Cuando recibo la carta de Dolores pienso que lo mejor sería publicarla en lugar de esta columna. Después me doy cuenta de que no tengo modo de hablar con ella para preguntarle si esa bronca que se lee entre líneas puede pasar sin filtros a la página de un diario. Y entonces hago mi trabajo contaminada por algo de esa impotencia que recita Dolores sin edad (pero a la que adivino muy joven), que dice reconocerse en alguna esquina, fumando hasta que el futuro quede un poco más lejos. Ella se angustia porque dice que no puede frenar a los hombres en el momento en que hay que ponerse el forro y después se quiere matar porque la angustia la guarda ella, pensando que tal vez esté embarazada, que además puede haberse contagiado porque de tanto jugar con fuego sabe que alguna vez se va a quemar. La suya es una historia común, una de miles, seguramente la historia de alguna de las 50 mil personas que hoy viven con vih. Pero lo que me parece más fuerte es que hoy, a pocos meses del tan mentado nuevo milenio, las mujeres sigamos sintiéndonos tan indefensas frente al deseo masculino. ¿Qué nos pasa? Las chicas más jóvenes ya no creen que las diferencias abran abismos entre hombres y mujeres pero siguen cediendo ante ellos, siguen intentando complacerlos como si de la mirada del hombre dependiera seguir sintiéndose mujer. Ahora el mandato parece ser convertirse en mujeres fatales, que gozan de orgasmos múltiples y no sienten culpa si se acuestan con un chico distinto cada semana. Pero no deja de ser un mandato, algo que se debe hacer sin elegir si es eso lo que queremos. Las mujeres somos vulnerables, no es casualidad que en los últimos años el sida haya avanzado sobre ellas. Dolores dice que a veces ni siquiera se da cuenta si se pusieron el forro. Después viene la angustia de no saber si se lo puso o lo dijo para que nos quedáramos tranquilos y siguiéramos garchando. ¿Por qué cambiar una semana de angustia por unos minutos de placer? ¿Se puede gozar con la paranoia siempre al acecho? No sé, chicas, pero me parece que es hora de tomar las riendas del asunto. El forro no es algo de lo que se tengan que ocupar solamente los chicos mientras nosotras miramos para otro lado. Para que podamos usarlo naturalmente tenemos que apropiarnos de él, incorporarlo a nuestros juegos, ponerlo con la boca, acomodarlo entre caricias. Y si no, no hace falta no hacer el amor. Simplemente obviar la penetración y que el pene no va a ser el protagonista principal de una relación y pedir para nosotras esas caricias que se pierden en una relación apurada. Vamos, chicas, no seamos tontas, si ellos no se hacen cargo simplemente dejémoslos pasar. De última, son ellos los que se la pierden. Marta Dillon |