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Sombras chilenas por Juan Pablo Sorín
Al enterarme del encarcelamiento de Augusto Pinochet me pareció interesante recordar un texto que había escrito para la radio (paso el chivo: Tubo de ensayo, FM La Tribu, lunes 22 hs.). Es algo así como un diario breve de viajero, pero que transporta un deseo que comenzó a despertar con la noticia del sábado pasado y que esperemos continúe sin perdones, sin indultos y abrazado a la memoria.
El 29 de setiembre, previo al partido con la Universidad Católica por la Copa Mercosur, intentaba describir algo de eso.
Parece que está floreciendo, que lentamente está llegando la primavera acá en Santiago. La mayoría habla del clásico de ayer entre el Colo-Colo y la U. O de los logros de la estabilidad.
Empiezan a vislumbrarse las elecciones del noventa y nueve y los cerros y las montañas continúan perdiendo nieve.
El sol se está imponiendo en la tierra del vino, pero no del todo. Todavía lo acosan las sombras.
Todavía vive, respira Pinochet y el escalofrío recorre el país. El temor que aún hoy produce el senador vitalicio está flotando y dan ganas de vomitar.
Esa es la sensación que resulta de tanto pisco (su bebida clásica). Sin embargo voy por otro.
Es viernes pero pudo ser martes o jueves, Santiago tiene vida de noche como Baires, mas sólo para los que pueden.
Todavía se saca a bailar en los boliches y me gusta, ¿a qué hora pondrán un par de lentos, hermanito?
Los chilenos no putean ni gritan demasiado, se ríen con lo zarpado y te miran de costado si sos argentino: es que todavía pesa el resentimiento o la realidad de nuestro ego. Ellos mismos se catalogan de cartuchos, sinónimo de cerrados ¿viste?, y tienen razón.
Hay pocas rubias por acá. La gente es de características bien autóctonas y te digo que parecen más confiables.
La pronunciación es un poco extraña. La t es casi ch y no pueden vocalizar la r si le sigue de una n (tipo Fenando), les cuesta.
Cómo le cuesta vivir a la gente de las poblaciones, conocidas como villas miserias en la Argentina. Y cómo le cuesta lidiar con los fantasmas del Estadio Nacional (de la masacre), y de tantos otros centros clandestinos, como el Maipú por ejemplo.
El atardecer cae entre poetas y el rey Pablo brinda por el compromiso. Se acerca Salvador Allende, después de veinticinco años de aquel golpe a la humanidad, y lo abraza Violeta Parra con la mirada. Entonces Víctor Jara se canta algo y te vas a descansar tranquilo.
Yo pisaré las calles nuevamente, tarareás, y ves crecer el verde.
Las flores de un pueblo sufrido, mutilado, que debe enterrar a las sombras, sus sombras, para por fin alejarse de la oscuridad.
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