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¡Chi-Chi-Chi/Le-Le-Le/Vi-va Chi-le-sin-Pinochet!
por Pila (desde Londres)

Nueva interrupción en la secuencia de esta sección, y por un gran motivo: ¡Pinochet sin inmunidad! Y apto para ser juzgado (como hubiera correspondido desde hace 25 años, en fin... Tarda en llegar y al final hay recompensa). La gran noticia es bien sabida, pero aun así vale la pena una crónica directa de aquel glorioso día, desde el lugar de los hechos.

Qué día para cumplir años. Las cámaras toman de frente esta manifestación escuálida festejando enfrente del Big Ben, con pancartas caseras, y unas afonías increíbles de seis semanas de gritar. “Ha-ppybiiiiiirthday tooo yououuuu... Ha-ppy-biiiiiirthday tooo yououuuu...” cantan los manifestantes cuando se reponen, cuando ya largaron el moco en cámara, en español y en inglés, y de tanta emoción gritaron en los micrófonos. Son gente apaleada y gente fuerte, los que están acá hace veinte años, los que se animaron a venir, los que dejaron el pesimismo en casa, los que nacieron acá y no respiraron el terror que conocemos los que crecimos en dictadura. Gente sorprendida, con una euforia de niño confundido por un regalo más grande que el que puede cargar. Me contagian, estoy como un gremlin. Feliz y a las puteadas porque la muela de juicio de mi hermanita no la dejó venir y ahora mismo necesito tener a mano a alguien que quiero, para abrazarlo y festejar. Les digo “¡felicidades!” a los chilenos que conocí acá (como si el festejo fuera sólo de ellos), y en eso veo a Clara, por fin, una chilena que busco hace un mes y medio. Es de la primera camada de exiliados, inteligente, sarcástica de asustar y, hoy, periodista escapada del trabajo para festejar. Permitiéndose emocionarse por primera vez, ahora está furiosa por la frialdad con que sus compañeros de profesión tratan el tema. Les hizo un corte de manga y se vino a grabar comentarios y sonido ambiente para su colección personal. Yo sigo a los saltos buscando con quién celebrar, y conozco a un portorriqueño y una boliviana que vinieron porque “esperamos que un día nos toque a nosotros”. Se nos une Marisol, una santiaguina feliz, que dice que ahora sí puede volver a comprar vino chileno -había declarado bloqueo económico cuando el gobierno empezó a defender a Pinochet-. “Yo decía que íbamos a ganar, todos los demás decían que no, y yo en el fondo también creía que no, pero quería pensar que sí, y decirlo...” “¡Compañeros! .-dice un líder improvisado-. Vamos a la embajada chilena, la policía nos va a escoltar al subte”. Somos arreados con toda cordialidad. En la entrada el líder anuncia: “Esperemos aquí compañeros, que la policía está intentando que viajemos sin pagar...” Qué ganas deben tener de sacarnos del Parlamento. “Compañeros: lamentablemente no es posible organizarlo con el metro, vamos a tener que pagar, pero si nos agrupamos de a diez es más económico...” Dos ascensores llenos de gremlins y la policía escoltándonos a la plataforma. Patricia, una argentina declarante en otra causa del juez Garzón, ahora amenazada de muerte y pidiendo asilo en España, está exultante. Empieza a liderar un canto más complejo, que enumera quiénes están presentes en este día, como los compañeros torturados, los desaparecidos. Los ingleses que esperan en la estación Westminster miran confundidos (famosos por su pereza para aprender idiomas, lo máximo que saben de español es “una zeveza pó favó”). Un policía se acerca a Patricia y, sonriente, le dice algo al oído. Ella no habla inglés pero le grita “¡Thank you, Sargeant Pepper!”. Se abren las puertas del subte, subimos y los policías nos despiden diciendo “Buena suerte, y cuidado con los carteristas”. El realismo mágico tomó Londres y las mentes de tres Lores que decidieron lo impredecible, dándonos a todos el regalo que le quitaron al del cumpleaños. Mis queridos londinenses miran de reojo a estas cincuenta personas que les amenizan .-¿o amenazan?- el trayecto con más música latinoamericana. Los que tienen un libro a mano lo abren, o un diario, o un folleto de seguros de vida que levantan del piso y fingen leer atentamente. Colgado del pasamanos, un madrileño me muestra en su copia de El Mundo que metieron preso a Massera. Bingo. Y cuando le pregunto por qué está acá, me contesta que por un tal Franco. De salida, a los manifestantes se les ocurre saltar en el ascensor, y uno de los líderes advierte que sería bueno terminar de festejar en un bar y no en el hospital. Otro pide: “Compañeros, vamos a demostrar a la embajada, pero con calma y medida...” Ya hay varios ahí, y después se irán a Juan Pachanga, un bar latino en Oval, y yo me voy corriendo de vuelta a trabajar. Me cruzo a otra señora mayor que estuvo desde el comienzo, usando la valla de Westminster de balcón, para colgar una bandera argentina bien grande. Está con otros y no saben para dónde ir, yo les grito para dónde, sin parar de correr, porque esto de manifestar no se lleva con la puntualidad inglesa. En los días siguientes escucho los acalorados debates de Radio 5, los aportes de víctimas de la dictadura chilena, y los del general Howard, insistiendo con la inestimable ayuda de Pinochet en el conflicto de las Fucklands. Las llamadas desde Southampton, Edinburgh, Newcastle, de gente que le contesta a un chileno ofendido -porque el general creó un milagro económico y no se merece esto-, que el trueque de dinero por vidas les parece inmoral, y que si se trata de eso, entonces hay que extraditarlo. Una furiosa voz de acento irlandés ataca la intromisión del Reino Unido en la vida política de una democracia, y las contradicciones de criterio aplicado en este caso y en el proceso de pacificación en Irlanda del Norte. Cada uno pega por donde le duele. Lo fantástico es que, gracias a esto, muchos ingleses descubren América, sus dictaduras y sus democracias enclenques, escuchan hablar de la CIA con una incredulidad conmovedora, recuerdan un tal general Noriega, descubren el apoyo chileno en una guerra con Argentina que nunca entendieron y su sentido común les da qué pensar. Y están pensando. Jack Straw, Home Secretary, tiene hasta el 11 de diciembre más para comunicar su decisión.