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El Baúl de Manuel

Por M. Fernández López

Hagámoslo juntos

Las relaciones familiares pueden ser desiguales, como la relación padre-hijo o tío-sobrino, que son asimétricas: si Juan es padre de Pepito, Pepito no puede ser padre de Juan. O bien de igualdad, como la relación de hermanos; o la de primos, en la que la relación igual entre hermanos se traslada a sus hijos; o la de cuñados, una especie de hermanos en los papeles (o para la ley: de ahí brother o sister-in-law, de los anglófonos). Pero los hermanos y cuñados pueden serlo por ser cepas del mismo palo (como en cognatio arborum, árboles de la misma especie), o hermanados por la ley (hermanos políticos), o también por vivir los infortunios y placeres del otro como propios, como cuando Magaldi cantaba “¡Hermano!” en “Nostalgias”. La raíz latina tiene ese doble sentido: cognatio indica igualdad o afinidad en preferencias o rechazos, como en la frase de Cicerón cognatio studiorum (comunidad de estudios, gustos o inclinaciones). De todas las épocas históricas, la mitad del siglo XIX fue la que dio más cuñados en múltiples sentidos. Rudolf Auspitz (n. 1837) se casó con la hermana de Richard Lieben (n. 1842). Fue su cuñado por veinte años (hasta que su esposa, la hermana de Lieben, se volvió crazy y se disolvió su unión). Pero además escribieron juntos y publicaron en 1889 investigaciones sobre Teoría de los precios, obra publicada en francés en 1914, que Alejandro E. Bunge tenía como libro de cabecera y que hoy Jürg Nichans considera un hito significativo en el desenvolvimiento de la economía neoclásica. Pero nada crea tantos elementos en común como casarse con la hermana del compañero de banco. Ya de movida, son coetáneos y la escuela los lanza el mismo año hacia la universidad. Eugen von Böhm-Bawerk (n. 1851) se casó con la hermana de su compañero del Benedictine Schottengymnasium, Friedrich von Wieser. Ambos estudiaron derecho en la Universidad de Viena y al concluir su carrera, en 1871, apareció el libro de Carl Menger que dio nacimiento a la escuela económica austríaca. A ambos les fascinó y, tras estudiar en 1875 economía en Alemania, pasaron a enseñar esa materia en universidades del imperio austrohúngaro, donde, en 1889 (el mismo año que Auspitz y Lieben) publicaron su obra principal de Economía. Ambos enseñaron luego economía en Viena, entre 1904 y 1914 y, como no podía ser de otro modo, ambos formaron la segunda generación de economistas de la Escuela austríaca.


Los niños primeros

Un salario mayor atrae más oferta de trabajo: en eso coincidieron clásicos y neoclásicos, pero los segundos limitaron su examen a la oferta del trabajador individual, en tanto los clásicos lo ubicaban en un contexto familiar y social. En los segundos, un mismo trabajador ofrecía trabajar más. En los primeros, la mayor oferta se debía a la aparición de más trabajadores. Para Ricardo, un recién nacido no era un ser que antes debía sortear un camino plagado de trampas hasta llegar a hacer firme su presencia, sino un trabajador potencial. Nacía, no un niño, sino un proveedor de trabajo. Relacionaba un alza en el salario corriente de los trabajadores con una mayor oferta de trabajo, sin aclarar que esa respuesta recorría este camino: a más salario, la mortandad infantil, altísima entre los pobres, caía por un tiempo, por poderse comprar un poco más o mejores alimentos, ropa y remedios; tras el período neonatal, seguía la escuela de primeras letras; finalmente, niño aún, al amanecer y con el primer tañido de la campana parroquial, papi lo presentaba en algún taller textil, donde el empresario prefería sus pequeñas y suaves manos a los callosos garfios de su padre. Entre nacer y comenzar a trabajar pasaban unos once años. Se consideró que hacer como si dicho lapso no tuviera duración alguna era un error o vicio de análisis de Ricardo y de los demás economistas clásicos. ¿Lo era? No tanto, si se atiende a que el salario del trabajador tendía a ubicarse en el nivel de subsistencia, lo cual comprendía la subsistencia material del trabajador adulto, de su esposa e hijos y, además, el costo de la educación, o sea la transferencia a los niños de las capacidades profesionales de sus padres; lo que permitía que, por cada cohorte de adultos que dejaba el mercado laboral -por vejez, accidentes, etc.- una cohorte igual de jóvenes trabajadores podía ingresar en el mercado para ocupar los puestos vacantes y mantener invariable la masa de obreros, tanto en su número cuanto en su diversidad profesional. El salario de los clásicos permitía al trabajador actual recuperar su desgaste cotidiano, y a la vez formaba su propio recambio futuro. Nacer y sobrevivir era, para un pobre, engrosar la fuerza laboral. Hoy el mercado añora ese concepto, cuando se da prioridad a adecuar al educando a las necesidades de cierto aparato productivo, antes que educarlo para imaginar y producir otros mundos.