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Convivir con Virus

Sale del hospital con la mirada vacía. Sus pasos se la llevan de allí con una voluntad firme de poner distancia. Camina por la avenida Belgrano, deja atrás el Centro Gallego. De pronto corre el 2 que se le escapa justo cuando llega a la parada. Tiene que significar algo. Todo significa algo en la vida. Algo querrá decir lo que le está pasando. Nunca le pareció tan oportuna esa frase. Exactamente le está pasando a ella, como si estuviera corriendo una película dentro de un proyector, con protagonistas desconocidos y llorosos. Los pies la llevan cuesta arriba aunque al final está el Bajo. No sabe que llegará hasta allá. No sabe tampoco cómo volver a su casa cuando llega y se sienta frente a ese mar de juncos, en una escalera de la Costanera sur. El camino también le fue pasando como una escenografía de ópera, pomposa y pesada como un paquidermo. Pero efímera. ¿Y qué? ¿Hay algo que no lo sea? Un hijo, se contesta, un hijo es para siempre. Carla se mira la panza y no ve nada distinto. Se la toca. Ninguna señal. Su embarazo es un papel que guarda en el bolsillo. Hoy no va a trabajar. Tampoco quiere volver a su casa. Por más que piense no se le ocurre nada más importante que hacer que estar ahí, viendo a los juncos entregarse al viento sin quebrarse nunca. No puede reconocer ningún sentimiento. Tal vez Gustavo tenga razón y ella sea frígida. Cuerpo hueco sin ilusiones. Necesita una idea nada más. Trata de buscar alguna, tiene que pensar muy bien antes de enfrentarlo. Pensar qué le va a decir a Gustavo para que esta vez sea él quien se quede sin alternativas. Cualquier duda podría terminar con lo que ella quiere. Siempre fue así. El la convence de cualquier cosa. En busca de un sentimiento se topa con una fantasía. Alguna vez deseó tener un hijo. Pero el recuerdo de tantos planes no es más que un montón de palabras, ni una imagen, ningún color para su sueño. ¿A quién llamar? El teléfono público que reina en la explanada de la Costanera es una promesa que no se cumple. Sólo la atienden contestadores. Sabe que lo va a tener, pero quiere decírselo a alguien antes que a él. No piensa en opciones, nunca se atrevió. Y sin embargo sería tan fácil... Sabe perfectamente cuándo sucedió. A Gustavo le molestan los forros, dice que no siente, que se le baja cada vez que se lo pone. Por eso ella accede, un ratito, le dice él, hasta que la tenga bien dura. Pero nunca se lo pone más tarde, prefiere acabar afuera. Claro que a veces no aguanta. Y ella corre a lavarse, se queda sentada en el bidet esperando que caiga de su vientre todo lo que recibió. Y reza. Después él se duerme tranquilo, como un gato que se comió el pescado. Y ella da vueltas. Como ahora, sin rumbo, sin teléfonos que marcar, sin sentimientos. Ya tiene la decisión tomada. ¿Será una decisión o un callejón sin salida? ¿Cuántos encierros más la esperan ahora? ¿Sabrá Gustavo que además de estar embarazada tiene vih? La reserva ecológica la tienta. Los pies siguen su marcha sin permiso. Tal vez hoy no hable con Gustavo. Mañana tampoco si no tiene ganas. Por una vez el tiempo está a su favor. Por una vez quiere decidir por ella qué hacer con su vida. marta dillon

Marta Dillon