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SABINA VS. PAEZ




Banda uruguaya EL PEYOTE ASESINO Peyote asesino
Uruguay, que no ni no

No se molestan si alguien los encasilla dentro de la creciente movida de hip-hop latinoamericano. Es que, de hacer una lista, se podría enumerar un puñado de indicios que liga como un cordón umbilical a estos cinco uruguayos con el rap latino: letras llenas de citas (Steven Seagal, René Higuita y tantos otros), el uso de terminología mexicana producto del exilio de tres de sus integrantes durante la última dictadura militar de su país, rimas como “escupo la bandera/me toco la manguera” y, por supuesto, el sonido inequívoco del género. Aunque es cierto que detrás de eso conviven el funk, el hardcore, el soul, algunas dosis electrónicas y la mano maestra de Gustavo Santaolalla, productor de Terraja, el segundo disco con el que Peyote cruzó el charco y saltó a las grandes ligas del mercado musical que comprende el triángulo Montevideo-Buenos Aires-México DF. “Nosotros no somos un grupo de hip-hop”, observa a pesar de todo Lmental, voz de la banda. “De la misma manera que tampoco somos un grupo de metal ni de hardcore. Somos un grupo que mezcla todo eso y que sería muy mal visto por cualquier fanático ortodoxo de uno de esos géneros”.

Santaolalla ya había puesto su ojo clínico en este quinteto charrúa a mediados de 1997, cuando se juntaron para preproducir el disco. En setiembre volaron a Los Angeles para darle vida a Terraja, cuya traducción al lunfardo uruguayo sería grasa o alguien que no tiene noción del buen gusto. Después de la grabación del álbum, Peyote emprendió una gira corta por México. Allí abrieron un show de los Delincuent Habits. “Al principio no fue fácil”, recuerdan. “Esa gente es de una tradición rapera muy ortodoxa. A nosotros no nos conocía nadie, les pelamos una guitarra y eso para ellos es mojarles la oreja. Además tenés que aclarar que no sos argentino. Porque ahí pasa algo muy raro con los argentinos. Por un lado adoran a Soda Stereo y a los futbolistas que van a jugar allá. Pero también hay una cosa de competencia, entonces te ven medio rubio y te dicen pinche argentino, racista. A partir de ahí empezamos a aclarar: Somos Peyote Asesino, una banda uruguaya”.

Pablo Plotkin

Sobre los Beastie Boys y “Hello, Nasty”

La buena noticia

En la última -literalmente- edición de Mix, el house organ de Musimundo, Mike D relata la elección del nombre Hello Nasty: “Un día escuchamos que la telefonista de nuestra compañía, Nasty Little Man, atendía diciendo `Hello, Nasty’. Era japonesa y le costaba pronunciar el nombre entero”. Traducido al universo Beastie Boys: la telefonista japonesa samplea el idioma inglés, el trío samplea a la telefonista japonesa. La procesadora en marcha.

Los Beastie Boys siempre garpan. Cada dos o tres años escupen el producto de infinidad de desvelos, y siempre queda el secreto deseo de acceder a lo que sucedió puertas adentro en ese lapso de silencio. Para ello habrá que esperar a la separación y la correspondiente caja de rarezas, pero mientras tanto, Ad Rock, MCA y Mike D cumplen con creces y editan otro de esos discos difíciles de imitar. Aunque la tecnología sea diferente, aunque aparezcan otras fuentes de inspiración y haya cierta experiencia acumulada, Hello Nasty corre por una cuerda similar a la de Paul’s boutique. No tanto en lo estilístico -que también reconoce algunos nexos- sino fundamentalmente en el concepto. Los B-Boys no son sólo músicos (en cuanto ejecutantes y atentos oyentes), sino también productores e ingenieros de su música, gestores de un proceso que nadie más puede interpretar y sólo ellos pueden llevar a cabo. En la cabeza del trío está lo que el trío quiere, y para materializarlo realiza una minuciosa tarea de deconstrucción y construcción, combinando ínfimos trozos de melodía para convertirlos en armonía y sobre eso tocar algo. La autorreferencia, que en otros artistas resulta más o menos intolerable, adquiere otro sentido aquí. En Hello Nasty aparecen como flashes pequeños elementos que en discos anteriores tuvieron una función completamente diferente, y hasta hay una no declarada versión cool de “Pass the mic” (de Check your head, el disco en el que más se dedicaron a los instrumentos tocados) rebautizada “Flowin’ prose”. Como ese detalle, hay también infinidad de facetas a explorar. Por eso la salida de cada disco es, en sí, una buena noticia.

Eduardo Fabregat
La respuesta de Fito Páez
a Joaquín Sabina

Quiero dejar testimonio
en estos versos que escribo
no creas que me he ofendido
con tu carta de fea rima
yo ya llegue hasta la cima
y tengo mi propio estudio
no me interesa tu turbio
arte bajo de letrinas.

Yo soñé con un buen disco
Pensé: “cueste lo que cueste”
Vos serías mi Nito Mestre,
mi Art Garfunkel, mi Durietz.
Y no funcionó, ya ves
pues sufrí todos tus males.
Mi próximo disco a dúo
será con José Luis Perales.

Comparar nuestros talentos
te juro que es algo vano
a mí me grabó Caetano
y a vos, ay, Willy Chirino
Tomamos otros caminos
más tengo una solución:
anda a cantar a "Latino",
que yo toco en el Colón.

Contigo a mi lado pude
ampliar mi vocabulario
Fuiste como un diccionario:
chulo, tío, carajillo,
vale, chaval, un pitillo.
Pero no sabés cantar
Y yo hago grandes canciones:
“Soy un hippie” y “Dar es dar”.

Yo soy un músico fino
que ofrece su corazón
que no busca la emoción
en la fácil rima asonante
no levanto ex-militantes
a fuerza de golpes bajos
Tu vida es un relajo
y tu aspecto, deprimente.

Yo soy director de cine
vos nada sabés de planos
a mi me gusta "El Ciudadano",
vos preferís "Comodines".
No me embriagues ni alucines
por tus vicios soy panzón,
pero sigo siendo un sex symbol
y vos solo un calentón.



Historias de Babel

Trabajaba de sereno no sé bien en qué fabrica.

Sentía el estómago agrio y contraído. Tenía la garganta, la nariz y la boca cubiertas de vómito viejo. Un gran charco de vómito añejo era su firma. Era 25 de diciembre. Se pasó la mano temblorosa y sucia bajo la nariz y vio en ella escamas de sangre seca, había tenido una hemorragia nasal. Solían ser recurrentes cuando bebía. En todas sus resacas anteriores, había sentido siempre lo que experimentaba ahora un malestar interno, la cabeza explotando como una infección, el estómago enroscado y los temblores musculares que esta vez se convertían en dolores mudos. Ni siquiera era depresión. Era la perdición total. Y ésta era la peor de todas. Tal vez porque a su lado yacía inerte el cuerpo de su compañero de trabajo nocturno, cubierto de agujeros coagulosos donde las moscas ya se posaban con saña desde hace horas.

Los diarios dijeron que era otro hecho relacionado con el ángel de la muerte: Robledo Puch. A su amigo lo enterraron con honores. La empresa chiroleó a la familia. A Robledo Puch lo agarraron. A él lo mandaron al Borda para que cure su alcoholismo. Pero no fueron pocos los que lo culparon por no haber logrado defender a su amigo aquella Navidad.

-¿Dónde estoy? Había preguntado Chester (tal es el nombre que le pondríamos años después).
-¿Dónde pensás que estás? -.le respondió un enfermero.

Descontando algunos pantallazos ocasionales, golpes, esposas, inyecciones, los dos días posteriores a la Navidad eran un vacío total. Los recuerdos no guardaban relación entre ellos.

-¿Qué hice? -preguntó.

Nunca se supo con certeza quiénes fueron, si los encargados de la seguridad del hospicio, indignados por su aparente traición, o si los mismos pacientes. Lo cierto es que lo molieron a palos. Tenía la mandíbula rota en varios pedazos y todo un costado del cuerpo con veinte fracturas. El hospital es grande, y hallaron el cuerpo varios días más tarde. Los médicos practicaron los primeros auxilios y fijaron fecha para una cirugía global. Lo cierto es que la operación se suspendió una y otra vez, hasta que los huesos soldaron como estaban.

De esto ya pasaron varios años, pero si quieren ir a verlo aún pueden. Es un monstruo que gime, sacude y arrastra palabras inteligibles. Sólo digitalizando las grabaciones de sus alaridos logramos descifrar su recurrente grito: ¿Qué hice?.

Acerca de su otra pregunta, ¿Dónde estoy?, ya no quedan dudas.

Andrés Mouratian