Tengo en mis manos una confesión. Un alma desnuda que llega por carta en busca de consuelo. Me gusta chupar la pija, esa ES una de mis habilidades mejor reconocidas. Siempre llevé a cabo mi tarea recibiendo después múltiples halagos, dice la misiva. Por eso cuando Daniel se resistió a mis bien ponderados lengüetazos me desconcerté, creí que tal vez quería demorar el placer o dedicarse a otros juegos, pero no. No. Daniel levantó a Rebeca hasta la altura de su nariz, la besó profundamente, con la intensidad de quien tiene algo importante para decir después y descerrajó su pregunta: "¿por qué me tenés tanta confianza?" Ella apenas tuvo tiempo de pensar a qué se refería: "¿cómo sabés que no tengo sida?". Jamás dije que no lo tuvieras dijo ella, pero no entiendo qué tiene que ver con que te la chupe o no. "¿No sabés que te podés contagiar?", dijo Daniel con la suficiencia de quien cree que hace lo correcto, frescas en su memoria las reglas oficiales del sexo seguro. Rebeca intentó una explicación con sus palabras, con sentido común. Le dijo que había una posibilidad en dos millones de que ella pudiera contagiarse, que desde que se conoce la infección por vih en todo el mundo apenas se cuentan una docena de casos de contagios. Pero Daniel había escuchado lo que escuchó de un médico, una garganta ilustrada. Rebeca no se rindió, retrucó apuntando que aun los médicos tienen ideología y que no hay inocencia en los consejos alarmistas. Daniel no aflojó. Después de después y no habiendo hecho ESO pero sí OTRAS COSAS, porque en materia de sexo siempre hay alguna otra cosa que se puede hacer, él me preguntó qué era lo que más me gustaba. Y yo le dije: ¿vos querés saber qué es lo que más me gusta? Es algo que nunca me vas a hacer porque te da mucho miedo. ¿Y a vos? Supongo que lo mismo, contestó. La carta de Rebeca es un pedido de auxilio. Todo lo que puedo decirte, querida amiga, lo he leído en el extranjero y pongo a disposición ese material. Sí, es verdad, hay UNA posibilidad en DOS MILLONES de contagiarse con sexo oral. Hay más chances de que un avión se caiga que de contagiarse sida de los genitales a la boca y viceversa. Pero si alguien teme subirse a los aviones siempre habrá algún psicólogo dispuesto a curarnos ¿Por qué no habrá tratamiento para el miedo a las chupadas? ¿Por qué nos siguen metiendo miedo? Nuestra obligación es decir lo que sucede, después cada uno se cuida como quiere, me dijo una doctora. Pero ella no dice la verdad, por lo menos no en términos reales. No es lo mismo una mínima posibilidad que situarla en su contexto con ejemplos claros. Pero bueno, querida Rebeca, nos queda el aliento de tanta gente que sabe reconocer tus habilidades y la esperanza de que un día se haga justicia con el sexo oral. Marta Dillon |