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Convivir con virus
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vivir con virus

Los que están enamorados y con pareja estable ni piensan en forros. Los que cargan con la pesada sigla HIV piensan en cómo sobrellevarla lo mejor posible. Conciente o inconscientemente, todos hacen como que no existe. Pero está. El sida y los jóvenes, en opiniones y testimonios.


-¿Usás forros?
-Sí.
-¿Siempre?
-No.
-¿Cuándo no?
Con ustedes, la respuesta más exitosa entre los cien jóvenes entre 18 y 30 años que contestaron la informal encuesta del No:
-Cuando tengo una pareja estable, cuando hay confianza, cuando estoy enamorado.
¿Magia? ¿Habrá sucedido algo que desmiente a Calamaro cuando dice que no se puede vivir del amor? ¿Será que la química de los amantes rechaza al HIV? ¿Será que la pareja se hizo un análisis previo? No, no hay razones médicas, es sólo un manotazo de ahogado para quitar a la enfermedad de las fantasías de los enamorados. Una fantasía que creció al abrigo de los mensajes confusos de muchas campañas que hablan de la abstinencia y la fidelidad como una forma eficaz de evitar el contagio. Sin pensar que la fidelidad y el amor también se pueden jurar a una persona infectada. Y que, tal vez, esa persona ni siquiera sepa que vive con el virus.

Marcelita


Llega corriendo de su clase de violín y se derrumba sobre la cama. Demasiada actividad para un día cálido. Tiene los pies cansados de patear la calle haciendo encuestas, más hinchados todavía después de pelear los pagos que le adeudan desde noviembre. Tiene 23 años y los ojos se mueven detrás de gruesos vidrios de aumento. Hace tres años tuvo una reacción estable, le fue fiel al hombre que amaba, acaso conversaron alguna vez sobre el tema y como se debían el uno al otro, no quisieron invitar a su relación a un tercero tan molesto como el preservativo. Hace dos años se enteró de que tiene HIV. Igual que su ex pareja. “Nunca me sentí contagiada, ni tuve resentimientos con este pibe, de última, cuando cogés no es de uno la responsabilidad, yo me colgué igual que él”, dice sin poner el acento sobre las culpas. Ahora Marcela lleva los forros con las llaves. “Si no los tengo encima me detesto, antes si no los tenía cogía igual, ahora no me lo permito y me parece horrible perder la oportunidad por no tenerlos”. Ella sabe de qué se trata, nunca se enfermó, pero se somete periódicamente a la rutina de análisis clínicos, a la incertidumbre de los resultados y a la certeza de que cuidarse queda, casi siempre, en sus manos. “Nadie cree que yo pueda estar infectada, en general se tiene la idea del enfermo de la foto de Benetton, entonces cuando propongo el uso del forro creen que los estoy acusando de algo: ‘¿Que te pensás que tengo?’, me preguntan”.


Mucha agua corrió bajo el puente desde que el sida era llamado la peste rosa, eso que le pasaba a los homosexuales muy lejos de aquí. Sin embargo esa pregunta que escucha Marcela se parece demasiado a “¿quién te pensás que soy?”. “El problema del preservativo es que es el tercero, y ese lugar está identificado con toda la historia sexual de uno, proponer su uso parece anunciar que uno es peligroso o sospechar que el otro lo es.” explica Marta Mutoni, sexóloga (de cabecera como solía llamarla Bobby Flores en su programa de radio). “Por eso cuando se arma una historia de amor, los dos pretenden simular: ‘Yo no me acosté con nadie, vos no te acostaste con nadie, somos el primero en la vida del otro’, pero gustarse mucho, quererse y amarse no protege de las enfermedades”, concluye.


Laura

Prometió guardar el secreto y cumplió. Guillermo murió y, hasta el final, ella sostuvo que fue por una infección hepática. Guardó tancelosamente la información que hasta parece que la olvidó. Nunca creyó necesario hacerse un diagnóstico de HIV. Cuando quedó embarazada de su nueva pareja, Favio, algún fantasma se filtró entre las batitas y los pañales que empezaban a acumular. Pero para el obstetra que los ayudó a tener un parto natural, con la sola asistencia de Favio como partero, no era algo importante. Ni siquiera se hizo análisis de rutina. Laura supo que tenía HIV después de que se desmayó en medio de un festival de danza, en Estados Unidos, en el que participaba junto a su pareja. Su hija, Sol Merlina, ya no volvió a tomar la teta. “Durante la internación de ella tuvimos que hacer una opción por la vida, siempre había estado en contra de cualquier tratamiento médico que fuera invasivo, como un cateter o una sonda y yo tuve que autorizar a los médicos para que hagan lo que necesiten”, cuenta Favio. Ella también optó, no podía hablar, pero bajó dos veces las pestañas para decir que sí, que quería vivir, que la medicina hiciera lo que pudiera. “¿Mis amigos? No, ellos no se cuidan, están informados pero no creen que les puede pasar a ellos”. Otra de las respuestas convertidas en hit durante la encuesta. El problema parece ser siempre de los otros, como dice Carlitos, de 24: “Todos hablan de él, pero el forro duerme en el placard”.

Favio

Tiene un primer análisis de HIV negativo. Ahora está esperando el resultado del segundo, pasado el período ventana, esos seis meses después del último contacto de riesgo que hay que esperar para confirmar un diagnóstico. Ya no está asustado. Laura mejoró mucho después de la toxoplasmosis que obligó a su internación en Estados Unidos. La caja de Pandora se abrió con el diagnóstico de Laura y entonces pudieron hacerlefrente a lo bueno y a lo malo. Juntos. Protegidos por el escudo del amor que no los exime de usar condones. A los 29 años Favio y Laura ya no piensan que “el sida sea de otro planeta”, aunque les costó, ahora saben que tienen que usar el condón. Y listo. Para Marcela las cosas también se simplificaron, “antes era incómodo porque nunca se sabía quién iba a tomar la iniciativa de cuidarse. Ahora me cabe ponerlo, se arman juegos, con cada persona hay un estilo”, dice. Fernando, en cambio, se queja: “A veces ellas hacen como que miran los pajaritos y no ayudan”.

“Sí, siempre uso forro, tuve dos enfermedades venéreas y desde entonces siempre tengo encima”. Venéreas, embarazos no deseados, incluso el mismo virus de HIV. Prueba y error. Cuando se confirma que sin forros hay error, entonces todo el mundo se hace devoto como Gervasio de 23.

Anónimo

Fernando no se llama Fernando, pero no quiere decir su nombre. Tiene una pasión que arrasa con cualquier otra: los autos. Su sueño es sentir la velocidad en un fierro preparado por él. Pisar el acelerador a fondo y convertirse en la cola de un cometa. Nunca hizo el amor sin preservativo. Nunca. “Yo me inicié a los quince, con una chica que también lo hacía por primera vez y no hubo historia, estaba claro que íbamos a usar forro”. El pertenece a la primera generación que despertó al sexo con el sida instalado cómodamente entre las fantasías más ardientes. Y también se queja de que sus amigos no quieren saber nada con el forro a pesar de que él “siempre les habla”. “Yo no tuve que acostumbrarme, siempre fue así, pero a mi novia de ahora es a la primera que se lo dije”. Fernando ahora tiene 21 años. Cuando tenía 17 y lo iban a operar por segunda vez del corazón, su médico le dijo a él y a sus padres, en el mismo acto, que tenía HIV. Papá y mamá dejaron un laguito de lágrimas en el consultorio. “Yo, por mi forma de ser -recuerda él-, me fui calmando y me lo tomé como algo normal, porque no fui yo quien me lo agarré a propósito, no me lo agarré con una mujer ni drogándome ni nada, fue una transfusión, qué vas a hacer”. Fernando está tranquilo pero no puede contar que vive con HIV. Tal vez porque él cree que lo único que lo redime es la forma en que se contagió. El también hubiera mirado con cierto reproche al abogado gay que representa Tom Hanks en Philadelphia y con piedad a la testigo que se contagió en una intervención quirúrgica.

Las respuestas siguen siendo parejas bajo los flashes de las discotecas. Ellos se quejan de que el preservativo es incómodo. La mayoría de ellas -y los ellos que se visten como ellas- muestra una voluntad inquebrantable en cuanto al uso del preservativo. “¿Y si se le baja cuando se pone el forro, desistís del sexo o del forro?”, insiste la entrevistadora buscando un punto flaco, “desisto de coger”, dice terminante Josefina, de 27.

Gustavo

“Yo me cogí a dios y a maría santísima, así me contagié y no me arrepiento”. Gustavo desafía con la osadía de sus comentarios. Se siente un experto en el arte de cuidar a sus eventuales parejas y exhibe su melancolía porteña como esperando una mano amiga que lo consuele. “¿Alguna vez hiciste el amor con un portador?”, pregunta clavando su mirada profunda, que ya ha visto tantas cosas. Le dicen el Gusano y vio partir a demasiados amigos de la mano de esta enfermedad. “Lo violento -dice- es la muerte, no el hecho de tener que ponerse forros”. Gustavo tuvo que dejar de tomar cocaína compulsivamente, y así se fue quedando solo. “Al principio no me interesaba la vida social si no me drogaba, pero era eso o morirme”, y él también optó por la vida. En sus relaciones siente que nadie quiere comprometerse, “sexo podés tener, pero después la gente tiende a alejarse del dolor; no proyectan nada conmigo”. Su obsesión es que los preservativos se rompan, él asegura que hacen un “clic característico” cuando eso ocurre; que hay que saber escuchar.
Favio y Laura son lapidarios: “Nosotros lo que escuchamos son las forradas que dice él”. Chicanas aparte, las normas Iram hacen de los preservativos algo muy seguro, aunque como en todos lados, puedan ocurrir accidentes. Para evitarlos es bueno recordar que para poner correctamente un condón hay que quitar el aire de la tetilla que tiene en la punta y desenrollarlo desde la cabeza del pene hasta la base. Después es conveniente relajarse y gozar.

-Usas forro?
-Muy pocas veces.
-¿Por qué?
-Por gil
Asume Mario, 21 años

Claudia

Tiene el pelo ralo, apenas unos cuantos mechones que trata de acomodarse sobre la frente para que parezcan más. Está internada en el Hospital de San Isidro, difícil calcular cuántas veces estuvo internada antes. Ella siempre tiene a punto su sonrisa, como una abuela amable que ofrece confituras recién hechas, Claudia da su risa y desarma la clásica depresión hospitalaria. Está débil. Ya no puede caminar sin ayuda. La meningitis, oportunista, la acosa cada vez que ella se echa una canita al aire: unas vacaciones en bus hacia Florianópolis, a pesar de los cuarenta herpes que tenía en la espalda (y que se bancó calladita para que sus tres hijos y su marido no se preocupen); o una sentada frente al Ministerio para pedir por enésima vez las medicinas que nunca están a tiempo. Cada actividad la agota. “Necesito nafta”, dice ella. En los ojos se le ve el mar que la acarició en Brasil y un amor por el sol, y su casa, y sus chicos. Claudia está enferma de sida. Ella no pudo empezar a tomar el cóctel antes de octubre del año pasado, después de casi un año de luchapara que ese tratamiento sea para todos. Desde su cama de hospital sigue haciendo demandas por teléfono, exige dignidad y no lo hace en voz baja. Claudia está enferma y es tan valiente como un tornado en el país del miedo. Un viento tan fuerte que envuelve y da la certeza de que mientras hay vida todo es posible.


TEXTOS: RAQUEL ROBLES
y MARTA DILLON
FOTOS: DANIELA JAVA
Y MARIO MANUSIA

Básico

El virus de HIV se contagia cuando suficiente cantidad de virus entra en el torrente sanguíneo. El virus se encuentra en la sangre, en el semen y, en menor medida, en los flujos vaginales. Todo el mundo sabe -o debería saber- que intercambiar jeringas, las transfusiones no controladas y las relaciones sexuales con penetración y sin preservativo son conductas de alto riesgo de contagio.
Pero poco y mal se habla sobre otro tipo de actividades tan placenteras como la penetración y mucho menos riesgosas. Por ejemplo:

El sexo oral con un hombre que tiene HIV (chupar su pene) presenta un pequeño riesgo si él acaba en la boca de ella o él (no infectados), en el caso de que tuviera cortes o llagas en la boca o infecciones en la garganta. Hay sólo una docena de casos en el mundo desde que la infección es conocida en que ésta haya sido la ruta de contagio.

El sexo oral con una mujer que tiene HIV (cunnilingus, lamer sus labios o su clítoris) es de mucho menor riesgo. Hay menos concentración de virus en los fluidos vaginales ni es tampoco una buena ruta de entrada para el virus. No hay ningún caso comprobado de infección que haya ocurrido de esta forma.

Recibir sexo oral de alguien que tiene HIV: no hay riesgo en esto para quien es chupado o lamido, no hay suficiente virus en la saliva.

Compartir juguetes sexuales con un hombre o una mujer con HIV: si el objeto, como un vibrador, es usado para penetrar a los dos, éste debe ser lavado entre cada uso o ponerle un condón nuevo cada vez.

Contacto anal-oral (besar o lamer el ano de un hombre o una mujer): el HIV no puede transmitirse de esta forma pero sí es una ruta de transmisión de otras enfermedades. Esto puede ser peligroso si quien besa es alguien que vive con HIV porque puede contraer enfermedades que agravarían la infección.

Otras actividades sexuales como frotarse, besarse profundamente y masturbarse mutuamente no transmiten el HIV.

Traducido de los folletos de The Terrence Higgins Trust, la organización más importante en trabajo con infectados del Reino Unido, 1997

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