Siempre me acuerdo de esa tira de Mafalda en que ella miraba a los animales con un dejo de envidia pensando que un gato, para vivir, no necesitaba más que ser gato. Lo mismo los perros, los insectos, los pajaritos y las plantas. Pero el hombre, ay, el hombre tiene que ser carpintero, plomero, médico, electricista, enfermero, arquitecto y millones de cosas más. A veces más de una a la vez y hasta tres o cuatro en la misma vida. Como el famoso arquitecto-taxista que probablemente también sea padre y aproveche algunas horas para ser profesor en la escuela nocturna. O el estudiante camarero de bar y cantante de rock por las noches. Ya no alcanza con estudiar una carrera, las carreras después exigen especializaciones y las especializaciones idiomas y el trabajo creatividad para llegar a ser tan único que la flexibilización no te alcance y nuestra tarea sea requerida por los que pueden darnos unos mangos cada mes, que igual nunca llegarán a amortizar el esfuerzo y las noches de insomnio para pensar cómo cuernos ganarnos la vida dignamente. Ser joven y asomarse al mundo del trabajo es una tarea ingrata. Es pelear contra el desánimo y la impotencia que da sentirse un bien de uso igual a millones que se pueden cambiar como piezas de repuesto. ¿Cómo zafar? ¿Se podrá vivir con menos guita? ¿Menos de cuánto? ¿Será una salida irse al campo y vivir de la huertita? Ultimamente no hago más que preguntas pero las respuestas me esquivan como los vecinos de Palermo a sus odiados travestis. Nada me gustaría más que dejar de correr sin saber del todo dónde voy. Mi médico mencionó entre sus bienintencionadas recomendaciones que tengo que bajar el nivel de estrés. Supongo que a todos los que tienen algún problema de salud les dirán lo mismo, pero nadie te da la fórmula para vivir en este mundo y que no te agite tu pulso loco e inseguro. Porque además de ganarse la vida también hay que hacer algo creativo, algo que nos saque de la monotonía de casa al trabajo y del trabajo a casa. En algún momento todos nos equivocamos, hasta los niños sufren de estrés porque ellos también están obligados a ser plus ultra sabiendo lo que les espera. Escuela, inglés, computación, alguna actividad artística o ecológica para calmar nuestra culpa de especie depredadora. Ellos se agitan y los padres se llenan de culpas porque el trabajo no les permite estar con ellos, que también se agitan y cuando están en casa sólo quieren mirar los dibujitos. Maldición, el mundo moderno está a punto de acabar con nosotros. Y es mejor que corramos a buscar un buen refugio. Pero rápido, porque seguro que cuando lleguemos ya va a estar ocupado. Marta Dillon |