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BECK

El juego es el siguiente. Buscar y encontrar, escuchar, apuntar y seguir. ¿Beck es el mago del collage sonoro de los noventa, capaz de cortar y pegar pequeños fragmentos de músicas que resuenan en su cabeza y convertirlos en alucinantes canciones pop-rock-hip-hop-psicodélico-folketc.-etc.? Claro, lo es. ¿Quién lo duda? Entonces, al juego. Ahí están Mellow gold -”¿Quién es? ¿Es pariente de Jeff?”, preguntas del ‘94- y Odelay (‘96), en primer lugar. Después, o antes según se quiera, también puede recurrirse a los muy privados Stereopathetic soulmanure y One foot in the grave (‘94), discos hechos de una pieza. Una pieza, una guitarra, un amplificador, una caja de efectos y la eventual visita de amigos. Hay más. Chequear el single “Deadweight” -y su correspondiente, increíble, video-, parte de la banda de sonido de la comedia romántica A life less ordinary (‘97). Entonces puede comenzar el juego. El juego de la búsqueda del tesoro del rompecabezas. Beck, el rompecabezas.

Mutations es el resultado de la búsqueda del tesoro que implica el recorrido discográfico mencionado. Sale el martes que viene en todo el mundo, con toda la pompa que un nuevo disco de un artista clave en la década merece y bajo el rótulo de “folk de la era espacial”. Sale bajo la etiqueta de un sello grande, Geffen, que literalmente lo arrebató de las manos de la mucho más pequeña Bong Load Records (que originalmente editó Mellow gold). Tampoco se trata de la historia del pez grande devorándose al pequeño: Bong Load cuenta con el consentimiento de Geffen para editar discos personales del artista -éste parecía ser el caso- así como retiene los derechos de las versiones vinilo de todos los discos de Beck, incluido éste. Lo cierto es que el joven (joven, tiene 28) tuvo un día doce canciones listas después de dos meses de grabaciones caseras y se dijo a sí mismo: “Oh... ¡Esto es un disco!”. Y partió en búsqueda del productor Nigel Godrich, responsable del mismo trabajo en OK Computer para Radiohead. La maquinaria estaba en marcha y a partir de mediados de este año comenzó a conocerse la noticia de que Beck, el músico norteamericano de la década, tenía un nuevo disco casi listo. Once canciones (una oculta en el final, “Diamonds bollocks”) que echan una mirada respetuosa y high tech sobre las raíces musicales de la América blanca... pero no tanto. Hay blues rural, country, folk y... bossa nova. Ahí está el single que suena en las radios por estos días, “Tropicalia” (¿sabrá Beck que éste es el nombre de un disco venerado de la música popular brasileña, firmado por Caetano Veloso y Gilberto Gil en los sesenta? Seguro que lo sabe) para comprobarlo. “Tropicalia”, con su melodía cadenciosa y su desarrollo instrumental reposado, levemente mecidos por un piano que viene y se va, puede servir perfectamente para iniciar el recorrido hacia atrás. “Deadweight” ya mostraba las intenciones “cariocas” del geniecillo alternativo que nunca estuvo en Brasil pero que parece conocer su música desde muy pequeño. Aquella canción también era bossa nova pero levemente pervertida por algunos arranques electrónicos. Como “Readymade” (Odelay, track 11), en donde el loop percusivo fundía en el sampler de la línea de saxo que identifica e identificará por los siglos de los siglos a la bossa nova en estado puro: “Desafinado”, firmada por Antonio Carlos Jobim. La inspiración de “Desafinado” cruzada con la particular lectura de “Deadweight” concreta su aspiración en “Tropicalia”. Fin de la primera parte del juego.

La tradición norteamericana de la música de tierra adentro -el otro lado de la deslumbrante cosecha afroamericana que parió el soul, el blues y el rock and roll- reconoce varios personajes insignes. El más cercano, vigente, genial y popular de todos los tiempos: Bob Dylan. Pues bien, aparte del saltimbanqui rubiecito entretenedor de multitudes con “dos bandejas y un micrófono” (Two turntables and a microphone, del estribillo de “Where it’s at”) que es, Beck ha hecho mucho para merecer ser considerado el heredero del gran Bob. El hijo que no tuvo (no porque nolos haya tenido, ahí está Jacob y sus ojos azules y sus trajes de Armani cantándole a Godzilla), tal vez. En Mutations -no olvidarlo: mutaciones, palabra que encierra una clave del juego-, Beck se calza el traje del trovador del inmenso territorio al norte del río Bravo, sube al tren y lanza los primeros arpegios de su guitarra acústica mientras el paisaje le habla de soledad, viento, desesperanza y aridez. Así hace suyo el paisaje del Medio Oeste norteamericano y lo transforma en canción. Se recomienda volver sobre One foot in the grave (se consigue en Parque Rivadavia, domingos por la mañana) y si no recurrir a “Jackass”, de Odelay, para entender un poco más de qué hablamos cuando hablamos de Beck, el trovador. “Cold brains” abre el disco con su visión alucinada de la putrefacción de algo o alguien. La batería se arrastra en los polvorientos caminos y lleva adelante la melodía, la armónica ingresa para cubrirlo todo de un tono oscuro que, sin embargo, ilumina el final del cuento. Ese será el tono dominante de los cuarenta y pico minutos del disco, con la catarsis eléctrica (¿lo que vendrá?) del oculto “Diamond bollocks”. En el medio, “Nobody’s fault but my own” y sus aires hindúes, con una no especificada cantidad de instrumentos tradicionales involucrados en cada leve meandro melódico. O “Lazy flies”, que si no fuera Beck sería casi como una parodia del latinazo según el gringo blanco que balbucea algunas palabras en español. Ya está, otro disco de Beck en donde especificar de qué se trata parece una tarea imposible de llevar adelante. Recuento: country folk, bossa nova, aires asiáticos, loops, maracas latinas, psicodelia de Wincofón... Demasiado.

Demasiado si se tiene en cuenta que éste... no es el nuevo disco de Beck. Una obra que él prefiere calificar como “transicional” es lo que aparece el próximo martes 3 de noviembre. El nuevo-nuevo, con todos los chiches, los samplers, los futuros hits para El Rayo y los Dust Brothers viene para junio del ‘99. No falta tanto, tampoco.

ESTEBAN PINTOS