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ERICA GARCIA

Su nuevo disco, “La Bestia”, rompe lanzas con los postulados de “El Cerebro”: desnuda y pintada como una cebra, Erica sale de los “laberintos internos” para gritar su mensaje. Y para ello tuvo que ponerle los puntos sobre las íes a un par de muchachos intolerantes.

En la tapa de La Bestia, su nuevo disco, Erica García está desnuda, con el cuerpo pintado de negro y blanco, rayas de cebra. La idea, según detalla, era ser un animal. Porque de eso se trata La Bestia, un título que tuvo antes de concretar las canciones del disco, no bien terminó su primer CD, El Cerebro. “El significado hace referencia a la parte animal, instintiva de cada uno. Tiene que ver con etapas de mi vida: El Cerebro tiene que ver con toda esa etapa hermética, difícil de codificar. Este es más comunicativo, más para afuera. A mí gráficamente me suena que el cerebro es como un mensaje en una botella. Este es un mensaje gritado. Y es más alegre. Las letras son muy diferentes, hablan de la calle, de relaciones entre las personas, de la vida. El Cerebro hablaba de lo que pasaba dentro de los laberintos internos”.

No le costó nada posar para las fotos, dice. “El diseñador no se animaba a preguntarme si me atrevía a pintarme el cuerpo desnudo, así que yo se lo sugerí. Y cuando se lo dije fue ‘chau, qué hice...’. Para mí fue una experiencia increíble, porque era como estar en pelotas delante de la gente. Pero en el momento me metí en el personaje y no me di cuenta de nada. Tal vez sin pintura no me hubiera animado, pero es que me sentía muy contenida con Andy (Cherniavsky, fotógrafa de modas), que sabe cómo tratarte para que te sientas bien. El video del primer corte, ‘Rockanabella’ también lo hice así”.

La Bestia es un disco de rock. Hay canciones que recuerdan a Sandro, como “Vete Destino”, rocks divertidos como “Rockanabella” y aires jazzeros en “Yo sin vos descanso”. Ningún bolero, como Erica se encarga de aclarar. Las letras, menos autorreferenciales que las de El Cerebro, cuentan historias o, a veces, son declaraciones de principios. “Me salen todas en bares, que me encantan. A veces voy caminando y de pronto me viene algo, me meto en un bar y mamarracheo la letra en una servilleta”. Y no fue fácil de concretar. Una semana después de entrar a grabar, Erica se peleó con su productor, Alfredo Toth, que quería ponerle otros músicos y alejarse de la producción que ella tenía pensada. “Alfredo se fue porque no nos entendimos, y además tenía sus propios problemas personales”, cuenta. Volvió una tarde a su casa, deprimida, y Ricardo Mollo, su novio y guitarrista de Divididos, le dijo: “¿Por qué no te tomás un descanso?”. Se lo tomó. En marzo entró a grabar otra vez, con Mollo “colaborando” en la producción. “No tenía contención de ningún lado, Ricardo no podía estar todo el tiempo, las voces las hice yo, las guitarras las grabé yo, los arreglos los armé yo. Lo que sí tenía claro era adónde quería llegar. Y no era por el camino que me planteaba el primer productor”.

-¿Es difícil trabajar con vos?
-No. No creo. Soy hinchapelotas y exigente, pero eso no es ser difícil. No me importa tener esa fama tampoco. Si tener las cosas claras y decir “esto no me gusta” es ser difícil... Para mí alguien que trabaja bien en lo suyo y sabe lo que quiere tiene que ser exigente. Lo que sí es difícil es manejarse en el medio siendo mujer. En este disco le tuve que poner los puntos al técnico de grabación, porque el tipo me empezó a tratar mal. Yo le decía “hagamos tal cosa” y él me decía “eso no se puede”. Después iba Ricardo, le planteaba lo mismo y el tipo decía “bueno, bueno, ya lo hacemos”. Eso pasa todo el tiempo.

-¿Tenés ganas de que el disco sea popular?
-Me gustaría que venda mucho, siempre me gustó eso. No creo en los que dicen que la popularidad no les gusta, porque si no, no te subís al escenario. Por eso no comparto mucho con la tribu alternativa. Este año no me invitaron a las cosas alternativas, algo sintomático, me invitaron para hacer discos con grupos main, como los proyectos de Pampa del Indio o el disco de covers de Sandro. El año pasado fui la reina de los alternativos, pero este año fui una aprendiz entre los grossos, y me gusta mucho más eso. No me gusta el matiz elitista alternativo, porque quiere decir que estás eligiendo algo y el público no se elige. Eso es marketing. Vos hacés algo y que venga el que venga. Los alternativos tienen un estigma de algo para pocos y con una pretensión extraña: la música debería ser algo que fluya. Yo tengo ganas de que me escuche la gente, y la postura de ellos me parece muy contradictoria.

-¿Por qué creés que hay tan pocas chicas tocando o liderando una banda?
-Creo que siempre va a haber pocas. No sé si es una cosa de acá, quizá sea distinto en otro lugar del mundo. Es una cuestión de cultura: la mujer es pasiva y está acostumbrada a mirar al hombre y admirar lo que hace. Sólo algunas que tuvimos una educación diferente, o un impulso natural, tal vez nos animamos a hacer otras cosas. Para estar arriba de un escenario cantando tus propias canciones hay que tener pelotas. Al principio yo decía “es igual ser mujer que hombre”, y no es así. Las chicas me vienen a decir después de los shows, “qué bueno que te animaste a estar ahí arriba”, una cosa de aliarse. Nadie le va a decir eso a un hombre. Para mí nunca va a haber muchas mujeres y sobre todo cantando sus propios temas. Es estar ahí sin ninguna protección. Tenés que estar muy loca o muy segura, o ambas cosas. Yo tengo esa inconsciencia de que hago algo, voy de frente y no reparo en nada, hago lo que tengo ganas. En un escenario eso es vital, porque no podés estar cuidándote. El hombre es más acción, es la flecha del signo, la mujer es más cuidadosa. Pero a mí desde chiquita me gustaban los juegos de los varones: tenían más vértigo, más protagonismo.

MARIANA ENRIQUEZ