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El Baúl de Manuel

Por M. Fernández López

Pompas de jabón

Pompas de jabón Vivir del trabajo de los demás permite liberarse de la penuria y esfuerzo que exige obtener los medios de subsistencia; y hasta tener un mejor pasar que el de quienes trabajan. El hombre siempre lo intentó desde que anda por la tierra, a través de la violencia, el temor o el engaño, sobre grupos pequeños o grandes. Pero en 1630, en Holanda, se descubrió que lo mismo era obtenible sin espada ni pólvora, sino con dinero. Los tulipanes se habían convertido en objeto de lujo en el tráfico colonial de las clases pudientes. En breve lapso su precio subió vertiginosamente y quien tenía un florín en el bolsillo vio que podía multiplicarlo con sólo comprar un tulipán y sentarse a esperar que subiese su precio. Nadie sabía qué pasaría al día siguiente, salvo quienes organizaban el juego, que podían vender en el momento justo, retirarse con una fortuna y arruinar a los demás. En Francia se repitió el caso con John Law, quien, según Adam Smith, indujo a la población por medidas adecuadas a “fijar la idea de un cierto valor a cierto papel circulante”. Ideó una Compañía de Luisiana, cuyas acciones desataron una especulación desenfrenada en la Bolsa callejera de París. La valorización vertiginosa se llamó “la burbuja del Mar del Sud”. De pronto, en 1720, cayó a cero el valor de los billetes de Law. En 1890 tuvimos nuestra propia burbuja, iniciada con una febril especulación bursátil y cerrada con el desplome de los valores: “Todos estaban arruinados. Todos se lamentaban de los quebrantos experimentados en la bolsa”, escribió Julián Martel. En 1929, el 24 de octubre, reventó la burbuja de Wall Street y el mundo entró en la Gran Depresión. Keynes escribió: “Cuando el desarrollo del capital de un país se vuelve subproducto de la actividad de un casino, es probable que la tarea salga mal hecha”. De ayer a hoy, la tarea sine nobilitas de especular con plata ajena ganó todavía más espacio sobre la tarea empresarial de conectar ahorro e inversión. Quien ahorra en un fondo de inversión no tiene la menor idea de dónde ni en qué está colocado su dinero. Las computadoras permiten a las bolsas del mundo operar en red, 24 horas al día. Todo opera en red, y una pequeña gratificación que se da el presidente de Estados Unidos hace que yo pierda mi trabajo de tornero en Buenos Aires. Si una sola bolsa en el ‘29 hizo temblar al mundo varios años, difícil es predecir el alcance del desplome de una red mundial de bolsas.


Un mundo de pajaritos

Un mundo de pajaritos Kenneth A. Boulding nació en Liverpool, tres décadas antes que los Beatles. Con ellos tuvo en común una singular capacidad de echar por tierra los límites establecidos para su profesión. A diferencia del economista común, que cultiva su quintita especializada, Boulding se valió de la economía como cabeza de puente para desembarcar en otros territorios. No de un modo centrífugo, imperialista, como la física en el XIX, que atrajo a las demás ciencias a imitar sus leyes y técnicas, sino llevando la perspectiva económica a otras ciencias, buscando semejanzas estructurales más allá de contenidos distintos, apuntando a una teoría general de los sistemas: buscar la unidad en la diversidad. En 1937 pasó de Inglaterra a Estados Unidos, adonde enseñó en Colgate, Fisk, Iowa State, McGill, Michigan y, finalmente, Colorado, adonde lo conocí. Cuando Estados Unidos entró en guerra (1941) publicó su voluminoso Análisis económico, donde exponía el conocimiento tradicional. Ocupó entonces un cargo de economista en la Sección Económica y Financiera de la Liga de las Naciones, en Princeton, de donde fue obligado a renunciar a causa de su pacifismo intransigente. Al terminar la guerra, publicó Economía de la paz (1945). En 1950, al tiempo que se le reconocía autoridad, al confiársele junto a George Stigler la recopilación de los mejores trabajos sobre teoría de los precios, el “establishment” científico juzgaba con frialdad su Reconstrucción de la economía, donde consideraba a la organización económica como un ecosistema. Sus cuatro decenas de libros y un millar de artículos publicados en prestigiosas revistas no le ganaron el aplauso del establishment, acaso entonces no preparado todavía para enfoques económicos alternativos, como no parece estarlo todavía para una de sus iniciativas más interesantes: para Boulding hay tres modos de organizar la vida social, a saber, la economía de cambio, la economía de coerción y la economía de donación. El tercero abarca donaciones de dinero, bienes y servicios, los pagos de transferencia del gobierno y, en general, toda transferencia a título gratuito. No son disquisiciones sobre temas marginales, sino problemas como la ayuda en catástrofes (terremotos, inundaciones), la integración de los desocupados en la economía de mercado y la propuesta papal de condonación de la deuda externa de los países subdesarrollados.