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SERVINI PROCESO AL DICTADOR POR SUSTRACCION DE MENORES Y ORDENO SU PRISION EN CAMPO DE MAYO
Massera quedó preso de la mano de Astiz

La jueza interrogó por cinco horas al dictador y lo procesó por robo de bebés. Tomó la decisión en base a los testimonios de Astiz y Perrén que lo señalaron como responsable de todo lo que ocurría en la ESMA. Puede ser condenado a veinte años de prisión. Su abogado pedirá el arresto domiciliario fundándose en su edad.

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Organismos de derechos humanos de guardia en Comodoro Py.
Cuando se conoció la decisión contra el represor, festejaron en la calle.

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Massera concurrió acompañado por varios custodios, con saco azul y pantalón gris, en un auto con vidrios polarizados.
Cuando Servini le comunicó que había decidido procesarlo, se puso nervioso y se negó a seguir respondiendo preguntas.


Por Adriana Meyer

t.gif (67 bytes) Miró a su joven abogado y quizá por primera vez sintió que había caído en desgracia, que lo dejaron solo. El dictador Emilio Massera declaró ayer ante la jueza María Servini de Cubría durante cinco horas y –tal como adelantó Página/12– quedó detenido en Campo de Mayo. El ex almirante negó haber tenido conocimiento de los partos que tuvieron lugar en la Escuela de Mecánica de la Armada, uno de los campos clandestinos que estuvieron bajo su mando, pero admitió que visitaba ese lugar y reconoció que “puede ser que haya visto algún detenido allí, al pasar”. El pacto de silencio se rompió porque sus ex subordinados –Alfredo Astiz, entre ellos– lo señalaron como el responsable de todo lo que acontecía en la ESMA. El Almirante Cero fue procesado como partícipe necesario de los delitos de sustracción, retención y ocultamiento de menor, supresión de estado civil y falsedad ideológica de documento público, en el caso de la apropiación del hijo de Cecilia Viñas y Hugo Penino, ambos desaparecidos.
La declaración comenzó siendo informativa y Massera respondió todas las preguntas en calidad de imputado no procesado. Argumentó las respuestas deslindando responsabilidades en sus ex subordinados al explicar que los encargados de ejecutar las directivas del Placintara 75 (Plan de Capacidades Internas de la Armada) fueron los comandantes de zona. Su defensor confiaba en el impacto de la presentación de ese documento, pero no alcanzó para despejar las sospechas que tiene Servini de Cubría sobre la culpabilidad del dictador. “Ese plan habla de niños detenidos, pero en ninguna parte se menciona chicos nacidos en cautiverio ni tampoco aparece la situación de las mujeres embarazadas”, aseguró una fuente que estuvo presente en la declaración.
Massera dijo desconocer que haya habido partos en la ESMA, pero reconoció que hacía “visitas de rutina” a ese campo de concentración, que le organizaban sus asesores, y admitió que “puede ser que haya visto a alguien detenido al pasar por allí”. La misma fuente afirmó que esta investigación comenzó desde abajo hacia arriba, es decir, desde los hechos puntuales de las apropiaciones, indagando en sentido ascendente por la cadena de mandos. “Ahora que se llegó a lo más alto hay que comenzar a escuchar a quienes están en el camino descendente”, explicó. Los jueces Adolfo Bagnasco y Roberto Marquevich, que tienen causas similares usaron -en su momento– la misma metáfora, aplicada a estrategias diferentes.
Tras algunas horas, la jueza interrumpió el trámite y se reunió con su secretario y el fiscal Patricio Evers. Cuando Servini le comunicó que había decidido procesarlo, Massera se puso nervioso y se negó a seguir respondiendo preguntas. La magistrada evaluó que los hechos que Massera niega haber conocido son afirmados por varios testimonios recientes de la causa: los ex marinos Jorge Perrén y Alfredo Astiz señalaron a Massera como responsable de todo lo que ocurría en la ESMA, “quien estaba a cargo”. El abogado del ex almirante, Miguel Arce Aggeo, adelantó que pedirá el beneficio del arresto domiciliario para su defendido, dado que el dictador tiene más de 70 años. En cuanto a la prisión preventiva que podría dictarle la magistrada, no hay plazos para esa resolución, porque así lo establece el anterior Código Procesal por el que se rige este expediente. Pero el abogado de Massera podría pedir que se aplique el nuevo. En caso de hacerlo, el ex almirante sería juzgado en un juicio oral. Podría ser condenado a 20 años de encierro. Algo perturbado por lo que denominó “un cambio en la calificación de los hechos”, Arce Aggeo aseguró que es prematuro hablar de apelaciones. “La documentación que presentamos no ha satisfecho al juzgado”, reconoció.
Massera ingresó a las ocho al edificio de Comodoro Py 2002 –que estaba vallado en todo su perímetro y rodeado por unos 200 policías– por una puerta lateral. Vestía un saco azul, corbata y pantalón gris. Una versión indica que pasó la noche en la sede de la Armada, el edificio Libertad, ubicado frente a los Tribunales. Alrededor de las diez, apareció un reducido grupo de neonazis del Partido Nuevo Orden Social Patriótico(PNOSP) (ver aparte). Pasadas las 16, la Gendarmería lo trasladó a Campo de Mayo. Salió en un Peugeot blanco con vidrios polarizados, acelerando hacia el Río de la Plata.
El presidente Carlos Menem opinó desde Mar del Plata que la detención de Massera “es un tema de la Justicia” y que “el Gobierno acepta naturalmente esa decisión”. El ministro del Interior, Carlos Corach, fue más allá y aseguró que “esta detención era previsible porque la señora jueza investiga hechos no comprendidos ni en la ley de obediencia debida ni en la ley de punto final”. Con esta frase el gobierno reconoce por primera vez que estos hechos no son “cosa juzgada”. Por su parte, la Legislatura porteña respaldó la medida adoptada por Servini y los titulares de los distintos bloques expresaron su satisfacción. El jefe de gobierno porteño, Fernando De la Rúa, consideró que esta situación demuestra que “el indulto presidencial fue un error. Quienes se mostraron indiferentes fueron sus ex camaradas de la Armada. “Es algo del pasado”, opinó un marino retirado.
El dictador Massera había sido condenado por gravísimos delitos y violaciones a los derechos humanos durante el Juicio a las Juntas Militares, en 1985. El indulto decretado por el presidente Carlos Menem le devolvió hace ocho años la libertad que ayer volvió a perder. Su soledad actual es mucho más amarga que la que puede haber sentido cuando estaba en la cima, cuando tomó el poder por asalto y gobernó a sangre y fuego.

 

“Lo apoyamos por patriota”

Veinte neonazis de cabezas rapadas fueron ayer a Comodoro Py.
Exhibían tatuajes con la leyenda “sangre y honor” en sus brazos.

Llegaron a media mañana, con sus cabezas rapadas al estilo de los skinheads y con toda la intención de provocar. Pero no lo lograron. Ni siquiera sus gritos de “Massera es un patriota” llevaron a reaccionar a los militantes de organismos de derechos humanos, que en ese momento repudiaban frente a Tribunales al ex jefe de la Armada. No eran más que veinte neonazis del Partido Nuevo Orden Social Patriótico, una de las organizaciones ultranacionalistas que el jueves pasado se reunieron para conmemorar el aniversario de la batalla de la Vuelta de Obligado en el subsuelo de la librería Huemul, donde llamaron a “limpiar el país de inmigrantes ilegales” y homenajearon a figuras vernáculas del fascismo. Ayer, encabezados por su líder Alejandro Franze y exhibiendo tatuajes con la leyenda “sangre y honor” en sus brazos, reivindicaron a Massera. “Lo apoyamos porque es un patriota”, explicaron. Repartieron también un panfleto con formato de diario titulado “24 de marzo de 1976. El golpe del siglo”, en cuyas páginas aparecían reproducidas notas en apoyo de la dictadura militar que publicaron diversos medios tras el derrocamiento del gobierno de Isabel Perón. Después de un rato, se alejaron al grito de “Viva la Patria”.

 

OPINION
Conciencia
Por Horacio Verbitsky

(Viene de tapa)
Lo mismo puede decirse de la destitución de Astiz, firmada en el verano por Menem a solicitud de la Armada.
En el Uruguay el voto de la mayoría emitido libremente en un plebiscito dispuso la impunidad de los responsables de la guerra sucia y uno de los más notorios fue designado en un cargo de confianza de la jefatura del Ejército. En Chile una porción apreciable de la sociedad se conmueve por la detención de Pinochet, sobre cuya extradición a España decidirán hoy los law lords, y hasta algunas víctimas de su dictadura reclaman que sea devuelto a su refugio senatorial. En la Argentina, en cambio, sólo voces marginales se alzan en defensa de los asesinos y, con pocas excepciones, provienen de sus cómplices más notorios. Tampoco puede decirse que haya exaltación popular por el apresamiento de los ex dictadores. Apenas la indiferencia con que se reciben los hechos naturales y previsibles.
Esto no fue siempre así. Tampoco es consecuencia de un proceso lineal. La elaboración social de la tragedia es lenta y contradictoria. Ha conocido de flujos y reflujos a lo largo de ya tres décadas. Hubo momentos en los cuales la mayor parte de la sociedad daba la espalda a las familias de las víctimas y los organismos de derechos humanos y prefería no saber u olvidar, como en los peores años de la dictadura o luego de los perdones de Alfonsín y Menem. Pero también hubo otros en los que las atrocidades del pasado desplazaron incluso a las preocupaciones políticas y económicas del presente. Así ocurrió en los años de la Conadep y del juicio a las Juntas o a partir de la confesión de Scilingo y la autocrítica de Balza que desencadenó. Incluso el proceso internacional que derivó en el arresto de Pinochet fue consecuencia de la onda expansiva originada aquí: la causa por genocidio y terrorismo que tramita Garzón se abrió cuando argentinos residentes en España sintieron la obligación de hacer algo también ellos para contribuir a la catarsis social iniciada en Buenos Aires.
Este proceso no puede comprenderse abstrayendo y absolutizando alguna de sus etapas. Si el olvido con que soñaron los perpetradores era una utopía, porque es imposible borrar un sufrimiento tan terrible, tampoco es imaginable una coexistencia cotidiana indefinida con los detalles del horror. Ese mecanismo de autorregulación podría explicar las oscilantes actitudes sociales. Tal vez las condiciones estén ya dadas para un ajuste de cuentas más sereno, menos bárbaro, mediado por el amortiguador de la justicia.

 


 

DIALOGO CON UNA DESAPARECIDA EN FEBRERO DE 1984
Llamada imposible de explicar

t.gif (862 bytes) “Flaco, buscame al nene”, le dijo por teléfono Cecilia Viñas a su hermano Carlos. Fue en uno de los ocho llamados que hizo desde diciembre de 1983 y marzo de 1984, mientras seguía secuestrada. La primera comunicación sorprendió a la mamá, que no tenía noticias de su hija desde julio de 1977. Cecilia preguntó por su hijo, le habían dicho que lo habían llevado con su familia. La última conversación fue el 19 de marzo de 1984 a las 22 horas. Fue una llamada breve en la que se la notaba apurada, como si la hiciera sin permiso. Le dijo a su papá que estaba en Mar del Plata y que la próxima vez llamaría a Buenos Aires. En otra charla telefónica, explicó que a la noche había unos “muchachos buenos” que la dejaban hablar y le marcaban el número que ella quería, lo que no sucedía con la gente que estaba durante el día. Las desgrabaciones de las conversaciones entre Cecilia y su familia constan en la causa “Vildoza” (ver nota central). A continuación es la que mantuvo con su hermano Carlos el 5 de febrero de 1984 a las 6 AM.
–Carlos: ¿Dónde estás?
–Cecilia: Estoy bien.
(...)
–Carlos: Queremos saber si te tienen los milicos o estás afuera.
–Cecilia: (Silencio)
–Carlos: ¿Estás afuera?
–Cecilia: (Silencio largo)
–Carlos: ¿Te tienen los milicos?
–Cecilia: Estoy bien.
–Carlos: ¿Te puedo ver, querés vernos?
–Cecilia: Ahora no. Mucho menos aquí en Buenos Aires.
–Carlos: ¿Dónde estás?
–Cecilia: No sé, creo que estoy cerca.
–Carlos: ¿No me puede llevar esa gente adonde estás vos?
–Cecilia: Yo estoy bien. Voy a salir recuperada a buscar a mi hijo. Flaco, buscame al nene.
–Carlos: Sí, lo estamos haciendo pero sería importante que estuvieras vos, nos ayudaría mucho. ¿Precisás algo? Decíme. ¿Necesitás plata?
–Cecilia: No.
–Carlos: ¿Hay algo que podamos hacer por vos?
–Cecilia: Quedate tranquilo, yo estoy bien. Voy a salir recuperada para buscar a mi hijo.
(...)
–Carlos: ¿De Hugo (el marido de Cecilia) no sabés nada?
–Cecilia. No, no sé nada de él ni del nene. (...) Tengo que cortar. Escucháme, el 28 nos trasladan a Mar del Plata. Vamos a estar allá del 29 de febrero al 5 de marzo. Voy a llamar allá. (...) Decíle a papá que vaya y me espere. No te extrañe que me aparezca. (...) Chau, un beso.

 

Su lugar en el mundo

Emilio Massera pasó su primera noche en prisión en un destacamento de Gendarmería Nacional dentro de Campo de Mayo. “Está absolutamente solo porque así lo dispuso la jueza Servini de Cubría”, aseguró anoche su abogado Miguel Arce Aggeo. El dictador no está incomunicado, esto es, puede recibir visitas y llamados telefónicos. Tampoco fue alojado en una prisión militar, sino en dependencias del casino de oficiales de la guarnición militar de Gendarmería.
El lugar fue elegido por Servini de Cubría por sus fuertes medidas de seguridad. Los edificios de Gendarmería, por otra parte, están rodeados de establecimientos militares como el Comando de Institutos y la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral, por lo que toda la zona es considerada inexpugnable.
En principio la jueza había dispuesto el traslado del ex almirante al Escuadrón Buenos Aires de Gendarmería, pero el edificio de Retiro fue descartado por considerar que allí “ya hay demasiada gente”, según dijeron fuentes ligadas al juzgado. Entre los notables alojados en el Centinela están el ex juez Francisco Trovato y el ex director de Fabricaciones Militares Luis Sarlenga, el único ex funcionario del Gobierno preso por su vinculación con la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia.
Anoche Massera se reunió con su abogado; al abandonar Campo de Mayo Arce Aggeo confirmó que hoy, invocando la edad de su defendido, pedirá a la Justicia que cumpla arresto domiciliario (ver nota principal).

 

OPINION
Prohibido para dictadores

Por Martín Granovsky

Señores jueces, a ustedes les queda la crónica”, dijo. Marcó una pausa, levantó la vista y completó: “Pero a mí me queda la Historia”. Así recibió Emilio Eduardo Massera el 9 de diciembre de 1985, hace casi 13 años, la condena a reclusión perpetua por homicidio alevoso, secuestro, tormento y robo. La crónica era la pequeñez mediocre de seis camaristas federales incapaces de comprender una trayectoria vivida peligrosamente. La Historia suponía, en cambio, la encarnación pura de la voluntad de poder. No un martirio, figura que le cuadraba mejor a Jorge Videla. Sencillamente la certeza de que, al final del camino, la Providencia pondría la condecoración merecida en el pecho de uno de sus hombres, padrino aspirante a conductor de masas, asesino serial sin la coartada de la locura y, sobre todo, burócrata de la muerte con proyecto político propio y una desesperada necesidad de reconocimiento, así fuese estético, a sus habilidades de Gran Dictador.
Ayer, a los 73 años, Massera se debatió otra vez entre la crónica y la Historia.
Como suele suceder en estos casos, a veces los protagonistas tienen razón en su delirio, pero por motivos diferentes a los que presentan. Ayer, efectivamente, el ex almirante ingresó a una etapa de la Historia que cada vez tolera menos a los dictadores. Más aún: cada vez tolera menos las excusas del combate, como suponer que algo puede justificar el robo de chicos, la supresión de su identidad y la entrega de los bebés robados a la propia tropa o a terceros.
Esa escasez de tolerancia, desparramada en pequeñas dosis en la sociedad argentina, consiguió que el juez Héctor Marquevich pudiera apresar a Jorge Rafael Videla, también por el robo de chicos.
La misma tolerancia cero impulsó a un juez español a pedir la extradición de tiranos de otros sitios, y a la Audiencia Nacional a confirmar que el juez podía hacerlo.
Por ella el generalísimo Augusto Pinochet lleva más de un mes preso en la clínica de un país donde jamás se imaginó un destino de perseguido. Hoy los lores pueden dejarlo libre, pero aun así Pinochet habrá perdido su virginidad. Si vuelve a Chile, sabe que no podrá volver a salir, y ya no gozará del antiguo confort de saber que jamás pisará una cárcel en su propio país.
Naturalmente, nada permite pensar que el mundo es una flamante maravilla en la que no tendrán cabida los dictadores en actividad y los tiranos en retiro. Pero los déspotas de América latina ya saben que ningún refugio es seguro y los de Sudáfrica, por ejemplo, debieron confesar la verdad a sus víctimas, y arrepentirse delante de ellas, para ganar el derecho a no ser perseguidos. Cualquier purista podrá decir que la aplicación de justicia es a veces arbitraria, tal vez políticamente calculada, a menudo despareja. Pero, ¿no es siempre así la Justicia? Y además: ¿ha sido injusta con Videla, Massera y Pinochet? ¿Lo sería con Galtieri, Vildoza o Acosta si los procesa por la sustracción de menores? El robo de chicos sin duda es el delito posible, el único que permite procesar, la vía práctica para esquivar la impunidad. Sin embargo, sería frívolo tomarlo como una simple picardía judicial: ningún otro delito revela tanto como ése que el pasado está entre nosotros y tiene caras y nombres. Las caras y los nombres que Massera soñó con borrar de su propia Historia y hoy lo persiguen. Literalmente.

 

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