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Por Gustavo Nielsen Massimiliano Fuksas se había quedado solo en su estudio de Roma, por lo que atendió él mismo el teléfono. "Quiero hablar con el arquitecto, soy Shimon Peres", escuchó del otro lado de la línea. El hombre se creyó víctima de una broma y siguió la corriente. "Ah, Peres. ¿Y con quién está?", preguntó. "Con Yasser Arafat", fue la respuesta. --Con Yasser Arafat, mire qué bien. ¿Y el Papa no está? --No, el Papa no está. Recién un día después se iba a convencer de que no se trataba de un chiste. Peres lo estaba buscando para ofrecerle el diseño del Centro de la Paz, en Palestina. El célebre arquitecto italiano se encontró finalmente con el entonces ministro de Relaciones Exteriores israelí en Florencia y ahora el edificio está en marcha. Luego, Arafat le encargó la construcción de la "Escalera a las estrellas" en Belén. Fuksas fue docente en las Universidades de Viena y de Columbia; además del de Roma tiene estudios en Viena y París, y tiene un prestigio en Europa ganado por su eclecticismo y su inspiración particular para cada obra. Pero tiene además una visión social de la arquitectura, una definición de ciudad que incluye a los pobres. "El arquitecto debe estar más comprometido con el momento que vive", asegura. Fuksas fue invitado a Buenos Aires para participar en la VII Bienal de Arquitectura. --En su obra de la entrada a la gruta de Niaux en Francia y a la Casa de las Artes de Burdeos se nota una búsqueda de la metáfora, de una idea ajena al edificio para desarrollar su arquitectura. ¿Cuál es la importancia que encuentra usted en la metáfora, en este mundo actual tan alejado de las ideas abstractas? --Lo más importante para la arquitectura, y para toda la creación, es el concepto de dónde parte el diseño. Una arquitectura sin idea, sin un concepto previo, es un cuerpo muerto. Puede ser agradable, ser una forma hermosa. Pero no será jamás algo que comunica, que da emoción. Y si a la arquitectura le sacamos la emoción, ¿qué queda? Nada. En la arquitectura debe haber una idea. Hoy, la arquitectura expresa poco. El arquitecto, en la primera mitad del siglo, tenía una inquietud vanguardista: la arquitectura participaba del progreso social y tecnológico. ¿Qué debe hacer hoy un arquitecto? Debe tomar una posición respecto del momento en que vive, ser más comprometido. Cuando Shimon Peres me convocó para hacer el Centro de Paz en Palestina, sentí que era una gran ocasión, no sólo de hacer buena arquitectura --que creo haberla hecho--, sino de participar en un proceso: el proceso de paz en Israel. No se trataba solamente de hacer un bello edificio. --¿Cómo es el edificio? --El edificio es un monolito hecho de estratificaciones de piedras muy largas, combinadas con vidrios que también forman estratos, en este caso translúcidos o transparentes. Esto es una metáfora sobre la historia del hombre, que tiene momentos sórdidos y momentos iluminados, lo trágico y lo benigno. Toda esa historia forma la masa de la pared. El mismo efecto se logra de noche iluminándolo desde afuera. Tiene varios ambientes: salas de conferencia, para periodistas, etc. El secreto es que todos los ambientes están duplicados, y estos lugares dobles están juntos, comunicados. Un lugar es para que lo ocupe un palestino y otro para un israelí. Es un sitio para hablar sobre la paz, la democracia y para mejorar las condiciones de vida de la gente. Yasser Arafat vio el proyecto y le gustó. Entonces me encargó un proyecto para Belén: La Escalera a las Estrellas. El lugar es emblemático. Cuando uno visita Israel, Palestina, es todo muy extraño. No es sólo por la religión; es un mundo muy particular. --¿Usted es religioso? --No. Tampoco soy ateo, pero el mundo de las religiones me pasa lateralmente. En cuanto a La Escalera, tiene 2000 escalones: cada escalón es una ciudad del mundo. La escalera parte de la base de la colina y, después de un cierto punto, se eleva sobre la cima como una plataforma, como un mirador. Arafat me invitó a conocer Jerusalén. Cuando llegué a su oficina, le mostré el plano que había desarrollado. El comenzó a hablarme de la velocidad de los vientos en la colina, del clima, de los niveles fundantes de la tierra para poder apoyar los cimientos. Los datos eran técnicos. Me sorprendí. El se dio cuenta y me exhibió un diploma. Arafat es ingeniero. Sacó un lápiz. Extendí un papel transparente sobre mi plano. Me miró humildemente, como pidiéndome permiso para garabatearlo. Yo estaba emocionado y noté que él también lo estaba. Acercó el lápiz al calco. La mano comenzó a temblarle con furia, debido a su Mal de Parkinson. Su pulso, violentado por la enfermedad y por la emoción, le había jugado una mala pasada a su saber tecnológico. --¿Qué opina sobre la desaparición del papel del Estado, que hizo que, por ejemplo, no se hable más de la parte sociológica en la arquitectura? --La política se ha quebrado. Se habla todo el tiempo de economía; es el tema de hoy: el liberalismo, el capitalismo. Los pobres no existen más. Esta mentira tiene dos cómplices: la política y la economía. Hace veinte años que no se habla de vivienda social. No pongamos a los pobres juntos porque son peligrosos, dicen, aunque tampoco pueden separarlos, ni esconderlos. Por eso, la pobreza en el mundo es el gran problema actual. --¿El arte puede hacer algo? --Sí, siempre. No es que el arte tenga la solución, pero la creación es el sentido crítico. El creador debe ser un crítico de la sociedad a la que pertenece. Y debe hacer algo. Por eso, el discurso de la vivienda social está incluido en un marco más amplio: el discurso de la ciudad. La ciudad es la máxima concentración de la riqueza y la pobreza. Vivimos en ciudades contaminadas, peligrosas, sin esperanza. ¿Qué se debe hacer para erradicar la contaminación, la delincuencia? Parece que no hubiera solución. Hoy, algunos creen que la solución es volver a la ciudad privada. A una ciudad cerrada. Con teatros, piscinas, oficinas, viviendas, transporte, pero privada. A la que se entra solamente pagando, quizá por el día. Actualmente se están estudiando y se están haciendo cosas de ese tipo. La realidad supera la ficción. Se parece a Fuga de New York: está el centro histórico de la ciudad, pero todos viven afuera. --¿Paseó por Buenos Aires? --Sí. He visto poco, pero me gustó mucho. --¿Qué vio? --La luz, que es bellísima, única. Parece puesta a propósito para la contemplación de una ciudad ideal. Buenos Aires no se parece a ninguna ciudad. Tiene un poco de Roma, de París, de Viena, de Madrid. Es el lugar más europeo del mundo. Si imaginara un lugar abstracto con un gran río, gran luz, con una naturaleza espléndida y ese lugar pudiéramos fabricarlo en Europa, sería Buenos Aires. Buenos Aires es más Europa que Europa.
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