiño en señal de solidaridad. Pao entiende que en un aspecto está bien porque “si mis compañeras están obligadas a usar este elemento de tortura, yo lo voy a usar también”. Lo contraproducente: el corpiño es un instrumento de tortura y de control del cuerpo. Conclusión: mejor pensar otras manifestaciones de solidaridad.
A Lux Moreno (30), activista gorda y por la diversidad corporal, profesora de filosofía y docente en el bachillerato Mocha Celis, le parece válido que la posición de las lesbianas en Necochea haya tenido repercusión, “pero hay otro problema que no está apareciendo: el de los cuerpos que son cancelados porque aparecen como amenaza, la amenaza de la diferencia. Esa amenaza da cuenta de que las jerarquías corporales están obrando sobre nosotrxs todo el tiempo. ¿Dónde están esxs otrxs? ¿Por qué no se ven los estándares microfascistas?”, se pregunta. Los otrxs cancelados son los cuerpos gordos, tullidos, trans.
El macrofascismo de “La mujer eunuco” aflora cuando se lo somete a este análisis interseccional. GG culpa a las mujeres por el sostenimiento de su propia opresión, les achaca la glorificación del hombre fuerte, el consumo de los productos que les vende la publicidad, el no mantener estándares de salud y eficacia. “Ustedes tienen la culpa porque tienen miedo”. La frase no es textual, pero resume el impedimiento que encuentra GG a la revolución feminista. No se someta a la tortura del corpiño, compañera, pero acá le proponemos otras microtorturas para que se flagele sin lencería.
Según Lux Moreno, el empoderamiento con base en el amor propio encierra la trampa de que los cuerpos de lxs activistxs sean reabsorbidos por el circuito, imponiendo nuevos estándares de belleza. Y de nuevo al lugar de objetos de consumo.
Presidenta del Centro de Estudiante del Mocha Celis y activista travesti, Alma Fernández (28), acompañó el Tetazo en el Obelisco. “Nos manifestamos contra todo lo que signifique atentar contra una mujer. A esas chicas les mandaron seis patrulleros y veinte policías. Las travestis compartimos muchas de las opresiones que sufren las mujeres. Por eso seguimos el camino del feminismo”.
Travestofóbica como se manifiesta GG, ofrece sin embargo en su texto elementos para construir la teoría del movimiento de liberación trans y desarmar dispositivos de disciplinamiento: a) la separación total entre individuos de dos sexos sobre la base de un solo cromosoma es una ficción; b) existe una operación por la que se destacan y exageran las diferencias entre los sexos humanos (“deberíamos preguntarnos por qué se procede así”, dice). Pura ingeniería social.
“Que los sexos constituyan una polaridad y una dicotomía de la naturaleza es un elemento esencial de nuestro sistema conceptual. Lo cual es, de hecho, absolutamente falso”, decía GG en 1970. Monique Wittig, en la misma década, afirmaba que “no hay ningún sexo. Es la opresión la que crea al sexo y no al revés”.
Mientras tanto, en Buenos Aires 2017 avanzan las normas antimigratorias, arrecian las detenciones a integrantes de movimientos sociales y a expulsadxs del sistema. Los cuerpos están atravesados por la clase, están racializados.
Sandra Chagas (52) es activista afrocandombera, lesbiana y feminista y no participó del Tetazo. “Bastante han mostrado en el National Geographic las tetas de las mujeres africanas. El genocidio y la trata esclavista nos marcó a fuego. Es central para nosotras conquistar nuestro propio cuerpo. ¿Cómo? Es una pregunta difícil. A nosotras la policía directamente nos arrastra de los pelos. Cualquiera que nos ve en una esquina esperando un taxi nos pregunta cuánto cobramos para tener sexo”, sostiene. Los cuerpos de las mujeres negras también son el otrx cancelado.
Aquí es donde el feminismo blanco y meritocrático de Germaine Greer se hunde sin remedio. Intenta someter a una mezcla homogénea lo que ella misma sostiene que es irreductible a una unidad basada en el sexo.