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La convertibilidad, ante el nuevo escenario
ARGENTINA EUROTIZADA

¿Cómo hace una economía dolarizada para asumir el nacimiento del euro, y con éste el comienzo de una era de lucha por la hegemonía monetaria mundial? La novedad impone discutir cambios de fondo, como el del alineamiento del peso. Pero hay preguntas más inmediatas: ¿subirá o bajará el euro?

Por Julio Nudler

Fruto del interés y no del amor, y tras un auténtico parto, el euro vio la luz. Con él se le presentan a la Argentina tres cuestiones centrales. Una es la posibilidad de adoptarlo como referencia cambiaria junto al dólar, estableciendo una cesta de al menos dos monedas en lugar de una sola. Otra es la actitud a asumir en un mundo donde el emblocamiento monetario será una moda avasallante. Como si el Mercosur no fuera a poder escapar de la ola y sólo tuviese que elegirle un nombre al retoño: ¿se llamará merco o peso real? La tercera cuestión es la del nuevo orden económico y financiero mundial que surgirá de esta disputa hegemónica, en la que también intervendrán, aunque aún no se sepa cómo, las potencias asiáticas: Japón, China, Sudcorea y compañía. Son tres asuntos abrumadores, que sorprenden a una Argentina distraída en sus crueles internas políticas, que probablemente desaproveche así las grandes oportunidades que ofrece cualquier profundo proceso de cambio.

Para empezar, la gran pregunta acerca del euro es si será fuerte o débil. Más exactamente, si subirá o bajará respecto del dólar a lo largo de los próximos años. El efecto de la respuesta elegida sobre los inversores es obvio: les convendrá comprar activos eurotizados si la nueva moneda tenderá al alza y, de lo contrario, dejarlo para más adelante. Al Banco Central argentino le pasará lo mismo con sus reservas. Pero el caso se vuelve más difícil cuando involucra a la política cambiaria. Si el país vino sufriendo estos años el tremendo costo de mantener atado su peso a un dólar en pertinaz revaluación, ¿tendría sentido ligarlo ahora a un euro en ascenso contra el dólar, perdiendo así la ocasión de depreciar el peso? Lo que sería una mala noticia para los exportadores, alegraría en cambio a los ahorristas en pesos porque sus ahorros equivaldrían a más dólares, aunque ocurriría lo mismo con los pasivos en pesos. Si en cambio la paridad del euro cayese...

El gran argumento adverso a una canasta de monedas como referencia de la paridad fue siempre la volatilidad que provocaría en el valor de los activos (y pasivos) locales, medido en dólares. Quien hoy tiene un plazo fijo de 20.000 pesos sabe que equivale a otros tantos dólares, pero si el peso estuviese atado a una cesta de varias monedas, con diferentes ponderaciones, el equivalente en dólares fluctuaría constantemente, y su recálculo le exigiría al inversor farragosas cuentas. Esta objeción, aparentemente trivial, no lo es en un país mentalmente dolarizado, donde hasta el Ministerio de Economía expresa el PBI y el comercio exterior en dólares, en lugar de hacerlo en pesos, como sería lógico. Los japoneses lo miden todo en yenes y los españoles en pesetas, pese a lo difícil que resulta pasar luego las cifras a dólares. En la Argentina, donde sería tan fácil, no se hace.

¿En qué cambia la situación con el euro? En que una ecuación con sólo dos monedas facilitaría el recálculo del equivalente en dólares. Luego sería más fácil incorporar una tercera (el yen o un eventual signo panasiático), y así, en algún momento, abandonar totalmente el anclaje del peso, quizá para incorporarlo a una moneda única mercosureña, que flotaría respecto de las demás. Queda entonces por saber si el euro va a trepar o caer a partir de su valor inicial, que será fijado el primer día de 1999, según los pronósticos en torno de 1,10 dólares. Al mismo tiempo quedarán definitivamente fijas las actuales paridades centrales (es decir, las que marcan el eje de la banda de fluctuación) entre las once monedas refundidas, decisión adoptada para disuadir cualquier ataque especulativo contra alguna de ellas en estos ocho meses finales de su existencia.

Quien quiera posicionarse hoy mismo en euros debe saber que hay por lo menos una buena razón para no haber anticipado su valor inicial en dólares, y es la previa decisión, adoptada dos años y medio atrás, de que el euro equivalga a un ecu (unidad monetaria europea), moneda de cuenta en la que están expresados muchos instrumentos financieros. Pero mientras el euro es como un cuadro de fútbol, con once jugadores, el ecu -que hoy cotiza a alrededor de 1,10 dólares- tiene quince, como los equipos de rugby. Esto genera una extraña situación, en la que la libra y también las coronas sueca y danesa y el dracma griego, autoexcluidos del euro, influirán en su paridad de partida con el dólar. Esas cuatro monedas reúnen más de un 15 por ciento de ponderación en el ecu, y en esa medida definirán su valor al último día de 1998, y por tanto el del euro en la primer jornada del ‘99.

Es lógico suponer que, en todo el mundo, tanto inversores como entidades y bancas centrales decidirán hacerle un lugar más o menos importante al euro en sus carteras a costa del dólar, más allá del que ocupan hoy el marco, el franco o el florín. Según estimó Fred Bergsten en un simposio del FMI, la migración del dólar al euro podría involucrar entre medio y un billón de dólares. A esta presión desniveladora, que deprimiría al dólar y remontaría al euro, se sumará el contraste entre un bloque europeo con superávit externo y un Estados Unidos que marcha alegremente a un déficit récord en cuenta corriente. Pero en economía conviene huir de lo evidente. Sí, habrá demanda de euros, pero quizá la oferta (incluyendo activos financieros en la nueva moneda) resulte aun superior. Además, ¿qué son un billón de dólares? Bastante menos que lo transado en los mercados de divisas en una sola rueda, según se burla The Economist en un reciente informe sobre la cuestión, para concluir que “nadie puede saber si el euro subirá o bajará”.

Por fortuna, no es lo único que importa. ¿Cómo olvidar que empieza una pelea por la hegemonía, que el mundo vuelve a tener más de un polo?